Camino al centenario: Elogios de Roosevelt, entre trucha y cordero

La visita del ex presidente Teodoro «Teddy» Roosevelt y su formidable apetito fue la primera de un notorio entre los encumbrados personajes que, años más tarde, cedieron a esa fascinación. Ningún presidente argentino se había asomado por esas latitudes. Ni Julio A. Roca llegó al lago aunque su estatua ecuestre decore el Centro Cívico.

Roosevelt no solo fue el primer ex presidente en el lugar. También resultó el primer Premio Nobel en esos paisajes. Quienes conocían fotografías del gran Teddy -arma en mano- como cazador o cuando comandaba la Marina norteamericana, no lo imaginaban un Nobel de la Paz. Sin embargo lo galardonaron en buena ley por su intervención que detuvo la guerra ruso japonesa (1905-06).

En razón de esos antecedentes, aquella visita de fines de noviembre del año 13 redituó a Bariloche fama a través de muchos diarios del mundo. El acopio de anécdotas se contaron por años en las tertulias pueblerinas y perduró en la memoria popular con apéndices fabulados. Cuando años después estalló el tema novelesco del plesiosaurio patagónico -denunciado a principios de 1922-, algunos compiladores arriesgaron que Roosevelt pidió por telegrama le reservaran el animal vivo o muerto.

Lamentablemente Teddy murió tres años antes de producirse la imaginaria aparición del monstruo. Falleció el 6 de enero de 1919, a los 60 años. Así Roosevelt precedió –por diez meses y días- el adiós a Moreno, compañero de la travesía andina de 1913 (el perito Moreno murió el 22 de noviembre de 1919).

La verdad no ofende

Otros compiladores de historias –quizás movidos por un sentido nacional desbordado-, también torcieron la realidad del encuentro en Puerto Varas, Chile Y para no darle a Moreno una postura supuestamente «cipaya» sostuvieron que nuestro prócer civil esperó a Roosevelt de este lado de la cordillera. Pero Moreno, que hablaba perfectamente el inglés y también el francés (idiomas de sus mejores libros científicos del listado inventariado en su juicio sucesorio) no tenía impedimentos conceptuales ni prejuicios. No los tuvo para viajar desde Inglaterra con el mismísimo árbitro ingles –el coronel Höldich- hasta Buenos Aires. Carecía de complejos ideológicos y no hacía profilaxis antiimperialista. Nunca ocultó que era nieto (vía materna) de un británico que llegó para combatir en las invasiones inglesas.

Afortunadamente las crónicas de la época existen y es torpe omitirlas. El suceso es válido y todos los protagonistas tuvieron buena memoria para recordarlo. Roosevelt, por ejemplo, que fundó el valiosísimo museo de Ciencias Naturales de Nueva York –frente al Central Park-, donó el sombrero que usó en aquel inolvidable viaje y está entre los tesoros personales que existen en ese repositorio de la 8va. Avenida. La fotografía del viajero en Casa Pangue con leve fondo del Tronador se puede ubicar bajo el número de inventario 42982 (caja 1219) de sector fotográfico del Archivo General de la Nación. Las crónicas de los corresponsales de La Prensa y La Nación, dan cuenta de los detalles de la travesía; también perdura impresa la memoria del viaje del Director de Territorios del Ministerio del Interior –Isidoro Ruiz Moreno- y hasta Emilio B. Morales plasmó en su libro Lagos, Bosques y Cascadas algunas anécdotas que aún se escuchaban en 1917, cuando ese fundador de La Razón visitó la zona.

El canto del guerrero

Ruiz Moreno describió el galope de Roosevelt cantando en el tramo de Peulla a Frías. Los argentinos se habían comprometido dejarlo en pleno goce del paisaje sin molestarlo. Sólo acudirían si los requería. «Se detenía -recordó Ruiz Moreno- y hacía preguntas sobre la vegetación. Me dijo que la belleza de la región sólo era igualada por la del Oeste del Canadá y no superada por ninguna otra». El viajero también le confesó –ya embarcados en el Cóndor- que si bien todo el viaje sudamericano le pareció admirable, nunca se sintió mejor que en los últimos días. Jamás había estado más libre y menos asediado. Que agradecía ese tacto que le depararon.

Cuando Roosevelt le confesó a Ruiz Moreno que se había sentido como en su juventud, el funcionario le preguntó: «¿Como en la época en que describió «La vida en el rancho»?». Un sorprendido Teddy Roosevelt respondió con otra pregunta. «¿Usted ha leído mi libro?».

Clemente Onelli fue en el Zoo porteño diplomático anfitrión de Roosevelt, quien no ocultaba su grado militar. La última conferencia del italiano la pronunció en la Asociación Cristiana de Jóvenes (Y.M.C.A) el 4 de octubre de 1924 apenas veinte días antes de su muerte. Aprovechó ante la audiencia una anécdota de Roosevelt en Bariloche que le contó Pancho Moreno en los últimos años del perito, cuando se visitaron mutuamente como vecinos hasta 1919: Onelli vivía dentro del Zoológico y Moreno a seis cuadras, en Paraguay 4146. Dijo Onelli que sucedió «a orilla del lago Nahuel Huapi, bajo el secular ciprés histórico que cantó Ada M. Eiflein» dándole tono romántico a un diálogo que en cambio bien pudo suceder de a caballo entre Peulla y Frías o por San Carlos, en automóvil de los que hizo llevar Ruiz Moreno.

