La Copa arrancó “torcida”

<b>Otra sorpresa: Brasil no pudo con Venezuela. Empezó con todo, pero se quedó en el complemento.</b>

Dani Alves, compañero de Messi en el Barcelona, sufrió con la movilidad de Arango.

LA PLATA (Sebastián Busader, enviado especial).- Brasil sufrió ayer la misma lección que Argentina el viernes: pensó que el partido del debut estaba ganado antes que el balón comience a rodar y su exceso de confianza le costó caro. El 0-0 ante Venezuela se abre no sólo como la segunda sorpresa de esta Copa América, también puede redefinir el grupo B de cara al futuro.

El proyecto de renovación que encara Mano Menezes comenzó con un mal paso en una tarde que acabó con miles y miles de silbidos torcedores. A la inversa, la cuestionada gestión de César Farías tuvo un fuerte espaldarazo. No es para menos: es la primera vez que la Vinotinto gana un punto ante Brasil en esta copa y el historia hablaba de una abrumadora superioridad (20 éxitos de Brasil, 1 empate y 1 triunfo venezolano).

Por eso el “Brasilero, brasilero, que amargado se te ve”, que bajaba de las tribunas sonaba a falacia. El pitazo final había decretado la ida a los vestuarios para el descanso y sólo había una certeza: Menezes tendría mucho para pensar y más para hablar.

Como Bolivia ante Argentina, Venezuela había logrado maniatar al gigante de 11 cabezas con el triunfo de lo colectivo sobre lo individual. El fútbol vinotinto, lejos de la brillantez, había conseguido jugar de igual a igual al vigente campeón.

Brasil se plantó en el blando y desparejo campo de juego platense con un flexible 4-2-2-2, con los 4 fantásticos (Ganso, Robinho, Neymar y Pato) prometiendo vértigo y goles sin cumplir, y en el medio con los dedicados Lucas y Ramires doblegándose para dar equilibrio. Arrancó con todo y generó tres claras con buenas combinaciones. Pero mientras arriba se divertía, atrás sufría por las dudas de sus pesados centrales (Lucio y Thiago Silva).

Venezuela, firme en el fondo y con el bueno de Tomás Rincón (lo mejor de la cancha) haciéndose eje y caudillo en el medio (se deglutió a Ganso, ayer en una versión trucha del peor Rai), creció y perdió los temores.

Quizá la historia hubiese sido diferente si sus atacantes, Rondón y Nicolás Fedor, le perdían respeto al flojo pero imponente Lucio. Brasil se frustró después de un tiro al travesaño de Pato, un contragolpe que terminó en definición de Robinho y clara mano del rústico Vizcarrondo que el árbitro no convalidó y otra arremetida que increíblemente desperdició Neymar, creada tras un aparente falta a Fedor. En este nivel cualquier detalle puede cambiar la historia. Aunque hasta ahí, Venezuela aguantaba y hasta se daba el lujo de preocupar.

Si se puede, si se puede vociferaban los simpatizantes venezolanos como canto de esperanza. A esa altura, sobre los 15 del complemento, el partido se había metido en una dimensión desconocida: Venezuela manejaba el balón, con cuidado y prestancia, sus volantes centrales crecían (Rincón y Lucena) y Brasil se aferraba a algún pelotazo salvador o a los destellos individuales, como la de Ramires a los 17, que acabó en una salvada providencial de un defensor tras un zurdazo de un Pato que a esa altura era gallareta.

Pero Venezuela era mejor equipo, César González se parecía más a Neymar que Neymar mismo y los argentinos que había en las canchas regodeaban a sus clásicos rivales con su propio canto de guerra: “Maradoooona, Maradoooona”.

La única falla de la Vinotinto fue no definir las situaciones que tuvo (con González y el flojo Arango) y aprovechar los gravísimos errores de la defensa de la Canarinha, que fueron muchos. Lo pudo ganar, aunque siga sonando increíble.

El final, desde ya, fue histórico. Los jugadores venezolanos, ya sin complejos, cabeza erguida y brazos en alto, recibían ofrendas impensadas desde las tribunas. Brasil, el de los cuatro fantásticos, se escapaba hacia los camarines con la mirada clavada en el piso.

DyN


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