Una semblanza de San Martín

Jorge Castañeda*


Debemos a la pluma del general Gerónimo Espejo, oficial del Ejército de los Andes, una semblanza imperdible del general José de San Martín muy escasamente difundida.

Dice Espejo en su estampa: “El general San Martín era de una estatura más que regular: su color, moreno, tostado por las intemperies; nariz aguileña grande y curva; ojos negros grandes y pestañas largas; su mirada era vivísima; ni un solo momento estaban quietos aquellos ojos; era una vibración continua la de aquella mirada de águila; recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo, y hacía un rápido examen de las personas, sin que se le escaparan aun los pormenores más menudos. Este conjunto era armonizado por cierto aire risueño, que le campaba muchas simpatías”.

“El grueso de su cuerpo era proporcional al de su estatura y, además, muy derecho, garboso, de pecho saliente; tenía cierta estructura que revelaba al hombre robusto, al soldado de campaña. Su cabeza no era grande, más bien era pequeña, pero bien formada; sus orejas medianas, redondas y asentadas a la cabeza; esta figura se descubría por entero por el poco pelo que usaba, negro, lacio, corto y peinado a la izquierda, como lo llevaban todos los patriotas de los primeros tiempos de la Revolución”.

“La boca era pequeña; sus labios algo acarminados, con una dentadura blanca y pareja; usó en los primeros años un bigote y patilla corta y recortada; ésta fue su costumbre general desde que fue intendente de Mendoza. Lo más pronunciado de su rostro eran unas cejas arqueadas, renegridas y muy pobladas. Pero, en cuanto fue ascendido a general, se quitó el bigote”.

“Su vos era entonada, de un timbre claro y varonil, pero suave y penetrante, y su pronunciación precisa y cadenciosa. Hablaba muy bien el español y también el francés… Cuando hablaba, era siempre con atractiva amabilidad… Su trato era fácil, franco y sin afectación, pero siempre dejándose percibir ese espíritu de superioridad que ha guiado todas las acciones de su vida… Jamás prometía alguna cosa que no cumpliera con exactitud religiosa. Su palabra era sagrada. Así todos, jefes, oficiales y tropa, teníamos una fe ciega en sus promesas”.

“Su traje, por lo general, era de una sencillez republicana. Vestía siempre en público el uniforme de Granaderos a Caballo, el más modesto de todos los del Ejército, pues no tenía adornos ni variedad de colores, como otros cuerpos usaban en aquel entonces”.

¡Cuántos hombres como el general San Martín le hacen falta a nuestra patria! En un nuevo aniversario de su fallecimiento, “que su estrella nos guíe”.

“Su vestido familiar dentro de casa era una chaqueta de paño azul, larga y holgada, guarnecida por las orillas y el cuello con pieles de martas de Rusia y cuatro muletillas (botones largos) de seda negra a cada lado para abrocharla por delante; en invierno, un levitón o sobretodo de paño azul hasta el tobillo, con bolsillos a cada costado, a la altura de la cadera, y por delante botonadura dorada para abrocharlo… En su sistema alimentario (dice Pueyrredón) era parco en extremo… Siempre asistía a la mesa, pero a presidirla de ceremonia o de tertulia. Él comía solo en su cuarto, a las doce del día, un puchero sencillo, un asado con vino de Burdeos y un poco de dulce. Se le servía en una pequeña mesa, se sentaba en una silla baja, y no usaba sino un cubierto; y concluida su frugal comida, se recostaba en su cama y dormía un par de horas… Por la tarde, después de la mesa, volvía al trabajo del escritorio, para lo que era incansable, y por la noche, después de tertuliar con algunas visitas, tomaba una pequeña colación y se recogía a su cuarto a descansar”.

“En el trato social era muy afable y atento, lo que comúnmente se llama un hombre amable y simpático… Era muy rígido observador de la disciplina, así como del aseo del traje de sus subordinados”.

“Siempre que hablaba de la oficialidad del Regimiento que había creado y educado, lo hacía con palabras de fervoroso entusiasmo, quizá para prestigiarlo ante el público, pues en las ocasiones que llegaba a tocarse este punto solía decir: “De lo que mis muchachos son capaces solo yo lo sé; quien los iguale habrá, pero quien los exceda no”.

“El general San Martín era de una inteligencia pertinaz, discreta y privilegiada. Como militar, era tan diestro como experimentado en el servicio de campaña; estratégico como pocos; matemático hasta las trivialidades y previsor sin igual… Como político, era observador, creador, administrador, con una pureza y tacto exquisitos. De una laboriosidad infatigable, y popular en sumo grado. Estas eran las cualidades que lo hacían apto para el mando”.

Hasta aquí la semblanza de su compañero de armas, el general Espejo.

Como colofón, y en los difíciles momentos actuales de la República, uno no puede menos que desear. ¡Cuántos hombres como el general San Martín le hacen falta a nuestra patria! En un nuevo aniversario de su fallecimiento, “que su estrella nos guíe”.

*Escritor de Valcheta


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