«Coronel –le preguntó el perito- ¿cree usted en una relativamente rápida absorción de estos países latinos por los Estados Unidos?», a lo que Teddy respondió: «La creo larga y muy difícil mientras estos países sean católicos». Onelli lo dijo en una asociación no católica y apuntó que un año después de aquel diálogo se votaron 25 millones de dólares para propaganda en Sudamérica de la Iglesia Metodista Americana. Y sin más, Onelli se despachó con un encendido discurso prolatino, antiimperialista y de advertencia contra la hegemonía del dólar.

Paseo corto, larga cena

Con Roosevelt ya en Bariloche y el jubiloso recibimiento, el vecino Carlos Boos y el perito Moreno pasearon a Roosevelt por la pequeña aldea a bordo del Mercedes blanco del gobernador Elordi, mientras en casa de Boos se horneaba una gran trucha pescada esa tarde. De la región el visitante dijo que «es la más maravillosa del mundo» y superior a Suiza. Preguntó la antigüedad del pueblo (lo encontró simpático, casi del Far West) que «llegará a ser una ciudad importante», calculó. Emilio Morales registró algo de la memoria popular. Sostuvo que a Roosevelt le fue presentado un cacique de 105 años, vital y confianzudo. Le propuso «Che, hombre lindo, comprame boleadoras y dame 50 pesos que a vos no hace falta».

Por la noche la cena sirvió para demostrar que la inmensa trucha alimentó a 15 comensales, según Ruiz Moreno, que de sobremesa le hizo un verdadero reportaje sobre cómo manejar los territorios federales. Teddy también contó una anécdota de cuando hizo desplegar una gran flota en el Pacífico.

Al día siguiente –a las 5 y 40- la caravana de autos y viajeros partió a Pilcaniyeu pero el auto de Roosevelt se atascó antes de cruzar el Pichileufú y él mismo se arremangó para traer piedras del río y asegurar el desencaje (dio 5 pesos a cada colaborador del acarreo).

En «Pilca» el tardío almuerzo alcanzó un par de corderos a punto y atacados por el agasajado: pidió un cuchillo, tenedor y plato apenas de apeó del automóvil (eligió el bajo costillar y riñón). Siguieron para Mencué y se cruzaron con un milico de la Fronteriza que motivó una parada porque Roosevelt quiso entrevistarlo (comentó exagerando otro elogio: «parece tan bueno como la montada del Canadá, que es lo mejor del mundo» y ponderó el caballo, la figura del jinete y su armamento). El final del viaje a Neuquén para tomar el tren a Buenos Aires registra contradicciones entre el testimonio de Ruiz Moreno y las crónicas de los diarios. Respecto del pernocte en Mencué o en Laguna Blanca, donde parece –este último- que fue donde Roosevelt durmió con una manta en el automóvil. Mejor hubiera estado en Mencué o en la posada La Pala, boliche de Francisco López en el paraje Lonco Huaca. En el primer automóvil el agasajado llegó a Neuquén, aclamado y a las 21 del 2 de noviembre, donde rogó una ducha con tiempo justo para trepar del tren a Constitución.

Sociales de esta semana

• El 6 de diciembre de 1897 se desposaron Antonio Soto, 30 años, chileno de Osorno y domiciliado en la costa del Limay, y Anastasia Vegas de 24 años e igual domicilio. Fueron testigos Gabriel Zavaleta, español de 41 años y Santiago Córdoba, de 38, ambos con domicilio en Traful.

• A las 20 horas del 4 de diciembre de 1899 nació Petrona Rodríguez, según lo declaró al día siguiente su padre, Jacinto Rodríguez, argentino de 38 años, hijo de Eluterio Rodríguez y de Eliana González, casado con la chilena Juana Ancar, chilena de 17 años, quien reposaba el posparto en el domicilio declarado «en la costa del Nahuel Huapi» (testigos: Apolonio Mendía y Juan Johansen, ambos solteros)

• El 4 de diciembre de 1904, Bernardo Güemul, de 45 años y domicilio en la isla Güemul, declaró que el día anterior a las 3 de la tarde en dicha isla, falleció su cuñada Estefanía Delgado de Silva de sobreparto, a los 35 años, casada, hija de Hipólito Delgado y Rafaela Pérez (fallecida), chilenos. Uno de los testigos fue Timoteo Güemul de 56 años, casado.

• El 2 de diciembre de 1940 nació en colonia Suiza Elenita Goye. Y el 7 y 8 hubo kermesse en la Sociedad Escolar Alemana. El 8 también el Club Suizo dio un asado campestre y show folclórico en la propiedad de Ernesto Schumacher, junto a Quinchauala.

fnjuarez@interlink.com.ar


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