Ale y Nacho, de la Patagonia a Alaska en una Kangoo: así lograron pagar el viaje que soñaron toda la vida

Son contadores, renunciaron a sus trabajos y partieron desde Cipolletti. Tenían ahorros para el comienzo de la aventura y en el camino aprendieron a hacer pulseras, aros y collares para solventar el resto del viaje hasta América del Norte. Las claves: "Meterle garra, trabajar, vivir con menos". Acá, con el orgullo de haberlo logrado, cuentan la historia.

Ahí van Ale y Nacho por las rutas de Baja California. Su destino es la playa El Tule, de arenas doradas y olas del Pacífico que tientan a los surfistas al oeste de México. Dejaron los caminos perfectos, el orden, la prolijidad y la frialdad de los Estados Unidos y se metieron en ese caos tan latino de carteles inverosímiles, asfalto poceado, música estridente y tantas puertas que se abren con generosidad que los hace sentir como en casa.

Nacho y Ale en Isla Mujeres, México. Fotos: El patio de casa por América.


Les pasó lo mismo en Honduras y El Salvador, cuando iban rumbo al norte y gritaron Argentina campeón en esa Centroamérica tan cálida que los abrazaba mientras festejaban el Mundial de Qatar y vendían artesanías con la celeste y blanca puesta y les pedían unas cien fotos por día. “Fue una fiesta, en El Salvador nos veían bailando solos en las calles y nos aplaudían”, recuerdan con un sonrisa.

Vieron la primera parte del Mundial en Honduras y de cuartos a la final en El Salvador. «Todos hinchaban por Argentina. Nos fuimos bailando solos por las calles y nos aplaudían», recuerdan.


Ahora, en Baja California, avanzan a la velocidad crucero que descubrieron ideal después de salir de Cipolletti hace cinco años y pisar el acelerador, pasar los 100 km/h y parar demasiado rápido a llenar el tanque. Después de eso difícil que pasaran los 80 km/h, excepto alguna emergencia, el ritmo ideal para disfrutar el paisaje y bajar el consumo de combustible a bordo de la Kangoo que camperizaron y con la que hicieron 70.000 km desde que se animaron a vivir su sueño de viajar desde el norte de la Patagonia a Alaska. Muchos lo sueñan, pocos se aventuran. Ellos lo hicieron.


Welcome to Alaska

Aurora Boreal en Watson Lake, Yukón, Canadá.


En los últimos meses, compartieron en las redes sus fotos en el icónico cartel de Welcome to Alaska. Ahí están, felices, el símbolo perfecto de lo que lograron. Tardaron en llegar, porque la aventura comenzó en 2018 y la pandemia retrasó todo. Fue un viaje lento, porque salieron del Alto Valle de Río Negro con sus ahorros y en el camino aprendieron a generar dinero, primero con pan casero y conservas, después con artesanías. Siempre un viajero solidario se cruzó para abrirles las puertas de su casa, para enseñarles a hacer pulseras o collares.


Y el propio camino fue enseñándoles las mejores tácticas para vender. Un fin de semana, lo recuerdan bien, hicieron 700 dólares en Bolivia. “Imaginate que nuestro presupuesto en nafta y comida era de 250 dólares al mes, no lo podíamos creer”, cuenta Ale. No fue fácil, pero es inolvidable. Esta es la historia.


La partida desde el norte de la Patagonia

Soñaban llegar desde Cipolletti a Alaska y su aurora boreal, probar cómo era eso de vivir de viaje, dejar atrás la oficina, la rutina, el consumo innecesario. Decidieron vivir cada uno en la casa de sus padres hasta el momento de salir, con el objetivo de ahorrar todo lo que pudieran.

En Alaska.


El 1 de mayo del 2018 renunciaron a sus trabajos como contadores: Nacho Ruffa en un banco, Ale Morello en una empresa. Y 15 días después partieron. Ella aún vivía en Centenario (llegó a los 18 años para estudiar desde Picún Leufú) y aquel inolvidable 16 de mayo fue su primer día de convivencia, directo al furgón al que llaman con cariño la Chancha desde que él se tiró a pasar un auto en una larga recta en Piedra del Águila y no pudo: con portaequipajes y motor casi nuevo, no hubo caso.


