Andrés Calamaro volvió haciéndose «El cantante»

Un disco con algunas gemas e intentos fallidos

BUENOS AIRES (Télam).- Tangos, piezas folclóricas, boleros, baladas y tres canciones propias, todas ellas atravesadas por aires flamencos, constituyen el soporte elegido por Andrés Calamaro para regresar a bateas después de cuatro años con un material titulado «El cantante» y en donde los ropajes varios no disimulan la personalidad del creador.

La cadencia estética del prolífico cantautor pop se desliza entre un repertorio con gemas y traspiés en donde se lucen los toques gitanos de la guitarra de Niño Josele y los cuidados arreglos, pero que también exhibe ausencia de discurso y cierto regodeo en la decadencia vocal.

La escucha de «El cantante» no responde ni lejanamente a la incógnita inicial que despierta el cancionero escogido y que podría formularse como ¿qué más puede hacerse y decirse sobre temas como «Malena», «Volver», «Algo contigo», «El arriero», «Sus ojos se cerraron» o «Alfonsina y el mar»?

Fallido crossover desplegado en pentagramas donde las canciones fueron despojadas de su tinte original y, entonces, no resultan ni evocación, ni documento, ni novedad; al segmento de reversiones le queda como único resto el encanto personal que cada oyente halle en el hacedor de álbumes como «Por mirarte», «Alta suciedad», «Honestidad brutal» y «El salmón».

Las tres canciones compuestas por Calamaro para codearse con obras de la música popular iberoamericana retratan iguales facetas posibles de su conocida producción autoral exhibida en solitario y como integrante de los grupos Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez.

«Estadio Azteca» resulta pegadiza y tarareable con la recurrente referencia a las adicciones, mientras que «La libertad» y «Las oportunidades» irrumpen como suerte de formatos melódicos ya recorridos por el tecladista y guitarrista en donde las historias juegan sin fortuna entre la vulgaridad y el lirismo.

La despojada y atractiva edición del flamante álbum incluye un pequeño texto de Atahualpa Yupanqui que cuando reza «… mas yo aprendí en este mundo que el que tiene más hondura canta mejor por ser hondo y hace miel de su amargura…» aparece como la noble aspiración de un Calamaro que, en «El cantante», sigue estando lejos de tan elevados propósitos estéticos.

Sergio Arboleya


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