Vaca Narvaja: De Laguna Paiva a Viedma

Columnistas

Lo confesó semana atrás. Lo hizo con el estilo, la gestualidad, el tono monocorde que le viene de cuna de tramado aristocrática.

Cuna cordobesa. Esa Córdoba que tanto detestaba Sarmiento por el perfil propio con que había dibujado su perfil en un país que se hacía y deshacía en luchas intestinas.

-Nunca pensé llegar a los 64, menos ser abuelo – dijo Fernando Vaca Narvaja.

Seguramente menos lo pensó aquel día de octubre del ´69 en la santafecina Laguna Paiva, cuando tras colocar con maniática prolijidad un par de caños en una vía, se replegó con tanta desprolijidad que perdió los documentos. Sí, el tren de carga descarriló suavemente. No hubo víctimas. Y los ferroviarios de ese nudo de rieles y señales que distribuye tráfico en distintas direcciones, quedaron contentos.

Pero él, ni lento ni perezoso, partió rumbo a un corto exilio en Bolivia. Exilio corto, sí. Exilio, sinónimo de “tiempo de contener orines”, escribió un republicano cabal y talentoso: Jorge Semprún.

Exilio para volver, claro. Y para el caso de Fernando Vaca Narvaja, flojo de papeles.

Y seguramente aquella furiosa tarde de agosto del ´72 en Rawson Fernando Vaca Narvaja tampoco tuvo tiempo para pensar si llegaría a los 64 y a abuelo. Esa huída de la cárcel junto con las cúpulas del ERP, Montoneros y FAP. Huída que sigue atravesando la historia con vitalidad renovada por una masacre preludió los tiempos de sangre que llegarían en los años por venir.

Y quizá tampoco pensó en la tercera edad esa mañana del ´76, cuando al borde de un R 6, sus reflejos le ratificaron su lealtad. Dobló. Y ahí estaba Alfredo Astiz y un grupo de tarea de la Esma. La balacera buscó rápido su semejanza en los entreveros de Pancho Villa. Y Fernando Vaca Narvaja se replegó jugado a cara o cruz con la muerte. Y con un plomo de 9 mm en su hombro izquierdo.

Y los años siguieron pasando. Se fue la dictadura. Llegó la democracia. Y en diciembre del ´87, cuando en un lindo restaurante de Marina Hemingway – La Habana -, quien escribe estas líneas le preguntó por aquel fiero encontronazo con la Esma, dijo: “En esos casos, la adrenalina no te puede derrotar”. Luego, tomó por el hombro a su esposa. Una mujer de rostro suave y que lucía un sobrio vestido de hilo de blanco inmaculado.

Y la conversación siguió saludablemente empecinada en la historia argentina. La lejana. Y la que aún palpitaba…l

Un año después, cruzado un mediodía, un bigotudo con campera de cuero abierta color de diarrea de bebé, bajó de un Falcon y entró al hall del edificio que ocupaba en aquel entonces la agencia del diario “Río Negro”.

-¿Andrea? Soy de la Policía Federal, señorita. Custodio de los señores Vaca Narvaja y “El pelado” Perdía – le dijo a Andrea, alma mater de la administración de la agencia mientras aquellos se acercaban.

– Sí, sí, los estaba esperando. Subamos, arriba los van a entrevistar – señaló Andrea. Y subieron.

El Federal entró primero a las oficinas. Revisó el lugar con la mirada. Luego dio luz verde a sus custodiados para que ingresaran. Ambos volvían de lo que sería su último y más largo exilio…

– ¡Quién hubiera dicho: con culatas de la Federal! – reflexionó este diario mientras saludaba a los ex montos y aquel oficial se retiraba a un rincón. Y cada tanto se acomodaba el cuello de la camisa. Movimientos de mandíbula. Y corregía la sobaquera de la que se entreveía una Magnun 357.

-Orden de don Raúl Alfonsín: custodia – respondió Perdía.

-¿Y ahora qué?…

-¡Política, nacimos en la política. Haremos política! …con calma, pero estaremos ahí, que es estar en la sociedad, en sus problemas – reflexionó Vaca Narvaja.

Luego, un encuentro que duró más de dos horas. Y una entrevista que días después se publicó a dos páginas.

Fernando Vaca Narvaja no había llegado a los 64. Ni le habían llegado nietos.

Ahora, ministro de Obras Públicas de Río Negro.

De aquellos caños de Laguna Paiva a Viedma.

No pasó en puntas de pie por la historia. Tiene responsabilidades sobre la tragedia que vivió este país en los años ´70, Montoneros las tiene. Pero sólo desde una mirada mezquina, rústica, ajena a toda argumentación sólida y fundamentalmente prejuiciosa, puede acreditársele a aquellos jóvenes, el absoluto de la responsabilidad.

A Fernando Vaca Narvaja simplemente se comprometió con su tiempo.

Y le tocó ser joven en tiempos de épicas casi borgeanas. La épica de aquel Poema Conjetural…el de “Zumban las balas en la tarde última / Hay viento y hay cenizas en el viento….”

Porque la historia política de Argentina es un derroche de “balas” y “tarde última…”

Nada comenzó con Montoneros. Simplemente siguió.

Y él – sorteando y tirando balas -, llegó a los 64. Y a abuelo.

Carlos Torrengo

carlostorrengo@hotmail.com


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