La capital de los sueños emergentes

Cemento, el recuerdo de un lugar mágico, emblemático y brutal

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno…

Nada hubiera sido igual para el rock sin ese depositario primordial de los sueños emergentes llamado Cemento, la síntesis perfecta de un lugar inolvidable que supo fusionar el under, la creatividad y el renacer de una cultura aplastada por una dictadura aún humeante y en retirada, pero no tanto.

El lugar en donde todo era posible, fue hecho película por el realizador Lisandro Carcavallo quien lo bautizó simplemente como “Cemento, el documental”. El filme vio la luz el último miércoles en el mismo espacio físico donde funcionó desde 1985 hasta el 2004. Ese lugar mágico, emblemático y brutal que hoy es un estacionamiento, nació por necesidad y murió después de la tragedia de Cromañon, atravesado por la figura de Omar Chabán. Héroe y villano de una historia con un final demasiado triste.

Cuando Chabán abrió Cemento en el barrio de San Telmo (Estados Unidos 1234), quizás ni él mismo pensó que crearía lo que el rionegrino Fernando Noy, el poeta maldito del under de aquellos años, bien describiría en el documental: “Cemento es un estado poético, es la capital de los sueños”. Sería en ese espacio inmenso, frío, gris y envuelto en un aura inexplicable donde se le daría forma a las más importantes bandas de rock que vendrían después, y también a las movidas teatrales que hizo de Batato Barea, las Gambas al Ajillo y La Organización Negra, íconos imborrables de una época brillante e irrepetible.

El contexto político-social de aquellos años hizo su parte para que todo germinara. La democracia transitaba sus primeros pasos posdictadura y todo estaba por descubrirse. El caldo de cultivo cultural se cocinaba en una olla sin dimensiones y el fuego lo ponía Cemento.

Allí, cualquier expresión artística era siempre bien recibida. No eran tiempos de medir el grado de calidad del producto, alcanzaba con la manifestación. Tantos años de oscuridad habían provocado que todo brotara insistentemente.

En la vida interior de Cemento se moldearon criaturas como Sumo, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Bersuit Vergarabat, Los Violadores, Catupecu, Todos Tus Muertos o los Ratones Paranoicos. Bandas necesarias que llegaron para compartir el altar del rock con santos intocables como Charly o Spinetta. Cemento fue la usina que canalizó la energía del rock. Sea punk, heavy, dark o simplemente rock. Los cobijó a todos en un tiempo carente de sectarismos.

El que iba a ver a Riff, cuando tocaba TTM se sacaba la campera de cuero y se colgaba un alfiler de gancho en la oreja izquierda. O el que se delineaba los ojos si Perdón Amadeus era el que asaltaba las tablas. Cemento podía con todos.

En su larguísima barra, copa en mano, descansaron los brazos de todo aquel quiso saber qué era el under, sin saber que eso era el mismísimo under. No había conciencia para ello, no hacía falta.

Cemento eran sus gradas, donde Chabán leía en plena movida detrás de sus anteojos de marco blanco mientras la banda de turno copaba el escenario, la tierra prometida de todos los grupos de rock de la época. Sin excepción. Era Katja Alemann, pareja por entonces y socia de Chabán, quien sacaba a pasear sus curvas de tanto en tanto con algún unipersonal.

Cemento eran sus paredes húmedas, sus baños imposibles y sus muros sin un centímetro virgen de pintura en aerosol. Nunca tuvo glamour, se sentía cómodo en su bravura. Tenía sus propias reglas. Era el Mundo Cemento. Las noches de San Telmo, arrabal de tangueros compadritos, milonga y adoquín, fueron testigos de la creación de un nuevo orden. Cemento fue el astro rey, el resto del barrio orbitaba y algunos vecinos maldecían.

El quiosquero de la esquina, que atento a la grilla, se surtía de petacas de ginebra si tocaba Sumo y de licor de café al cognac si los que roqueaban eran los Redondos.

También sabía el gallego del bar de Estados Unidos y Bernando de Irigoyen que tenía que armarse de paciencia cuando en las primeras horas de la mañana se le juntaban la mesa noctámbula con los parroquianos de diario bajo el brazo.

Cemento fue el estandarte vital de los primeros años luego de la oscuridad castrense, donde tras sus muros se respiró creatividad pero fundamentalmente libertad. Todo estaba por hacerse y Cemento fue esa fábrica que materializó ideas, sueños y locuras. Y lo hizo rock.

El caldo de cultivo cultural se cocinaba en una olla sin dimensiones y el fuego lo ponía Cemento. Cualquier expresión artística era siempre bien recibida.

Datos

El caldo de cultivo cultural se cocinaba en una olla sin dimensiones y el fuego lo ponía Cemento. Cualquier expresión artística era siempre bien recibida.

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