Alianzas incómodas

Puesto que es evidente que a un nuevo presidente que sea el preferido de a lo sumo el veinte por ciento del electorado le será muy difícil gobernar, es bueno que los cinco candidatos que según parece aún siguen soñando con festejar su triunfo la noche del domingo hayan comenzado a pensar en alianzas poselectorales. Sin embargo, hasta ahora sus motivos han tenido más que ver con la esperanza de poder apropiarse de una proporción importante de los votos adversos de la primera vuelta, que con la necesidad ya urgente de ayudar a formar movimientos un tanto más amplios que los que se han aglutinado en torno de las distintas candidaturas. Así, pues, se dice que Néstor Kirchner se ha propuesto seducir a los seguidores de Elisa Carrió, mientras que Carlos Menem tiene los ojos fijados en los atraídos tanto por Ricardo López Murphy como por Adolfo Rodríguez Saá. En vista de lo inestable que es el panorama preelectoral, tales cálculos podrían resultar prematuros. También podría serles contraproducente ayudar a difundir la sensación de compartir demasiado con personajes a que todos salvo sus propios partidarios consideran peligrosos: si bien en la primera vuelta el que en teoría López Murphy tenga más en común con Menem podría ayudarlo, no le serviría para mucho en el caso de que le tocara competir en el ballottage, mientras que la hipotética aproximación de Kirchner y Carrió no podría sino molestar a los duhaldistas que están detrás de la candidatura del santacruceño.

Aunque conforme a sus respectivas «ideologías» podría tener sentido sumar los votos de Menem a los de López Murphy porque, al fin y al cabo, ambos están en favor de una economía liberal en la que la burocracia estatal no procure cumplir el papel de una junta directiva, las diferencias entre las dos vertientes del «liberalismo» nacional que representan son profundas. López Murphy cree que la sociedad debería funcionar según leyes claras que todos hayan de respetar a rajatabla, pero en el curso de su larga gestión Menem quiso acoplar el «liberalismo» al clientelismo, cuando no al patrimonialismo que es tan típico de los caudillos de las provincias atrasadas, modalidad que si bien pareció brindar buenos resultados durante cinco años terminó desmoronándose bajo el peso de sus propias contradicciones y, para colmo, permitió a los muchos que se sentían comprometidos con el modelo latinoamericano tradicional predicar que liberalismo y corrupción eran virtualmente sinónimos. Si bien López Murphy podría incorporar a sus huestes algunos cuadros que se han vinculado con el menemismo por falta de alternativas, sería muy poco probable que aceptara asociarse demasiado con el ex presidente y aquellos políticos que conforman su círculo áulico.

Igualmente incómoda sería una eventual cohabitación de los dispuestos a encolumnarse tras Kirchner y los simpatizantes de Carrió, política que, fiel a cierta tradición radical, ha hecho de «la ética» la base de su oferta y que, lo mismo que sus ex correligionarios, a veces ha tratado de hacer pensar que la monopoliza. Los partidarios de Kirchner, sean éstos patagónicos que lo han acompañado desde hace mucho tiempo o duhaldistas que lo adoptaron luego de darse cuenta de que el «carisma» del cordobés José Manuel de la Sota dejaba bastante que desear, sólo comparten con la chaqueña la hostilidad hacia Menem y todo cuanto a su entender el ex presidente encarna. De intentar combinar fuerzas de cara no sólo a la segunda vuelta electoral sino también a una eventual gestión de gobierno liderada, sería de suponer, por el peronista, que los roces no tardarían en multiplicarse debido a la incompatibilidad de la cultura política de Kirchner con la reivindicada con tanta pasión por Carrió. Es que en la actualidad, la línea divisoria que separa a los políticos del país no es económica. Es ética o, si se prefiere, jurídica. Por un lado están los que no quieren abandonar el clientelismo corporativo y populista propio de toda América Latina, por el otro están los resueltos a impedir que a causa de factores como «la lealtad» los integrantes de la clase dirigente, con escasas excepciones, sigan actuando como cómplices de un crimen colectivo gigantesco perpetrado en desmedro de todos los demás miembros de la sociedad.


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