La increíble experiencia de viajar en el Tren Patagónico: de la cordillera al mar en Río Negro

Al subir al vagón, el tiempo se detiene y la luna es el único faro que guía el camino. Una travesía mítica, de contemplación y retrospección. Viajar sin parar sobre rieles por los paisajes infinitos de Río Negro. Una historia en primera persona.

Esa tarde de mayo, el reloj del andén de la estación de Bariloche se detuvo a las 17 horas para ofrecernos un viaje sin tiempo ni espacio. Atravesamos la nada y el todo, la inmensidad y el horizonte sin final, en 827 kilómetros de punta a punta. Veinte horas atravesando la estepa patagónica, uniendo el océano con la cordillera. 

Innumerables veces nos habíamos preguntado, ¿Cómo sería viajar en el tiempo?. Quizás la respuesta nadie la tendrá, pero la experiencia más cercana podría vivirse y sentirse en la mismísima piel al entrar al frío y antiguo vagón del Tren Patagónico.

En este viaje fuimos dos. Partimos desde Bariloche, de este a oeste con destino a Viedma. Desde los andenes, turistas, familias, viajeros, mochileros y habitantes de los pueblos de la región sur esperamos la llegada del tren para emprender el recorrido, en medio de un clima de adrenalina y euforia. 

Montañas de equipaje y mochilas cargadas de sueños y ansiedades. Ya se sentía, estaba llegando. El ritmo característico de los vagones se puso en marcha en la vía y pudimos ver cómo cargaban un arsenal de autos. La locomotora se detuvo para levantarnos y por fin, llegaba el momento de conocerlo por dentro. 

Con boleto en mano para abordar por clase, primera, pullman, camarotes, parecía otra época. La nota la dieron los niños y niñas maravillados y corriendo por los pasillos brillantes y encerados, vestidos de gala para recibirnos. 

El camarote nos recibió con una comodísima butaca que se convertía en dos camas marineras. Amplios portaequipajes, una mesa convertible y mobiliario estilo vintage para guardar ropa. En esa pequeña habitación con un amplio ventanal, no somos nosotros, estamos en la década de los 60 o 70. 

A metros, cambiando de vagón, un restaurante y espacio común para compartir con los pasajeros donde una pareja de abuelos con sus nietos disfrutaron la experiencia de merendar a bordo de la locomotora entre miles de preguntas y por qués de los más chiquitos.

Así empezó el viaje en una línea casi recta que atravesó el mapa entero, con paisajes sumamente diversos pero unidos en su esencia: abundantes, silenciosos, solitarios, majestuosos. No hay que olvidar que el “tren del tiempo” te lleva a recorrer lo ancho de un país. 

Obnubilada por la vista que me ofrece la ventana, avanzamos como máximo a 80 kilómetros por hora. A lo lejos, vi una liebre corriendo a la par. Nos seguía. Me emocioné porque no podía creer que ese sea territorio rionegrino, hogar por elección; así desnudo, natural, desde otra perspectiva. 

En medio de los bosques de pinos y flora cordillerana, ya asentados con la compañía del mate, no nos despegamos de la ventana ni un segundo y nos aproximamos a la primera parada: Pilcaniyeu. Una corta parada y una campana dio el aviso de que volvamos a nuestros asientos, que seguíamos viaje. Pasamos por Comallo, Clemente Onelli; ya de noche y con un frío que carcomía en pleno invierno. 

Las ventanas se empañaban. Las gotas caían. La inmensidad de los más recónditos paisajes patagónicos se apreciaba con emoción enmarcada en las ventanas del tren. La proporción justa de realidad, delineada para la estupefacción de las miradas anonadadas de los visitantes. 

Con pistas de nieve, animales, caballos y vacas y un cielo acuarela nos avisó que ya estaba cayendo el día. En los solitarios pueblos, los vecinos nos saludaban y se alegraban al pasar el tren. Adentro todo era curiosidad y calma. 

La Luna fue el único faro en el camino. Iluminada y enorme, nos visitó en medio de la oscuridad abrasadora. Nos aferramos a su rastro escuchando una hermosa zamba. El mítico viaje de contemplación, reflexión y descanso estaba en su máximo esplendor. 

Ya en medio de los sueños, acostados en el camarote con sábanas blancas y preciosamente bordadas, el cuerpo permanecía en viaje por Jacobacci, Maquinchao, Los Menucos y Sierra Colorada, pero el inconsciente volaba y soñaba profundamente. Un querido amigo que ya no está, me vino a visitar. Quizás él también estaba compartiendo ese viaje con nosotros. Las lágrimas contenidas, finalmente encontraron la excusa para brotar.

Cada tanto, en medio de la noche, las vías nos hacían saber que estábamos ahí. Pequeños saltos abruptos y un sonido de marcha persistente. No sabíamos dónde estábamos ni que hora era, no hay señal a mitad, pero estamos tranquilos. 

Luego de Ramos Mexía y Valcheta, empezaba a amanecer. Casi sintiendo olor a mar, llegamos a San Antonio Oeste en pleno día con una larga y llana parada. Ya estaba terminado el viaje y la nostalgia no se iba: solo faltaba Viedma, la última estación.

Recorrer el casco céntrico e histórico de Viedma, la costanera del río Negro que atraviesa 600 kilómetros y una tarde en Carmen de Patagones es cita obligada al bajar del tren.

Y desde allí no puede faltar el broche de oro. A 30 kilómetros nos esperaba el mar. El Cóndor, una playa hermosa de acantilados y loros barranqueros donde se une el río con el océano Atlántico.

Desde pequeña algo me pasa que al ver un tren, el sonido y la vibración hacen que el tiempo se detenga y una satisfacción enorme me inunda. Eso mismo sentí al viajar en el tren Patagónico. Es ver la película completa de un territorio sin fin. Lugares y momentos, realmente mágicos. No alcanzan las fotos y las palabras para describir lo que se ve, pero lo que se siente en el pecho es la sensación de calma y libertad; y es música para mis oídos.  

Cómo comprar los pasajes en el Tren Patagónico


En septiembre, el Tren Patagónico descarriló en el kilómetro 805, cerca de la estación de Ñirihuau y la semana pasada anunció que reanudaban sus operaciones. Volvió a funcionar al concluir los trabajos de mantenimiento y verificación de vías.

En el verano pasado, el servicio funcionó con un 100% de ocupación y el 15% de los pasajeros fueron extranjeros. Y el resto del año, las formaciones partieron también con muy buen nivel de ocupación. Para comprar los pasajes hay que entrar a la pagina web de Tren Patagónico.

El servicio comienza en Viedma, capital de Río Negro, para finalizar en San Carlos de Bariloche; o viceversa; luego de 18 horas de viaje. Para comprar los pasajes hay que entrar a la pagina web y se recomiendo estar atentos cuando salen a la venta porque se suelen vender muy rápido.

Desde Viedma los servicios parten los viernes a las 18, mientras que desde Bariloche lo hacen los domingos a las 17. El recorrido es de 821 kilómetros en total y el viaje dura 18 horas y 28 minutos mientras se atraviesa la estepa patagónica.

En Ciudad Autónoma de Buenos Aires también tienen una oficina en Reconquista 554 y el teléfono es 01143281394. Email donde toman reservas es: ventas@trenpatagonicosa.com.ar.


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