48 hs de pesca en un paraíso de la Patagonia: la aventura soñada de cinco amigos

Así vivieron los primeros dos días de la temporada en el río Limay Medio famoso por sus truchas, a unos 170 km de Neuquén De los primeros piques al asadito, crónica de una travesía inolvidable en el norte de la Patagonia.

Es una mañana de sol en el Limay Medio, ese tramo de unos 95 km de aguas cristalinas y truchas de colección de un río que corre desde la represa Pichi Picún Leufú hasta el embalse Ramos Mexía entre curvas, correderas y brazos, con Neuquén de un lado y Río Negro del otro en este rincón al norte de la Patagonia poblado por un puñado de puesteros y recorrido por pescadores y su ilusión de grandes piques a cuestas.

En busca de los primeros piques en el Limay Medio. Foto: Juan Thomes

En un punto intermedio de los 15 km del delta de la desembocadura en el lago que generó la represa El Chocón, cinco amigos buscan los primeros piques de la temporada en la corriente transparente que deja ver el color de las piedras mientras los caballos galopan en libertad y vuelan las bandadas de avutardas. Este escenario de película tiene su propia banda de sonido: el rumor del río, los relinchos, el canto de las aves y ese chirrido leve, inconfundible y esperanzador de las líneas que se despliegan desde los reels.

Los primeros piques. Foto: Juan Thomes

Los cinco están en silencio, concentrados, separados entre sí por unos 40 metros, metidos con los waders hasta la cintura. Cuando se escucha un grito que suena como un sapucai es porque picó una trucha.

Casteando en el Limay Medio. Foto: Juan Thomes

Después de la devolución vuelven al silencio mientras tiran y tiran y van dando pasos cortos río abajo. El que pescó busca sombra debajo del sauce, cerca de las dos lanchas, espera que los otros cuatro terminen la pasada y vuelve a entrar aguas arriba.

El primer pique de Pablo, una trucha marrón. Foto: Juan Thomes

“Tenemos que pescar todos, son códigos”, dice Pablo Oscar Blasco, el pescador de las truchas gigantes que siempre pasa el comienzo y el final de la temporada con sus amigos, un rito sagrado. En el medio llegarán los clientes a los que guiará, pero ahora es el momento de la banda y no importa nada más. Acaba de sacar una linda marrón de esas que remontan por el día desde el embalse para comer alevinos y cangrejitos. “Después vuelven al lago. Son más peleadoras que las residentes”, explica.

Los movimientos se repiten: hacen la pasada, dejan descansar al río, vuelven a entrar, rotan las moscas, comparten la información, sacan conclusiones. “Para las arcoíris son preferibles de colores verdes y naranjas, para las marrones, las más oscuras”, agrega Pablo, protegido con una gorra del sol de primavera y con anteojos oscuros para evitar los reflejos y ver mejor a los peces.

Atan sus propias moscas. Foto: Juan Thomes

Cerca del mediodía, cuando llegaron las primeras truchas en la zona que llaman campamento viejo donde dormían antes de instalarse en el actual, el Cordobés saltó de alegría: llevaba dos años sin pescar por la pandemia y encima fue su primer pique con una mosca atada por él. 

El primer pique de Gabo. Foto: Juan Thomes

Víctor observó que las truchas parecían estar comiendo alevinos y optó por señuelos que los imiten. Gabo y Seba también tuvieron sus piques y Pablo cada tanto soltaba algún consejo con frases cortas y sin levantar el tono, siempre alrededor de sus tres claves: leer el río, un tiro de calidad con distancia y precisión, saber esperar. Las pasadas se iniciaban en la corredera y a medida que avanzaban se acercaban al pozón de unos seis metros de profundidad. “Acá suelen salir buenas”, decía el guía.

De regreso al campamento, el almuerzo fue hamburguesas con repaso de anécdotas y un par de chistes por una marrón que se escapó.

Navegando el Limay Medio. Foto: Juan Thomes

Otra vez a bordo de las lanchas los cinco fueron por más piques, ahora aguas arriba del campamento viejo. Con equipos livianos ideales para sentir más la pelea en el comienzo de la temporada, la tarde trajo otras truchas, en general arcoíris bravas de entre kilo y kilo y medio, aunque cada tanto salía una marrón más grande. Todas fueron devueltas.

Cordero al asado. Foto: Juan Thomes

A la noche se juntaron alrededor del fogón, el Cordobés y Seba cocinaron al asador el cordero que le compraron a un criancero por 6.500 pesos. Lo trajo a caballo, el facón a la cintura y el gesto amable. La sobremesa fue el momento de anécdotas y carcajadas. La hora ideal para escuchar la historia del grupo Limay Medio Desembocadura.

Seba, Gabo, Víctor: sonrisas a bordo. Foto: Juan Thomes.

