El hermano menor del militante

Rock y dictadura, teatro y dictadura, fútbol y dictadura, y así. ¿Todos estuvieron a la altura de la “cima épica” de resistencia al llamado “Proceso”? La cultura democrática, bajo la hegemonía de los vencidos, construyó cada vez más un relato de víctimas y victimarios perfectos, sin tanto lugar para los grises. Recuerdo la tapa de la revista “Humor” incitando a los hijos: ¿qué hiciste papá durante la dictadura? Entonces, “qué hizo el rock”, esa revisación médica, no se responde fácil, porque es un viaje a la sociabilidad compleja de esos años. El rock en la dictadura, por lo pronto, existió.

Cuando murió Spinetta en “6, 7, 8” lo homenajearon musicalizando la dictadura a través de las canciones del disco de Invisible “El jardín de los presentes”, donde parecía lanzar referencias políticas. Lo insoportable parecía ser no aceptar que Spinetta en canciones como “Los libros de la buena memoria” o “Las golondrinas de Plaza de Mayo” no cifraba señales de 1976. De hecho, tras el informe, Mariana Moyano hizo la justa salvedad y aclaró que Spinetta no estaba hablando de la política represiva en ese disco del 76. El propio Spinetta (que era mil cosas y nunca un demagogo) dijo años después en una entrevista: “En las épocas en que yo sentí más cerca el dolor de esa gente que sufría atrocidades e injusticias hice las canciones más místicas y líricas de todas, porque la manera de resarcirme del sufrimiento no era ponerme a hablar de eso y seguir embadurnando con la mierda de otros mi creación”. Spinetta se ajusta contra la demanda de un “arte comprometido” que ahoga, y que ahoga tanto como desde el otro extremo ahogan quienes sólo militan la “autonomía del arte”. Spinetta sabía: un amigo personal había caído en los garfios de la represión. ¿Y entonces? Sus discos estaban ahí, ni tan ajenos a la Plaza de Mayo ni tan dichosos de la crónica urbana del horror.

Frente a esto se puede hacer un contrapeso monótono: Charly García, al que se le adosó la metáfora de “antena” del “inconsciente colectivo”. ¿Por qué? García grabó canciones de época esenciales. En “Instituciones” (Sui Generis, 1974) pintó un mosaico de la Argentina de Isabel y López Rega, en “La grasa de las capitales” (Serú Girán, 1979) enarboló postales de una “nueva juventud” pacificada a palos y arrojada a los brazos del mercado y en “Clics modernos” (1983) unió las dos líneas de la primavera democrática: la melancolía y el deseo de modernidad… ¡que el país se ponga a colores! Pero Spinetta fue un sismógrafo, un detector de temblores. Si no, escuchemos “Artaud”, “Kamikaze” o “Téster de violencia”.

El rock de los 70 no fue un perseguido político, aunque se haya “exiliado”. León Gieco contó que se enteró del grado de represión en Europa en 1978, a pesar de que se había ido de un país que lo prohibía y asediaba. El Gieco bitácora de las memorias correctas se construyó post-83. El rock reunió una sensibilidad subterránea que atravesó la época, una memoria tóxica, lúcida, y un arte por momentos furiosamente autónomo y por momentos en sincronía con las energías insurgentes. Entonces, ¿el rock “sabía”? ¿Sabía algo y se movía entre la prudencia, la ignorancia y las resistencias posibles? El rock fue el hermano menor del militante, asfixiado por la opresión, por el desierto de la ciudad, asumía sin pudor el miedo de vivir en la Argentina. No tenía un mercado tan importante como para imponerse ni uno tan pequeño como para extinguirse. Existía, tocaba, bailaba, se iba, volvía, “decía”, ¡cantaba “Canción de Alicia”!. Mantuvo la llama de una “astilla de la sociedad civil” mientras el Estado libraba su guerra sucia contra las militancias políticas. Su palabra fue “sobrevivencia”, en su circuito de recitales, comercios, lecturas, representó un “modo de vivir” en el mientras tanto de la represión profunda (¿o qué era sino la agenda ecológica de la revista “Expreso Imaginario”?) que desembocó en multitudes desde 1982: “La Balsa” eran los gomones del Belgrano, el naufragio era la Argentina.

¿Qué grado de politización tuvo? La respuesta es relativa: depende quién, qué grupo, cuándo; no es lo mismo La Pesada que Vivencia, ni Aquelarre que El reloj. No hubo un rock del PC (como ese folclore programático del canto campesino en el país industrial), ni de la Jotapé (por más peronismo de Nebbia o Pajarito Zaguri). Tuvo “puntos de vista” sobre la época, escribió una historia entrecortada de las juventudes argentinas en músicas, letras, artes de tapa, poemas, manifiestos, y fue, sí, una caja de resonancia de lo que nació en los 60: la juventud, ese oscuro objeto del deseo del mercado y ese oscuro sujeto del deseo político. Como los soldados de Perón, los putos y faloperos también estuvieron en el campo de batalla. ¿O “Desatormentándonos” de Pescado Rabioso no refleja más la convulsión de Trelew que un disco del Cuarteto Zupay? Para mí, que soy, como muchos treintañeros, un hijo de la guerra, tienen más información instintiva estos discos “progresivos” que las cantatas folclóricas.

¡Larga vida al sol!

Opiniones

Martín Rodríguez –

@Tintalimon


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