Borregas, japonesas y soditas

Queda una sola fábrica, pero produce lo que el mercado demanda. La gran mayoría van al norte del país, dice un viejo conocedor del mercado. “En el norte no hay tantas posibilidades de acceder a la diversión tecnológica. Es caro para sus economías. Allá hay más espacio y con dos bolitas pueden jugar dos niños, es el juego más barato del mundo”.

Por un momento, el dueño de Tinka Bolitas, la única fábrica que queda en el país, se olvidó de la crisis y se encargó de darle emoción al relato. Porque fabricar juguetes es fantástico, genera sonrisas al por mayor. Pero fabricar el más barato del mundo debe ser un placer gigante.

Hay temas que superan barreras y nos llevan a años atrás cuando, con las rodillas en tierra, nos poníamos a jugar en la vereda. Un triángulo alcanzaba para dar batalla por unas bolitas. Los que más podían llegaban con las más brillantes y bonitas. Los más cancheros tenían las bolitas gastadas y los más novatos y de pocos recursos tenían las más baratas. Y esas eran justamente unas que les llamábamos borregas, eran de cemento, sólo cemento, cubiertas con una pequeña capa de color que al primer impacto se saltaba. Es decir, una borrega no resistía un partido normal de bolitas.

Lo peor es que una bolita japonesa, como solíamos llamarles a unas muy lindas, cotizaba como diez borregas y ni hablar si el canje era por un bolón. En ese caso había que entregar una lata llena de borregas y a veces ni aún así conseguíamos gente dispuesta al canje.

Cuando los recursos se terminaban y perdíamos todas, íbamos a los talleres mecánicos donde los propietarios solían darnos una mano y nos regalaban las bolitas de los rulemanes. Esos eran implacables y bien jugados podían dejar afuera a los más ganadores. Un acero de esos era temido y los más inexpertos directamente ni se animaban a jugarnos.

Las bolitas fueron por años el juguete más a mano, fueron las que estaban siempre disponibles y nunca dependieron del bolsillo