Viajar, como sea

Hasta ese momento, tenían dos certezas: la primera, saldrían como sea. La segunda, cuando se acabaran los ahorros trabajarían, de lo que sea. En Villa Carlos Paz, una familia que los alojó les abrió la cabeza: “Che, ¿por qué no trabajan desde ahora, antes de que se les termine la plata? ¿Qué saben hacer?”, les preguntaron. Ale sabía hacer pan casero, Nacho conservas con ajo y con esa producción fueron a la feria. Primera sorpresa: ganaban lo suficiente para pagar los gastos de cada día. Y aun mejor: si se organizaban para vender fuerte los fines de semana, de lunes a viernes podían viajar tranqui y hacerse un espacio para hacer las artesanías, un plan que sería clave el resto del viaje.


La hora de las artesanías

Ya sin la cocina y el horno de los amigos cordobeses, las buenas rutas trajeron más encuentros. El que siguió fue con una pareja de artesanos de Entre Ríos de toda la vida, que les enseñó a hacer pulseras y collares con hilos y atrapasueños.

Ventas de artesanias en Greats Falls, Montana, Estados Unidos. «Llovió un poco e hizo bastante frío, pero el día fue un éxito!», recuerdan.

Llegaron a Salta y en Cafayate la venta continuaba bien: con 200 pesos de entonces aún pagaban la nafta y la comida y el viaje seguían. Pero veían que había amigos que hacían tres mil pesos por día: ahí había un mundo por explorar, por descubrir. Otros artesanos de esa noble cofradía viajera les enseñaron nuevas técnicas en Purmamarca, los ingresos mejoraron y pudieron hacer una inversión importante en piedras y alambres. Ya hacían, además, aros y brazaletes.


De Brasil a Bolivia

Semuc Chempey, Guatemala.

Con esa producción se sostuvieron tres meses en Brasil y al entrar a Bolivia batieron su récord: hicieron nada menos que 700 dólares un fin de semana. Asi lograron llegar a Colombia. “Nos dimos cuenta de que viajando lento, trabajando, vendiendo artesanías, se podía seguir ”, cuenta Ale desde Baja California.


Con la pandemia, antes de que el mundo se paralizara lograron subirse a un avión y volver a Cipolletti. Para eso estaban las reservas: para regresar en caso de emergencia.

Dejaron el vehículo en la casa de una pareja colombiana que conocieron en el camino. Volvieron a trabajar de contadores y cuando la maldita pesadilla terminó regresaron a buscar a su querido furgón y debieron invertir para ponerlo a punto después de estar tantos meses parada. La novedad: Ale arregló para continuar trabajando on line en el estudio contable.


“A medida que el peso se devaluaba nos rendía cada vez menos en dólares, pero era una tranquilidad saber que contábamos con ese sueldo por si aflojaban las ventas, porque nos pasó también que el producto no gustara o que pasáramos por lugares donde no sobraban los billetes. Tuve que adaptarme a la diferencia horaria y me bancaron eso. Me encantó volver a trabajar en lo mío, lo que estudié”, explica.


Vivir con menos


La charla llega al punto que consideran clave. Lo explican así “Todos o al menos la gran mayoría de los que andamos viajando no es que estamos de vacaciones y nos sobra la plata sino que elegimos dejar nuestras vidas rutinarias y carreras profesionales y vivir con muchísimo menos”, dicen. No gastan en hoteles, rara vez comen en un restaurante y si hacen una excursión lo piensan dos veces y eligen una económica solo si los tienta mucho.


El cuidado de los fondos se hizo extremo en los Estados Unidos porque el presupuesto mensual aumentó a 600 dólares que pudieron costear gracias a las ventas y el sueldo. Ya en México, el gasto bajó a 400 dólares cada treinta días y eso les dio un poco más de aire.

“Somos austeros, vivimos con poco”, dice Nacho, convencido de su lógica: no se metieron en esta aventura para ganar plata, se metieron para vivirla y generar lo necesario para hacerlo. “Hemos vivido situación hermosas y otras no tanto, pero nos tiramos de cabeza, trabajamos por nuestros sueño y acá estamos”, dice Ale mientras Nacho canta una canción futbolera al volante de la Chancha.


Hincha de Boca, vibró con el apoyo a la Scaloneta en el Mundial de Qatar en Honduras. “De cada 10, nueve iban por la Argentina y uno por Brasil, se sabían todas las canciones de la Selección, son fanáticos de Messi ”, cuenta.

