Una larga ausencia
Por tratarse de una mandataria que durante años basó su gestión en sus presuntas dotes de gran comunicadora de los méritos del “relato” oficial, es natural que el silencio prolongado de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que siguió a la breve ofensiva mediática que emprendió después de ser operada por un hematoma craneal, haya motivado mucha preocupación. Si bien pocos quisieran que la señora volviera a apropiarse con tanta frecuencia como antes de la cadena nacional de radio y televisión para difundir los discursos que pronunciaba al inaugurar –o reinaugurar– alguna que otra obra pública, hasta los más críticos de la locuacidad que durante años la caracterizó se sienten perturbados por su ausencia del escenario político, mientras que sus subordinados ya no pueden ocultar su desconcierto. Acostumbrados como están a obedecer todas sus órdenes sin chistar, los ministros, secretarios y otros funcionarios kirchneristas saben que no les convendría procurar tomar la iniciativa, pero a veces se ven obligados a reaccionar con rapidez para amortiguar el impacto de sucesos imprevistos como los motines policiales, los saqueos, los cortes de luz y, huelga decirlo, los estragos provocados por una marea inflacionaria que todos los días cobra más fuerza. Aunque se informa que Cristina se mantiene en contacto diario con distintos miembros del gobierno que encabeza, parecería que ha elegido distanciarse del resto de la ciudadanía, acaso por suponer que, en cuanto regrese, le resultará relativamente fácil restaurar su propia imagen que ha quedado gravemente dañada por los acontecimientos alarmantes del mes pasado. Cristina se enfrenta con un dilema. Como jefa de un gobierno unipersonal en que cualquier manifestación de disidencia con la línea presidencial suele verse debidamente castigada, no puede permitir que haya dudas sobre quién está al mando, pero tampoco quiere que la gente la crea responsable de los problemas económicos y sociales que siguen multiplicándose. Una versión de la actitud así supuesta es normal en el mundillo político en que los dirigentes más exitosos siempre son expertos consumados en el arte de atribuir las mejoras a su propia habilidad, aun cuando se hayan debido a factores, como el famoso “viento de cola”, que les son ajenos, y de culpar a otros por los reveses, pero pocos la han asumido de forma tan radical como Cristina. Asimismo, puesto que no es del todo probable que hayan demasiadas buenas noticias en los meses próximos, tarde o temprano tendrá que reanudar su protagonismo en circunstancias que le sean adversas, lo que le planteará un desafío nada sencillo. Todos, tanto los kirchneristas como los representados por una de las diversas fracciones opositoras, entienden muy bien que la presidenta no podrá arriesgarse a sufrir una recaída y que por lo tanto es lógico que haya decidido descansar en el sur. Sin embargo, es una cosa adoptar un estilo menos frenético por motivos médicos y otra muy distinta elegir guardar silencio durante semanas justo cuando el país se veía agitado por una serie de crisis. Por supuesto, es posible que Cristina se haya dado cuenta de que resignarse a delegar poder a subordinados como el jefe de Gabinete Jorge Capitanich y el ministro de Economía Axel Kicillof supondría un cambio mucho más profundo de lo que sería el caso en un país de tradiciones políticas menos caudillistas. Desde la muerte prematura de su marido, Cristina ha concentrado tanto poder en sus propias manos que compartirlo con otros, por leales que éstos fueran, significaría el fin de una época y el inicio de una nueva en que correría peligro de verse marginada. Para una presidenta como Cristina que se ha habituado a pensar en términos de todo o nada, blanco y negro, aceptar un papel menos activo sería a buen seguro sumamente ingrato. Es por este motivo que su prolongada ausencia ha servido para intensificar la sensación de que ya ha empezado una etapa de transición en la que el país carecerá del liderazgo firme y confiable que tanto necesita pero que la presidenta no estaría en condiciones de darle aun cuando disfrutara de buena salud. El “proyecto” con el que Cristina se ve comprometida se agotó por completo hace tiempo, pero, por desgracia, las eventuales alternativas aún no se han consolidado.
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