Una nota mejor

Si bien el resultado del canje de deuda impulsado por el ministro de Economía, Amado Boudou, fue menos positivo de lo esperado, ya que el operativo tuvo lugar cuando los mercados se sentían muy nerviosos, las calificadoras de riesgo parecen convencidas de que por fin la Argentina está logrando reconciliarse con los acreedores que fueron perjudicados por el default que siguió al colapso de la convertibilidad. Fue por este motivo que la agencia Fitch decidió ubicar nuestra deuda soberana en la categoría “B”, lo que quiere decir que, a pesar de existir algunas dudas en cuanto a la voluntad nacional de cumplir con sus obligaciones, las perspectivas pueden considerarse “estables”. Para muchos otros países se trataría de una calificación desastrosa, pero lo es menos que la anterior y, siempre y cuando no experimentemos una recaída, pronto podremos dejar de ser un paria crediticio al que nadie pensaría en prestar dinero a tasas de interés razonables. Como nos recordó hace poco el ex director de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), Bernardo Kosacoff, uno de los problemas principales que enfrenta la Argentina es la desconfianza tanto de los inversores foráneos en potencia como de los empresarios locales. Que éste sea el caso puede comprenderse. En comparación con otros países, el estado financiero de la Argentina no es del todo malo, pero la falta de reglas claras, la manera arbitraria en que el gobierno kirchnerista maneja la economía y, desde luego, la costumbre que ha adquirido de dibujar estadísticas clave, como las correspondientes a la inflación, hacen temer que en cualquier momento podría precipitarse en otra de sus crisis esporádicas, las que, como señaló Kosacoff, pueden resolver muchos problemas pero lo hacen a costa de “pérdida de riqueza, concentración de mercado y más pobreza”. Huelga decir que tiene razón. Aunque todos los gobiernos afirman, es de suponer con sinceridad, que su prioridad consiste en reducir la brecha que separa a los muy pobres de los relativamente acomodados, casi todos terminan ampliándola. Por desgracia, el encabezado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no resultará ser una excepción. Acaso porque, como tantos otros, cree que la única forma de atenuar la desigualdad extrema consistirá en “redistribuir” la riqueza, no en tomar medidas destinadas a estimular la creación de una multitud de negocios que andando el tiempo producirían empleos y oportunidades para millones de personas actualmente alejadas de la “cultura del trabajo”, los esfuerzos en tal sentido suelen ser a lo sumo testimoniales. Merecer la confianza internacional nos traería muchos beneficios, ya que podríamos recibir inversiones que sean llamativamente mayores que las que han llegado en los años últimos, pero sería mejor aún poder recuperar la confianza interna. Por motivos notorios, demasiados empresarios dan por descontado que los años gordos se verán sucedidos indefectiblemente por otros muy pero muy flacos, de suerte que muchos procuran aprovechar al máximo los primeros sin invertir más de lo imprescindible ya que entienden que podría resultarles inútil. Son tan reacios como el gobierno kirchnerista a pensar en el mediano plazo –y ni hablar del largo– porque están acostumbrados a la inestabilidad. Mientras no cambie la actitud así supuesta que, desde luego, es racional a la luz de la historia reciente del país, a la Argentina no le será posible emprender un proceso de desarrollo sustentable cuyo eventual éxito dependería de la voluntad no de privilegiar lo inmediato sino de invertir dinero y esfuerzos en proyectos, tanto personales como colectivos, que sólo brindarían sus frutos en décadas futuras. En una época como la actual, en que grandes cambios que afectan a virtualmente todos ocurren con frecuencia desconcertante e incluso en los países más avanzados las perspectivas se han vuelto inseguras, cierto cortoplacismo puede considerarse lógico, pero a menos que no sólo los encargados de gobernar el país sino también los demás dejen de limitarse a vivir al día, sin preocuparse por mañana, nunca lograremos aprovechar plenamente nuestros recursos naturales y humanos para superar las lacras que, de resultar ser “la herencia” que reciba el gobierno próximo tan problemática como muchos prevén, parecen destinadas a seguir agravándose.


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