Ya en El Salvador para vivir desde cuartos hasta la final con Francia, el apoyó fue unánime. “Hasta un francés quería que ganáramos nosotros”, recuerda. Cada contacto al lado de la Kangoo y de la mesita con las artesanías terminaba igual: con pedidos de fotos y de relatos de anécdotas viajeras.


Los dos están aun también sorprendidos por la calidez y la onda de los mexicanos y los colombianos, la generosidad, hacerles sentir de verdad aquello de mi casa es tu casa. “Son lo más parecidos a nosotros, son hermosos”, dice Ale.


Paisajes inolvidables

Teotihuacan, México.


Y si de viajar se trata, tienen las valijas llena de recuerdos. Solo para abordar los del último tramo, Guatemala y su belleza natural deslumbrante, ver la erupción de un volcán, los glaciares de Alaska, caminar dentro de ellos, las cadenas montañosas, los parques nacionales de América del Norte, las lagunas que viran del verde al azul rodeadas de picos nevados, los géiseres de Yellowstone.

Crater Lake, Oregón, Estados Unidos.


Cuando supieron que el frío traería la nieve decidieron bajar hacia México y exigieron a fondo a la camio, como la llaman también cariñosamente.


Fue entonces que esos miles de kilómetros del último tramo hicieron necesario un service general, incluyendo el kit de distribución con la correa que si se rompe es un dolor de cabeza de aquellos.


Pero ya estaban en México y no había forma de conseguir un taller mecánico que lo hiciera: no es un vehículo popular ahí.

Contactaron a la casa central de Renault, les contaron la historia y les hicieron una revisión completa gratuita que incluyó los repuestos. Ellos publicaron un video en las redes, ventajas de tener miles de seguidores que supieron conseguir.

Acaban de desembarcar en Youtube con su canal y se abre así otra chance de sumar ingresos. Para el tradicional, las artesanías, siempre venden cerca de la camioneta, porque el viaje genera empatía ganas de saber cómo es esa aventura sobre ruedas.


Lo que aprendieron sobre la convivencia

Glaciar Bear, Alaska

El plan es seguir avanzando despacio, a su ritmo, como durante toda esta aventura. La situación económica de la Argentina tampoco los invita a pisar el acelerador.


En todos estos años aprendieron sobre la cultura del desapego: si entra algo a la Chancha, algo tiene que salir, porque el espacio no sobra.

También aprendieron a hacerse un espacio cada noche para charlar si hay algún problema de convivencia, porque al final del día son solo ella y él en pocos metros cuadrados.

Nacho y Ale ayer, en la plata de Cabo San Lucas: mate, 26°C y la compañía de viajeros españoles y argentinos.

Días atrás, cuando repasaban en un mapa todos los kilómetros que habían hecho, se maravillaban por eso y también por todos los que les falta recorrer juntos. Como dicen: “Lo importante no es ser iguales, sino formar un gran equipo. Y eso somos».


Así adaptaron la Kangoo para viajar

«Tiene una estructura en forma de «U» con cajones para ropa, calzado, baño, cocina y comida. Con almohadones de goma espuma de alta densidad de 12 cm armamos una cama de 1.90 x 1.30 mts cómoda e ideal para nosotros que somos grandotes. Armamos un toldo que se extiende hasta 3 mts que se sujeta con unos estructurales que nos tapan el sol y la lluvia y sumamos otro», describen.

«Con un tubo de PVC, tenemos un tanque de agua de 15 LTS que, con carpa autoarmable entre las dos puertas traseras, es la ducha. Instalamos un ventilador, un baño químico de 10 LTS y un panel solar nos da electricidad», agrega Nacho.

Al recuperar a La Chancha en Colombia tras un año y medio, cambiaron todos los filtros, el aceite, la batería, líquido de frenos, forraron el interior con un alfombra, sumaron bolsillos en los laterales y las puertas traseras, cortinas, nuevas luces led. «Y teníamos una caja arriba de acero galvanizado que pesaba como 60 kilos pero el portaequipajes no se la bancaba así que hicimos una caja en estructura de aluminio con pvc, que no pesa más de 15 kilos».

Podés seguir las aventuras de Ale y Nacho en El patio de casa por América


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