Un coro desafinado

A esta altura, uno ya no sabe qué es peor. Si el juego de la selección o las declaraciones del Patón Bauza. No lo digo para sumarme al cartel que leo en el canal C5N mientras escribo estas líneas y que se pregunta: “¿Se tiene que ir Bauza?”. No asumió en las mejores condiciones, sabemos. Fue por descarte. Y acaso más por una recomendación que llegó desde el poder político que desde el fútbol mismo. Pero tampoco es bueno para él desgastar su figura con palabras tan inútiles. Las que pronunció antes del partido (“no sé que haré después de ganar el Mundial”). Y las que dijo luego (“jugamos brillante, diez puntos”). Son palabras que, para peor, hacen más ruido porque en el medio está el silencio de sus jugadores, que siguen sin hablar. Pero son palabras. ¿Y si habláramos mejor del juego?

“Bauza –me dice un exjugador de peso– renunció el jueves de entrada a la pelota porque no sabría qué hacer con ella”. Mejor, entonces, que la tenga el rival. Y que, apenas se equivoque, aprovechemos el error para ver si hacemos la diferencia. Los llamados “cuatro fantásticos” podrán serlo en sus respectivos equipos. Equipos que, sabemos, eligen casi siempre tener la pelota. Suena algo obvio que, si la selección renuncia al balón, su funcionamiento pasa a ser otro. Había algo que parecía obvio para casi todos. Que Ever Banega venía justo en un buen momento en Inter y que, ausente Dybala, podía ser un buen socio de Messi en la generación de juego. No. Bauza eligió a Agüero. Para demostrar, una vez más, que su eficacia se complica si ya hay otro delantero que ocupa el centro del ataque. Para colmo, Higuaín terminó tan frustrado que terminó dándole razón a los que citan argumentos casi sicológicos para explicar por qué no es el mismo que en Italia.

Más frustrado pareció terminar Messi, insultando inclusive a un línea. Fue, como siempre, la única luz cuando la pelota llegó a sus pies. Hasta que también él pareció tirar la toalla. Argentina terminó jugando uno de sus peores partidos. Ahora viene La Paz. Bauza ya avisó que buscará “cortar, cortar y cortar” el juego, aguantar 70 minutos el 0-0 y buscar en los últimos 20 un gol acaso de pelota parada. Un canto al optimismo. El problema es que un equipo es como un coro. Y este coro suena cada vez más desafinado.


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