Autismo autodestructivo

Para frustración de los funcionarios internacionales y desesperación de los argentinos mismos, virtualmente todos los integrantes de nuestra clase política han decidido que la mejor forma de afrontar el colapso de la economía consistiría en tratarlo como un asunto anecdótico que no debería obligarlos a modificar su conducta en lo más mínimo. En vez de cerrar filas con el propósito de permitirle al país comenzar a superar sus dificultades, han continuado intentando aprovechar las desgracias comunes en beneficio propio, achacándolas a sus adversarios y negándose «por principio» a colaborar con cualquier esfuerzo por atenuarlas. Puesto que los políticos que han actuado así con mayor impudicia -Adolfo Rodríguez Saá, Carlos Menem, Elisa Carrió, Luis Zamora y Néstor Kirchner-encabezan las encuestas de opinión, no parece nada probable que esta situación aberrante esté por cambiar. Por el contrario, el que desde el punto de vista particular del político profesional sea más rentable denunciar, protestar, subrayar la profundidad del abismo que supuestamente lo separa de los demás y hacer gala de su intransigencia, hace prever que en los meses próximos el país siga volviéndose cada vez más centrífugo.

Aludieron a este fenómeno perverso los representantes del FMI en el curso de una reunión que celebraron hace poco con periodistas argentinos y brasileños. Dijo la vicedirectora del Fondo, Anne Krueger, que en países con graves dificultades económicas suele llegar «un momento en el que la mayoría -nunca todos, pero sí la mayoría-reconoce en interés común de salir del lío y eso lleva a lo que los politicólogos llaman el fin del juego habitual». Tiene razón, qué duda cabe, en lo concerniente a países como Turquía y Corea del Sur, pero parecería que tendrá que esperar mucho tiempo más antes de que se vea algo similar en la Argentina. Aquí el «juego habitual» se basa en diferenciarse por los medios que fueran, formulando denuncias tremendas contra los rivales y las instituciones, fingiendo abstenerse de la competencia electoral, declarándose partidario de la campaña papal contra el único orden económico que realmente existe. Puede que cuando es cuestión de oponerse al gobierno de turno, nuestros políticos estén entre los mejores del planeta, pero a la hora de ayudar a solucionar los problemas fundamentales se cotejan con los peores porque desde hace muchos años entienden que no les sirve para nada compartir responsabilidades. De la misma manera, muchos jueces han aprendido que puede resultarles beneficioso declarar ilegales medidas oficiales, lo cual ha dado pie a una moda sumamente destructiva por estar el país en una situación sin precedentes por la que no se ven principios jurídicos evidentes.

Hasta que la cultura política así supuesta no se modifique, el país continuará hundiéndose. Ninguna sociedad puede progresar si las figuras más eminentes de su clase dirigente se las ingenian para convencerse de que es de su interés negarse a colaborar con sus congéneres. De empezar a concretarse una iniciativa positiva, la mayoría se pone automáticamente a desbaratarla bajo los pretextos que más le convengan. Asimismo, debido a la costumbre de tantos políticos de hablar en términos abstractos, les es muy fácil afirmarse contrarios a cualquier estrategia que sea factible porque ninguna podría alcanzar la perfección que insisten en exigir. Mientras tanto, en el otro extremo están los pragmáticos, por llamarlos así, que, además de especializarse en la demagogia más desvergonzada, de esta forma diferenciándose en el plano retórico de quienes dicen inspirarse en grandes principios, se han mostrado capaces de tomar medidas de irresponsabilidad apenas concebible porque lo único que les interesa es sumar votos a fin de acumular más poder. Huelga decir que un país que se haya permitido dominar por personajes que se las han arreglado para combinar lo peor del principismo y del pragmatismo no está en condiciones de pactar nada con nadie, motivo por el que en la actualidad la posibilidad de un acuerdo firme con el FMI o con cualquier gobierno extranjero parece todavía más escasa de lo que era en los días que precedieron al desplazamiento del gobierno del presidente Fernando de la Rúa.


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