Por qué Marcelo Miras sigue siendo uno de los mejores enólogos de la Patagonia

“El profesional del mundo de vino pone el acento en la jerarquización del merlot, habla sobre su proyecto familiar y expresa que hay que defender “la idea”, siempre.

Por qué Marcelo Miras sigue siendo uno de los mejores enólogos de la Patagonia

“El profesional del mundo de vino pone el acento en la jerarquización del merlot, habla sobre su proyecto familiar y expresa que hay que defender “la idea”, siempre.

El día que me di cuenta que el vino me gustaba mucho fue tomando pinot.

El primer pinot que tomé con atención y curiosidad fue en una cena en el exrestaurante Las Torcazas de Cipolletti hace más de 15 años.

Recuerdo que la cena estuvo muy bien y que conocí a Eduardo Guini, un metre old school, luminoso, karateca de los protocolos y fanático de la historieta argentina que cuando murió no solo llenó todo de tristeza sino que se llevó un estilo fabuloso, vacante en muchas cocinas aún.

Mi primer recuerdo de pinot fue el puntapié al mundo vino. Tiene la impronta de Marcelo Miras, en aquellos años formando la enología de la bodega Del Fin Del Mundo y comenzando a escribir fuerte el caminito de Neuquén en materia de vinos.

Marcelo es un eslabón fundamental del correlato del vino en Río Negro. Capítulo profundo dentro de la historia vitivinícola de la Patagonia, creador de un estilo muy interesante, rescatista de cepas olvidadas y promotor de varietales que poca gente defiende.

Miras a esta altura es un patagónico con acento mendocino aunque sea oriundo de San Rafael.

Luego de transitar bodegas prestigiosas como Humberto Canale y Fin Del Mundo y haber asesorado infinidad de proyectos, Marcelo está más sabio.

Los años recorridos han sido de aprendizaje. Ahora entregado al proyecto familiar de la bodega Miras puede darse el lujo de hacer los vinos que desea mientras habla con su hijo Pablo, otra pieza clave, sobre qué hacer con tal o cual cosa de tal o cual vino.

Bodega Familia Miras es eso. Toda la parentela entregada a la causa. El esfuerzo del equipo lo sienten todos porque es así desde hace mucho.

Cuando vas a la bodega y tocás timbre te atienden ellos. Los mismos que etiquetan, hacen los vinos y ponen el cuero.

Los vinos son increíbles. Han evolucionado a un nivel maravilloso. En la línea joven la fruta manda. Verdaderas bombas de vino ligero y sabroso. En otro nivel, línea reserva, vinos con varios meses de madera, elegantes, con personalidad y mansos en el trato.

Flashback

Estoy tomando un pinot 2016, gozándolo como si fuese el último pinot del mundo y al lado mío está Miras, respondiendo unos mensajes por teléfono. Lo miro, observo y él sigue en lo suyo. Hemos compartido cenas en otras ciudades y en esta, almuerzos, viñedos, aviones, ha estado presente cuando me tatuaron una hoja de merlot en mi brazo hace un par de años y está ahí, al lado mío, el tipo por el cual comencé a tomar pinot y que elabora estas cosas tan conmovedoras. Mientras oxigeno la copa, Marcelo agita: “a la gente hay que enseñarle a pensar, yo aprendí mucho con Don Raúl De La Mota, temporadas de sabiduría”.

Marcelo me convida un semillón, que es mi cepa blanca favorita y me quedo olfateando la copa y mirando los destellos dorados y verdosos del vino, mientras me abstraigo por ese vino tan salino, tan campo de flores amarillas. “Hay que ser oportuno en la toma de decisiones, cuando se ralea, cuando se poda, cuando se cosecha, al elegir la técnica de elaboración, a la hora de los remontajes, las temperaturas, el invierno”, afirma. Marcelo es un filósofo, sus vinos están despojados de directivas, son elegantes y libres, no hay intermediarios que le quiten alma.

“Hay que prestarle más atención al merlot, hay que jerarquizarlo, si bien estamos muy contentos con el malbec y el cabernet, el merlot en Río Negro es increíble”, cuenta Marcelo mientras descorcha un Merlot. Los vinos de su bodega se exportan a EE.UU., Canadá, Brasil, Perú, Bolivia, Chile, Bélgica, Dinamarca, Alemania y China.

“Nos olvidamos de transmitir el vino, todo el trabajo de la viña, del campo, el tiempo invertido”, comparte. “Hago los vinos que me da la gana, cuando saltás el alambrado está la inmensidad, mis vinos desde Ocio hasta ahora han evolucionado muy bien”. Es cierto lo que dice, lo sé, los conozco y mientras apuro un sorbo de merlot se me ocurre preguntarle cómo se imagina los vinos del futuro. “Los vinos del futuro serán elegantes, bebibles, me los imagino como que al final te dejen pensando, apetecibles. Hay que escuchar al consumidor y siempre hay que defender la idea”.

Marcelo habla como un chamán, tira máximas, una mejor que la otra, como sus vinos, logrados con el esfuerzo de toda la familia y con un deseo de libertad que emociona. Es julio, el sol pega contra la bodega mientras los autos pasan sobre la Ruta 22 y el jueves parece un día fuera del tiempo.

Potente es el futuro mientras se sigan elaborando estos vinos. Con la elegancia, la libertad y la generosidad que hay detrás de cada etiqueta de vino de la familia Miras.


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