Juntos son dinamita: son amigos, fueron a pescar tras 20 años y picaron estas truchas en una joya de la Patagonia

Diego Rodríguez fue uno de los maestros de Pablo Oscar Blasco. Antes del fin de la temporada, estos capos de la pesca se reencontraron para ir en busca de las grandes truchas del Limay Medio, el río que corre entre Neuquén y Río Negro al norte de la Patagonia. Mirá cómo les fue...

Esta historia transcurre en el Limay Medio, esa meca de los pescadores al norte de la Patagonia. Es que ese tramo del río que nace en el lago Nahuel Huapi a unos 20 km de Bariloche y que viaja hasta el Alto Valle para confluir con el Neuquén y dar vida al río Negro, es una maravilla para ir a probar suerte con la caña y las moscas. Y si te va bien, pescar y devolver una de esas truchas gigantes que remontan el río desde el embalse Ramos Mexía que generó la construcción de central hidroeléctrica El Chocón con su muralla de 86 metros de altura. Ahí, en ese delta de brazos y correderas, transcurren las aventuras del guía Pablo Oscar Blasco y sus amigos del grupo Limay Medio Desembocadura. Antes del cierre de la temporada, el guía Diego Rodríguez, que fue su maestro 26 años atrás para enseñarle los secretos de este mundo que los apasiona, lo ubicó por las redes sociales después de tanto tiempo sin verse y le propuso salir a pescar. ¿Qué pasó después? Aquí Pablo cuenta la historia.


Reencuentro en el Limay Medio, la meca de los pescadores en la Patagonia

«Nos reencontramos con Diego Rodríguez, un gran guía y profesor de pesca», comienza Pablo.

«Hace 26 años, fue unos de los grandes maestros de pesca que tuve. Varios de los buenos pescadores que hay salieron de su mano, de esas clases. Y en la actualidad, es uno de los mejores guías que tiene el Limay Medio», agrega.

César, Pablo y Diego. Y una gran trucha que pescaron y devolvieron en el Limay Medio.

«Diego me ubicó a través de las redes sociales para hacer una salida de pesca. Imaginate que no me pude negar a la invitación. Le comenté a un amigo, César (el Ruso) y salimos para allá», continúa.


Rumbo a Santo Tomás

«Nos dirigimos a Santo Tomas, un pueblo de 700 habitantes, que está ubicado antes de llegar a Piedra del Águila, a unos 15 km. El acceso está en el km 1429 de la Ruta Nacional 237. De ahí hay que hacer 20 km de ripio», detalla.

«En este pueblo conocido por sus vertientes de agua mineral, Diego armó un lodge que brinda un servicio de hospedaje y pesca. Llegamos el domingo por la noche. Con unas charlas de por medio, nos fuimos a dormir para arrancar temprano», describe.

«A la mañana ya estábamos en el río. Con el esfuerzo pudimos meter y devolver una buenas truchas y otras se fueron. Hicimos una flotadas en una estancia, 10 km de lugares increíbles. Y mientras pescábamos nos acordábamos de algunas anécdotas y nos reíamos. Fue divertido», continúa.

«Después de varios piques llegamos a un lugar donde Diego dijo que si con un buen tiro poníamos la moscas en el lugar justo íbamos a tener buenos piques. Y así fue: efectivamente, ‘explotó’ el agua. Los tres dijimos ‘ahí está, esa es la que venimos a buscar. Tratamos de acercarla a la costa, pero no nos dejó. En un momento, cuando la estábamos por sacar, se soltó. Esa sí que era grande», cuenta.

Uno de los últimos piques en el Limay Medio. Diego, Pablo y la foto con esta gran trucha antes de devolverla.

«Después seguimos y Diego nos dijo ‘acá pescamos seguro’. Y así fue: se prendió una de las marrones de las fotos. El ya sabía que la trucha estaba. Increíble. Sacamos unas fotos, la devolvimos, brindamos y nos dimos un abrazo. Después de 20 año de no pescar juntos, no podría haber estado mejor».


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