China y su jungla de bicicletas

Fui a China por primera vez, invitado por el gobierno chino, a mediados de la década de los 80. El formidable milagro económico que hoy está a la vista aún no se había producido. Era una promesa a cumplir.

En las calles de Beijing había muy pocos autos, y casi todos eran entonces japoneses y operaban para y desde el Estado. Y una suerte de triciclo-tractorcito pululaba absolutamente por todas partes, echando un humo aceitoso y tirando acoplados en los que se acomodaba, como podía realmente, la gente para moverse dentro y fuera de la ciudad.

La mayoría de los residentes de la capital china ya entonces se movilizaba en bicicleta. Alquilé una y tuve que dejar mi pasaporte como garantía.

Pero las bicicletas eran millones y generaban flujos anchos de tránsito (verdaderos ríos) de los que no era nada fácil salir cuando uno llegaba a su circunstancial destino. Con mis facciones occidentales yo era notoriamente distinto y, por ello, muchos me miraban con una mal disimulada curiosidad. Pero todos me respetaban, sin agresiones de ningún tipo. Advirtiendo que ciertamente era “sapo de otro pozo”.

Hoy esa China no existe más. Hay otra, moderna, pujante y potencia mundial. Disciplinada. Trabajadora, además. Admirable, en muchos aspectos. Pero todavía sin libertades civiles ni políticas. Aún bien lejos de la democracia.

Los chinos tienen, en mi opinión, una verdadera fijación con las bicicletas. Alquilarlas hoy es muy sencillo. Sólo hace falta bajar una aplicación en el teléfono. Y se paga electrónicamente.

Las bicicletas están por todas partes. Bien y mal ubicadas. Desordenadamente. Ocurre que no hay espacios especiales para dejarlas o estacionarlas. Hablamos de millones de bicicletas desparramadas sin mayor orden.

Ahora los chinos exportan el negocio de alquilar bicicletas. Una enorme empresa dedicada a ello: Ofo acaba de desembarcar en los EEUU. Ya puso mil bicicletas en las calles de Seattle, la más oriental de las ciudades norteamericanas.

Con su rival: Mobike, se están expandiendo velozmente por todo el mundo. Seguramente pronto alguna de ellas estará apuntando a nuestro gran mercado, la ciudad de Buenos Aires.

Muchos creen que hay que cuidarse de ellas, como de las plagas. Porque ensucian con bicicletas, rotas y sanas, completas o desguazadas, absolutamente todos los rincones de las ciudades. Y cada una de esas dos empresas opera con más de siete millones de bicicletas.

Para advertir el tamaño de las dos operaciones al que nos referimos recordemos solamente que en la ciudad de Nueva York hay unas 10.000 bicicletas. En Beijing hay hoy unas 700.000. Y están, realmente tiradas, por todas partes. Anárquicamente. Y eso, por sus excesos, es una forma clara de contaminar el medio ambiente, de la que debemos cuidarnos. Para evitar que la improvisación luego conforme un gigantesco problema para todos.

Seguramente muy pronto este tipo de negocio ciclista reemplazará al ya obsoleto modelo porteño, subsidiado por el Estado.

La idea de las empresas chinas es la de operar con las autoridades municipales de los lugares en los que se establecen. Pedirles que estimen el número de bicicletas que cada ciudad puede absorber sin mayores problemas.

Además, no cobran los viajes cortos. El tema más difícil de encarar es el de qué hacer con las bicicletas, cuando ellas no se están usando y como evitar que se conviertan en una suerte de gran basural. Todo lo contrario a la arrogancia de Uber, que primero comienza a operar y luego se sienta con las autoridades para ver cómo se resuelven los distintos problemas que, en los hechos, ya se han generado.

La mencionada Ofo, una empresa que hoy aparentemente vale algo más de tres billones de dólares, es más respetuosa y proclive a evitar conflictos innecesarios. Tomando siempre en cuenta, desde el vamos mismo, a las autoridades municipales de los mercados en los que estratégicamente decide operar.

Como consecuencia de esto, cada vez hay menos dueños individuales de bicicletas. Ocurre que ellas están disponibles realmente para todos, a muy bajo costo.

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.


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