Como las hormigas

Columna semanal

LA PEÑA

“El que no trabaja no come”. Esa era la consigna en la familia. El tiempo de los dulces era sinónimo de delicias esperadas durante todo el año, pero también de trabajo. Los movimientos solían empezar unos días antes, sobre todo con los preparativos de las hornallas para la cocción.

Eramos un buen número de primos y amigos, pero los amigos no contaban en esta cuestión porque ellos no estaban obligados a trabajar. Tal vez ni probarían los dulces. Por eso, había que achicar la lista y dentro de esa nómina, ver quiénes quedaban en realidad, porque había algunos que tenían grandes virtudes de escapistas y cuando menos nos dábamos cuenta desaparecían de la faz de la tierra.

Claro, no era lo mismo la cosecha de tomates, que se hacía de madrugada y no demandaba grandes esfuerzos, que la de higos que obligaba a subirse a las plantas, lidiar con ese líquido que larga la planta al cortar sus frutos que es pegajoso y encima bancarse las hormiguitas rojas coloradas que se metían en las partes más escondidas de nuestro ser.

Tampoco era lo mismo que cosechar nueces, donde lo que valía era la cancha, pero a la hora de pelarlas de la cáscara verde esa que tienen por encima de la que vemos como consumidores, quedábamos con las manos negras por una semana. La nuez exigía experiencia para la cosecha y muchas veces en un buen tiempo no cosechábamos ni la mitad de lo que podía recolectar alguien con experiencia.

Las limas eran un verdadero problema, terminábamos raspados como si nos hubiéramos metido en medio de las espinas. Es que los cítricos tienen plantas espinudas y cosecharlas implica también cuidar la planta, no golpear el fruto. Todo esto que yo resumo es bastante simple, pero no lo era tanto cuando uno estaba arriba del árbol recibiendo instrucciones de alguna tía o de nuestra abuela. Cortá aquella que está madura, esa no que la falta y así todo el tiempo. A veces hasta estábamos resignados a renunciar a nuestra cuota de dulce con tal de no recibir tanta orden, pero no era tan fácil zafar de esa invitación porque de un minuto al otro podía convertirse en una orden.

Recolectar tunas era tarea de expertos, generalmente no nos mandaban, pero como todas las cosas vedadas, nos despertaban curiosidad. Era complicado porque cada fruto tenía miles de espinitas invisibles y agarrar uno con la mano sin tomar recaudos implicaba estar con la mano llena de espinas por un montón de días, las que sólo las podían sacar con pinzas de depilar y una lupa.

El membrillo era más rústico y no exigía mucha experiencia, pero sí cuidados, porque la planta esta muy cargada de ramas que pinchan.

Lo cierto es que esto era apenas el inicio de la fase productiva hogareña, era apenas la cosecha que no se podía comer porque estaba destinada a los dulces que tendríamos en cada casa durante todo el invierno. Visto a la distancia parecíamos hormigas.

Los preparativos se ponían a full cuando estaban los frutos. No servía de nada planificar si no teníamos ni higos, ni limas ni membrillos. Las nueces eran para las tortas, así que sólo podíamos comer algunas.

En ese tiempo cada familia compraba o se asociaba para comprar lo que no había en casa, pero como frutales teníamos, compraban azúcar en bolsas de 50 kilos, recolectaban frascos de toda la familia y las tapas normalmente se reciclaban.

La industria casera funcionaba así, con mano de obra no tan calificada, es decir la nuestra, pero con mucha diversión. Costaba empezar la tarea, pero una vez en el baile lo hacíamos con diversión.

La paga era incomparable, a tal punto que esos dulces quedaron grabados no sólo en los aromas sino en el corazón, porque se hacían con sabiduría y mucho afecto.

Jorge Vergara

jvergara@rionegro.com.ar


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