El día en que “Coco” se hizo cocinero de esquila

Es de Valcheta y se crió en el campo. Pasó por todas las tareas en la esquila: peinero, agarrador y esquilador. La vida lo puso en una encrucijada y supo resolverla.

Comparsa de Esquiladores de la Línea Sur

“Siempre aprendí mirando”, cuenta “Coco” Peinepil, una mano con la espumadera dentro de la olla de hierro y la otra en un palo para acerca las brasas.

Apenas llega al metro sesenta de estatura, pero ahora está doblado, con las rodillas quebradas y la mirada por debajo de la visera mientras remueve. Afuera sopla el viento fresco de la cordillera. Adentro, el aroma del puchero de esquila inunda el galón.

El oficio de cocinero en las campañas no es para cualquiera. Hay que ser metódico, tranquilo y manejar bien fino los ritmos de trabajo de los esquiladores, que se dividen en cuatro turnos. En cada descanso la comida debe estar lista, ser abundante y nunca puede estar fría.

Todos las tardes Peinepil carnea un capón, el alimento base de la cocina. Se lo pide al encargado del campo.

Aquí nadie lo llama por su nombre: Edgardo. Sus compañeros le dicen “Coco”. Y le advierten a quien no lo conoce que el hombre de voz aflautada y bajita no oye bien. Nada de eso le juega en contra para convertirlo en el personaje más querido en la comparsa de Adolfo Alonso, compuesta por 14 trabajadores.

La jornada del cocinero se divide así: “empezamos bien temprano con el café o mate. Cerca de la diez viene el churrasco, después, al mediodía llegan los fideos con salsa y trozos de capón o un guiso. A la tarde tenemos el mate cocido y el churrasco y a la noche asado”, explica.

Para acompañar el plato siempre está presente la galleta de campo. Dura como piedra, pero si se la moja en la sopa recobra vida.

Faenando un capon. Foto: Andrés Maripe

En Rucu Luán, Maquinchao, donde esquilaron 5.000 ovejas en una semana, el cocinero no la tuvo fácil. En el campo sólo consiguió maderas de álamo para hacer fuego y las brasas no le rendían. Se la pasaba echando constantemente. “La leña buena es de algarrobo, matacebo, se mantienen más”, explica. Y enseguida añade que la de jarilla es la que le da mayor gusto al asado.

Edgardo Peinepil tiene 52 años, dos hijas y nació en un paraje cerca de Valcheta. Se crió en el campo cuidando chivas, ovejas y vacas. Conoce la actividad de la esquila de punta a punta, ya que fue peinero, agarrador, mesero y esquilador.

Fuera de las campañas cortas o largas -de septiembre a diciembre- trabajó en el Departamento de Aguas y en el matadero municipal de Valcheta.

Años atrás, un accidente grave lo dejó en coma durante un mes. El gancho en que movía una media res se desprendió y golpeó en su cabeza. Quedó medio sordo pero no perdió las mañas. Los médicos le impidieron que vuelva a esquilar y le explicaron que no podía volver a hacer fuerza porque su vida corría riesgo.

La idea del retiro jamás pasó por la cabeza de “Coco”. Fue así como se hizo cocinero de la comparsa. Y su vida sigue y sigue girando por los campos de la Linea Sur.

FOTO: ANDRES MARIPE

Definiciones de vida y gusto por lo que hace

Condiciones laborales: “A veces me dan un galpón donde cocinar. Pero en la mayoría no hay nada o muy poco espacio. No podés ni girar”.

Sus hijas. “Me retan porque sigo en esto. Me llaman y dicen: ´que tenés que andar jodiendo por ahí y pasar frío´. Pero esta es mi vida y lo que me gusta. Uno se renueva cuando llega el tiempo de la esquila”.

El campo. “La juventud no trabaja acá. Ellos tienen la fuerza y a nosotros ya nos duelen los huesos”.


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