«Alfonsín y los 25 años de democracia»

La exclamación de los presentes marcó el ingreso de Raúl Alfonsín en la Casa Rosada. Con grandes dificultades se sentó frente al público y a su anfitriona para contemplar el descubrimiento de su propio busto.

Fue en ese instante, hace apenas unas semanas, que los argentinos comenzamos a tomar verdadera dimensión de lo que significan veinticinco años de democracia. Este acontecimiento pobló de emoción y melancolía a todos los que fuimos a presenciar la ceremonia.

Era el recuerdo de la militancia, de la lucha contra la opresión más sangrienta que sufrió nuestro país. Era el recuerdo de una persona ejemplar que se paró frente a los dictadores para iniciar el camino definitivo de la recuperación democrática en la Argentina.

El 30 de octubre de 1983 salíamos de una violencia que se había instalado en el país con el terrorismo de Estado; miles de argentinos habían desaparecido.

Ese día los argentinos votamos por la vida y por la esperanza; por los sueños de construir una nación en la tolerancia y el diálogo.

Estos veinticinco años de democracia los recordaremos, sin duda, en la figura de Alfonsín. Lo recordarán los exiliados recibiendo su palabra y su amistad sin sectarismos en los distintos países en los que habían buscado refugio, lo recordará la militancia que, siguiendo ideas, jamás cobró por pintar leyendas en apoyo de su candidatura. Lo recordarán todos los que vieron en su calidad humana la mejor forma de luchar por las causas más nobles.

El 30 de octubre de 1983 se inició una marcha sin resentimientos pero con justicia, con la Conadep y el juicio a la junta de comandantes, hechos que no registraban antecedentes en el mundo. Cuando en la Casa de Gobierno vimos entrar a Raúl, las lágrimas no pidieron permiso. Era la evocación silenciosa de las multitudes acompañándolo en su gesta por la recuperación de una democracia que logramos para los tiempos.

Aun con la fragilidad de una enfermedad injusta pudo expresar con firmeza sus convicciones: «Tenemos la libertad, pero nos falta la igualdad; tenemos una democracia real, tangible, pero incompleta y por lo tanto insatisfactoria». Su agudeza intelectual y su ubicación profundamente humanista le hizo exclamar ante la presidenta: «La política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política». Combatió siempre el culto al personalismo y evitó la autorreferencialidad, por eso gritaba «Sigan ideas, no sigan a hombres.»

¡Quién puede negar que Alfonsín cometió errores! ¡Quién puede negar en la perspectiva histórica que pagó todos los costos políticos para consolidar su anhelo democrático! Dio su vida para que quienes pensaban distinto lo pudieran expresar. Seguramente muchos, en la serenidad de la biblioteca, le adjudicarán aún más errores, pero les recuerdo que, en un país que crujía, las decisiones había que tomarlas con el mismo vértigo de los conflictos.

Raúl, con la misma e inclaudicable fe, todavía piensa en la consolidación y el perfeccionamiento de la democracia. Exhibe su honestidad, jamás puesta en tela de juicio por ningún argentino, demostrando que el manejo de la cosa pública es compatible con la honradez.

Este hombre solidario, austero y valiente debe ser recordado como el presidente de los derechos humanos no sólo por el histórico juicio a las Juntas Militares, hito que marca una diferencia sustancial con el resto de las transiciones democráticas. Me quedo con las palabras de la presidenta de la Nación cuando, en el acto de homenaje, le dijo que «le agradecía su lucha y su vida», antes que molestarme por la injusticia de ciertos agravios.

Esa tarde en la Casa de Gobierno tuve la sensación de que cuando Raúl, debilitado en su físico pero con sus convicciones intactas, miraba su busto, pensaba que no era con la inmovilidad del mármol que quería seguir aportando a la democracia de los argentinos.

César Gass

Convencional nacional de la UCR – Neuquén


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