A los 18 abrieron un pub en una joya oculta de la Patagonia de 37 habitantes, el primer paso de una gran aventura
Fernando y Malvina llegaron en 1986 desde Neuquén a Puerto Pirámides. "Me quiero quedar a vivir acá", dijo él de cara a las ballenas en este paraíso de la costa de Chubut. Lo que pasó después fue una sorpresa tras otra incluyendo las visitas de Alfonsín y Schumacher. Aquí cuenta la apasionante historia que empezó con esta pregunta: "¿Hacen pizza?"
Es un día de sol en la costa de Chubut. Fernando Grosso se apresta a empezar a cocinar sobre una mesada de madera, de cara a un ventanal que deja ver el mar azul en el horizonte, los nidos de los pingüinos esparcidos en la estepa y los guanacos que caminan en la orilla. Siente, como siempre, que trabajar aquí, en este paraíso lejos de todo, es un privilegio. A los 56 años, a Mumo, como le dicen, no lo asustan las distancias, ni el desierto, ni que no haya luz ni gas, ni hacer 180 kilómetros por día desde Puerto Madryn hasta Punta Tombo con la camioneta cargada de provisiones hasta el restaurante que montó en el Área Natural Protegida a la que cada primavera llegan miles de pingüinos para tener a sus pichones. Con ellos, llegan miles de turistas que quieren ser testigos del maravilloso ciclo de la vida y ver de cerca a las hembras y los machos que empollan los huevos y después cuidan a sus crías de las gaviotas descuidistas y los zorros hambrientos para luego migrar a las corrientes cálidas de Brasil en abril.
A metros de donde cocina Mumo funciona un Centro de Interpretación que ofrece toda la información sobre la fauna marina en un edificio diseñado para integrarse al paisaje bajo el cielo puro de la Patagonia agreste, allí donde el viento hace girar los molinos que generan energía a la vera de la ruta 3 que conecta con un camino de ripio para llegar a la tierra donde los pingüinos tienen sus nidos a metros del mar.
En la amplia franja del mediodía, entran al restaurante oleadas de grupos de visitantes también hambrientos, nadie quiere perder tiempo y con las demoras viene la impaciencia. Después de padecerlo un par de años, Mumo le encontró la vuelta. Lo supo cuando vio los primeros restaurantes al kilo en el microcentro de Buenos Aires: era la solución ideal para cuando entran 50 turistas al mismo tiempo con ganas de comer ya. Importó el modelo y cuando los guías le preguntan cuánta demora hay para su grupo, responde: “Lo que tarden en comer”.
Todo está listo en las bufeteras que mantienen la temperatura de la oferta del día. Para eso, trabaja con un grupo electrógeno propio y se provee de gas con un zeppelin o tubo de 45 kilos.
“Tengo la cabeza preparada para trabajar así, para meterme a hacer algo en zonas rurales o solitarias sin estructura, sin servicios. Empecé con un pub en Puerto Pirámides en 1986, tampoco había nada. Tenía 37 habitantes”, relata.
Hoy, además de ese pub que transformó en hostería y restaurante con Malvina, en los inicios su novia y hoy su socia, tiene otra hostería en esa joya de la Patagonia, un restaurante en Puerto Madryn y la concesión del de Punta Tombo. Todo empezó en aquel verano de 1986 cuando una mujer les hizo una pregunta clave a Mumo y Malvina.
“¿No hacen pizza?”
En 1986, ambos estudiaban Turismo en Neuquén, él había llegado desde Bahía Blanca y ella desde Puerto Madryn. Mumo quería conocer Puerto Pirámides y fueron en invierno a ese encantador pueblito destinado a brillar en Península Valdés.
Aún recuerda cada detalle del impacto que le causó descubrir esa joya de la Patagonia, las ballenas en el horizonte, poder esquiar en el mar en la costa de Chubut mientras nevaba en la cordillera y Maradona dejaba congelados para siempre a los ingleses en el Azteca.
-Yo me quiero venir a vivir acá – le dijo a Malvina.
Tras regresar a la capital neuquina, se enfrascó en un trabajo para la Universidad con Puerto Pirámides como foco. Debía tener una versión en inglés y lo tituló The Paradise.
Ese es el mismo nombre que eligieron para el pub que abrieron ese verano en un pequeño local al lado de una antigua construcción de estilo inglés tan linda con sus paredes de madera, el techo de chapa y el estaño.