LMD está integrado por doce amigos de Cipolletti, Neuquén, Centenario, Cinco Saltos, Fernández Oro y Roca con distintos oficios y profesiones unidos por su pasión por la pesca y el respeto al resto de los códigos: darle una mano al otro cuando hace falta, poner el hombro, buena onda. Basta mirarlos para darse cuenta: ser parte los llena de orgullo.

¿Cómo llegaron hasta acá? “Mi viejo a los 8 años me integró a su grupo y me transmitió la pasión por la pesca. Unos 10 años atrás navegamos 12 km con él para llegar a este lugar -relata Pablo-. Y me enamoré: otro mundo, otro paisaje, Patagonia pura al lado del río. Y esas truchas. Empezamos a venir con los amigos de campamento. Hasta que una vez dejamos una carpa armada y después dijimos vamos a armar algo. Y armamos el refugio”.  

Seba se prepara. Detrás, el refugio. Foto: Juan Thomes

Juntos lo construyeron con placas de Osb sobre hileras de tres palets apilados por si se viene el agua, que supo llegar hasta ahí pero ahora está un metro por debajo de su nivel habitual, por las pocas lluvias y nevadas, pero también porque depende de la erogación de las represas.

El techo de la construcción es de chapa de zinc y desde el año pasado disfrutan de la conexión 4G y en este instalaron una pantalla solar que genera electricidad. “Estamos fenómeno, no necesitamos nada más”, dice Pablo con una sonrisa.

Gabo, Pablo, Víctor, Paulo y Seba. Foto: Juan Thomes

En una de las paredes cuelga la bandera argentina dedicada a la banda de LMD con la firma del Chapu Nocioni, ícono de la Generación Dorada del básquet, que invitado por un amigo se dio el gusto de visitarlos y pescar una buena marrón. Eso sí, con su 2,03, en la lancha había que pedirle que se encogiera un poco. “Sino no veía nada”, se ríe Pablo. “Buena onda el Chapu, se integró como uno más”, agrega antes de irse a dormir a uno de los dos carpones con catres y colchones. Pronto lo seguiría el resto.

El amanecer prometía una jornada cálida. Mientras calentaban el agua del mate en una pava ennegrecida por los años de servicio, los amigos decidían la ruta del día. La primera escala fue cerca del campamento viejo, divididos en las dos lanchas.

Los waders se secan a la espera de la próxima salida. Foto: Juan Thomes.

Después, el lugar escogido fue la zona que llaman la S unos seis km aguas arriba, donde el río se ensancha en una curva que ofrece una opción más linda que la otra y entonces volvieron los sapucai. Ahí salió otra marrón de buen porte que pescó Pablo, aunque todos tuvieron sus piques.

La marrón del segundo día. Foto: Juan Thomes

De regreso en el refugio, el Cordobés preparó unas exquisitas empanadas de cordero: a lo que sobró de la cena le agregó huevo. Seba, que es chofer de ambulancia en el hospital de Centenario, contó que llevaba seis meses esperando este momento. “Qué lindo es esto”, decía, feliz con el reencuentro y los días de pesca con los amigos.

Devolución. Foto: Juan Thomes

Lo mismo que valoraban todos, como Gabo, que trabaja como repartidor de bebidas, llega hasta Añelo desde el Valle y contrastaba el estrés de las rutas y las cobranzas a esta paz, esta felicidad y camaradería.

De regreso al campamento. Foto: Juan Thomes

Otros son profesionales y Pablo tiene un taller de chapa y pintura en Cipolletti y una clientela fija como guía de pesca en la temporada. Pero el comienzo en noviembre y el final en mayo son días sagrados para los amigos. “Esto no se cambia por nada”, dice.

Pescando al atardecer. Foto: Juan Thomes

Después de las truchas del atardecer, siguieron unos sandwiches y a meterse en la bolsa de dormir. Y soñar, como siempre, que mañana picará la trucha de sus vidas.


El acceso a las costas es un tema que preocupa a los pescadores en toda la región. En el caso del Limay Medio, del lado neuquino hay dos posibilidades. La primera, en el delta de la desembocadura, el camping Media Luna que cobra 1.000 pesos la entrada y 200 por día para acampar a metros del brazo del río que está tan bajo que de momento no se puede navegar y hay que caminar tres km hasta el cauce principal o cruzarlo en camioneta. La segunda, el camping Fortín Nogueira en el otro extremo, cerca de la represa Pichi Picún Leufú, donde la entrada cuesta 1.500 pesos. Es posible pescar sin cargo desde el puente de la represa. Del lado rionegrino en el camino público que va a Naupa Huen hay campos y puestos que por lo general no permiten pasar o cobran.

Con el río bajo, de momento está complicado para acceder embarcado remontando el río desde el embalse Ramos Mexía. Desde la Asociación de Pesca con Mosca de Neuquén se presentaron propuestas para que los pescadores tengan otras chances de llegar a la costa.

Más fotos y videos: https://www.instagram.com/pablo_blasco_flycast/


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