Apuesta a la ignorancia

Sería un milagro que la intensificación de la crisis económica no resultara en el desmantelamiento de proyectos de investigación.

Aunque antes de iniciarse la fase actual de «la crisis» pocos días transcurrieron sin que alguno que otro miembro del gobierno declarara que la investigación científica debería ser una prioridad nacional, es de prever que se encuentre entre las víctimas principales de los esfuerzos por eliminar el déficit. Lo estará porque en la lucha despiadada por recursos que se ha desatado, los integrantes de la raleada comunidad científica del país no están en condiciones de superar a los representantes de otros sectores, sean éstos los conformados por «los pobres», las fuerzas de seguridad, la industria o, es innecesario decirlo, la clase política. Por eso, sería un auténtico milagro que la intensificación de la crisis económica no resultara en el desmantelamiento de muchos proyectos, la dispersión de equipos promisorios y la virtual expulsión de investigadores que, si bien preferirían continuar trabajando aquí, entenderán que a menos que emigren a un país más desarrollado o incluso al Brasil habrán de dedicarse a tareas más rudimentarias porque de lo contrario no les será posible mantenerse.

Si bien parecería que son muchos los convencidos de que incluso en medio de un desbarajuste económico fenomenal el país no puede darse el lujo de postergar una vez más a las ciencias duras, el compromiso así reflejado es meramente teórico. Es probable que luego de haber sido entrevistado por el diario porteño «La Nación», el especialista europeo Enric Banda se haya visto gratamente sorprendido por la cantidad de los que han coincidido con él en que «lo más rentable del mundo es invertir en educación y en generación de conocimiento» y que por lo tanto la Argentina habrá de seguir impulsando cueste lo que costare «una política de largo plazo» destinada a garantizar que la investigación básica no sea cercenada. Sin embargo, una cosa son las intenciones y otra muy distinta lo que efectivamente se hace, de modo que es casi seguro que una vez más triunfe «la miopía extraordinaria», para citar al catalán, de quienes tienen urgencias más inmediatas. Después de todo, puesto que en períodos en los que el gasto público aumentaba con rapidez y pocos se sentían preocupados por las consecuencias los científicos no se vieron colmados de recursos, sería muy extraño que fueran privilegiados en la época de vacas flaquísimas que acaba de inaugurarse.

Como Banda señala, «si este país hubiera invertido en conocimiento durante los últimos cuarenta años hoy no estaría en crisis». Tiene razón. No es cuestión de las ganancias hipotéticas que pudieran haberse obtenido mediante la venta de patentes, sino de cierta actitud frente a los problemas planteados por la necesidad de abrirse camino en el mundo actual. Mientras que un país con una tradición científica fuerte estará habituado a manejarse con racionalidad y una dosis considerable de realismo, uno que propende a despreciar las ciencias duras o a lo sumo a limitarse a importar los frutos de los esfuerzos ajenos será psicológicamente tan dependiente que le será muy pero muy difícil adaptarse a las circunstancias. Como sabemos, la Argentina siempre ha sido pródiga en la formación de abogados pero, una vez integradas las oleadas inmigratorias procedentes de Europa, ha decrecido el interés por la investigación científica y en consecuencia el prestigio social de los investigadores que, lo mismo que los docentes, suelen ser elogiados por su «abnegación» como si fuera lógico que se resignaran a un ingreso exiguo a cambio del privilegio de poder practicar su vocación particular. Un resultado no meramente anecdótico de este sesgo es que hoy en día abundan los capaces de probar con razones jurídicas sin duda impecables que no es posible «ajustar» nada, pero faltan los dispuestos a aceptar que mal que nos pese tenemos que vivir en el mundo real. De más está decir que los prejuicios resultantes de una cultura decididamente premoderna no están por debilitarse en los próximos meses. Aunque están en la raíz de la tremenda crisis en la que nos hemos precipitado, las dificultades que nos esperan tenderán a consolidarlos, lo cual obligará a los conscientes de la importancia fundamental de la investigación científica a redoblar sus esfuerzos.


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