Recolectaron descartes de las mueblerías de la familia de Mumo en Bahía Blanca y Neuquén y partieron a la aventura, dispuestos a reciclar todo.
-Pasamos el día en la playa, a la noche sacamos unos tragos en el chiringuito y la rompemos -decía él entusiasmado. Tenían 18 años.
El plan cambió de repente la tarde que se acercó una mujer con un pedido.
-¿No hacen pizza? -les preguntó. Se miraron. Le respondieron que sí, claro. Tenían harina, les faltaba el resto. Eran las cuatro de la tarde, la cliente la quería tres horas después.
En un mercadito consiguieron levadura. Mumo pidió jamón y muzzarrella y se fueron con paleta y cuartirolo.
-¿Cuánto le calculamos para una pizza? -le preguntó a la encargada del almacen.
-Y, 100 gramos de paleta y 300 de queso -le respondió. Restaba resolver cómo funcionaba el horno de una antigua cocina y evitar que perdiera, encontraron una ingeniosa solución provisoria y luego la pieza que faltaba en un bazar de Puerto Madryn. A las 19 la pizza estaba lista. Al otro día, la mujer volvió.
-¿Hoy podrían ser tres pizzas? -preguntó.
-Claro. ¿Cómo estaba la de ayer?
-Espectacular -respondió.
Ya sabían el camino a recorrer para cumplir. El tercer día, la mujer volvió con más pedidos. Resultó que trabajaba en el camping, se corrió la voz y aparecieron más clientes.
“Malvina se levantaba de madrugada para amasar, llegamos a sacar 50 pizzas por día, me quería matar”, recuerda Mumo con una sonrisa. Con tanta demanda, optó por dejar la facultad para dedicarse al turismo en ese mismo instante.
Pronto aparecieron también otros comensales, como los pescadores y los científicos que se instalaban a investigar en Península Valdés, más la multitud que desbordaba Puerto Pirámides cada Año Nuevo desde las ciudades como Madryn, Trelew y Rawson: era complicado abastecerlos y evitar los desbordes, pero lo conseguían. No imaginaban entonces, cuando todo estaba por venir, que la vida los llevaría por caminos separados aunque seguirían siendo socios, ni que un día iría a comer Alfonsín y otro Schumacher, ni que habían encontrado su lugar en el mundo.
Visitas de lujo: de Schumacher a Alfonsín y Sábato
La vida de Mumo Grosso transcurre entre las ballenas que llegan a Puerto Pirámides en invierno para irse en diciembre y los pingüinos que desembarcan en Punta Tombo en septiembre para quedarse hasta abril. Esa temporada extensa es para él la clave del gran movimiento turístico de la costa de Chubut, con eje en Puerto Madryn, la ciudad donde también atracan unos 50 cruceros por temporada y las viandas para los pasajeros generan demanda en su emprendimiento gastronómico y los de sus colegas.
“Gaimán y su historia galesa, Madryn y todas su aventuras, Península Valdés y su fauna marina, hay que ver a esta zona como un gran circuito con muchas atracciones”, dice.
Y si de atracciones se trata, The Paradise, el pub que montó con Malvina en 1986 y que hoy es una hostería con restaurante, se convirtió en un clásico. Si empezaron con las pizzas que les pedían, enseguida ella sumó las vieiras gratinadas y así la carta fue creciendo con las delicias de mar como platos estrella.
Por aquí, repasa Mumo Grosso, han pasado personalidades como Raúl Alfonsín, un célebre escritor como y Ernesto Sábato, bandas de rock como Los Fabulosos Cadillacs, el actor Alfredo Casero, una diva como Susana Giménez y un crack de la cocina como el chef español Karlos Arguiñano.
La perla que reserva para el final es la visita del ex piloto de F1 Michael Schumacher junto a Corina Betsch, por entonces su novia y luego la madre de sus dos hijos: Mick y Gina-María. Llegaron en un avión privado a Trelew con un perrito abandonado que rescataron de la calle en San Pablo. Estuvieron en Punta Tombo y después en Puerto Pirámides.
“No sabés cómo les gusto lo que les cocinamos, se fueron súper contentos”, dice Mumo y se despide con una sonrisa. Le espera una largo viaje hasta Puerto Madryn y luego seguirá a Puerto Pirámides.
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