Una historia personal y familiar

Siempre digo que creí, cuando comencé a escribir, que “Si me querés, quereme transa” iba a ser un texto sobre la violencia urbana o suburbana, y al terminar la investigación fui reconociendo que escribía sobre la violencia rural. Porque los protagonistas comienzan sus laberínticas biografías en la selva, en la sierra, migran a Lima, desplazados en algunos casos por la violencia política de Sendero luminoso. Y, por otra parte, porque los aprendizajes rurales son una forma de comunicación, una cantidad de estrategias, y sobre todo, astucia, valor, cierta idea del honor, una forma de regular los riesgos que se expresan de modo brillante a la hora de construir poder territorial en una ciudad como Buenos Aires”, dice Alarcón. Y relata: “ Eso se relaciona mucho con mi historia personal y familiar. Yo vine a los cuatro años y medio al Valle, en pleno 75; fui a la Escuela 19 del barrio Don Bosco, y después a la 248. No pude recibir la bandera a los doce años porque todavía estaba latente el conflicto en Argentina y Chile… Los milicos entraban en casa buscando a nuestros tíos que todavía no tenían documentos, deportaban gente en el 78, teníamos que coimear a la policía para conseguirlos… Vivimos el desarraigo que muchos chilenos padecieron por la época, en el Alto Valle y en Patagonia. Y vengo de dos clanes campesinos donde hay socialistas, comunistas y de todo un poco, con una enorme carga política… Me encuentro en “Si me querés, quereme transa”, conversando con Teodoro Reyes, ex Sendero, narcotraficante, que se ríe de mis chistes porque hay algo gestado en los fogones de San Juan, en La Unión (40 km al norte de Osorno, 80 al sureste de Valdivia), cuando aún podía disfrutar de mis viejos tíos Alarcones, y ahora de mis tíos Casanova”.


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