Cautelas sobre internet
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Desde los 90 ha lucido en la agenda de los especialistas norteamericanos una discusión sobre internet y su inducción de cambios en la sociedad. Hubo, a lo largo de los años, optimistas y pesimistas. Los primeros reconocían la impronta del “Being Digital” que publicó el gurú Nicholas Negroponte. Entre los pesimistas el más relevante fue Neil Postman, quien en “Technopoly. The Surrender of Culture to Technology” proclamaba su convicción negativa: la cultura se estaba rindiendo ante la tecnología. Con el tiempo aparecieron seguidores de esta posición, aunque en una línea de pesimismo moderado o crítica puntual. De un par de manifestaciones recientes, que expresan algunas dudas frente a las dianas de los optimistas, pueden ganarse reflexiones. En la lista de los mayores tecnoescépticos se inscribe Nicholas Carr, quien en una nota del 2011 titulada “Is Google Making Us Stupid?” (¿Está Google estupidizándonos?) planteó el peligro de que el hábito de manejarnos con la red digital estuviese socavando nuestra capacidad de concentración inteligente. Relataba su propia experiencia. Durante años había estado trabajando en ella, buscando datos, navegando, escribiendo correos y blogs, escaneando, aprovechando videos, saltando de enlace en enlace. Un trabajo utilísimo para su vida social, pero al presente se estaba preocupando por el precio de esa ayuda. Advertía que socavaba su capacidad de ensimismamiento y contemplación. Luego de este artículo, que fue muy debatido, amplió sus reflexiones en libros, por ejemplo “The Big Switch” (El gran interruptor) del año pasado. En este 2013 mantiene sus dudas. Una reciente encuesta online entre científicos de diversos campos puestos frente a un pedido de opinión desde la ciencia “¿Sobre qué deberíamos estar preocupados?” obtuvo un centenar y medio de respuestas. Cada especialista (en física, cosmología, biología, etc.) respondió según problemas de su propia disciplina. La respuesta de Nicholas Carr versó específicamente sobre la influencia de la revolución digital en un aspecto de la vida contemporánea: el modo como percibimos el paso del tiempo. Titula su mensaje “The patience deficit” y se refiere al hecho, comprobado por estudios, de que nuestra estimación del tiempo, que es subjetiva, está siendo distorsionada por un nuevo contexto en el que juegan papel las tecnologías de información y comunicación. Se autoanaliza y reconoce que su íntima percepción del tiempo ha sido cambiada. Usamos computadoras cada vez más rápidas y poderosas que nos acostumbran a esperar respuestas y soluciones casi instantáneas. Si no las conseguimos enseguida, nos impacientamos. Es un proceso que avanza. En tanto experimentamos flujos de información online más rápidos, nos convertimos en seres cada vez más impacientes. El fenómeno se amplifica por el más acelerado “ritmo de actividad” influido por medios como las redes sociales en general. Si asumimos que estas redes continuarán creciendo en rapidez, podemos concluir que nos haremos cada vez más impacientes, más intolerantes ante cada demora entre acción y respuesta. Esto reportará consecuencias tanto culturales como personales. Los mayores trabajos humanos –en arte, ciencia, política– demandan tiempo y paciencia, tanto para crearlos como para apreciarlos. Siendo que nuestra experiencia del tiempo es tan importante para nuestra experiencia de vida, resulta que estas tecnologías inductoras del cambio en nuestras percepciones pueden tener consecuencias muy amplias. De cualquier modo, concluye con ironía, parece algo que merece preocupación, si uno puede gastar su tiempo preocupándose. Otro de los científicos que respondieron de manera poco convencional a la encuesta fue David Gelernter, profesor de Ciencias de la Computación en Yale University. Se trata de una figura prominente en la materia, alguien que tuvo que pasar a la escena popular por haber sido víctima de un atentado de los que cometía Theodore Kaczynski (el “Unabomber”) en el curso de su larga empresa contra científicos relacionados con Inteligencia Artificial. Por cierto que a Gelernter no puede adscribírselo al partido de los pesimistas, pero en la respuesta que dio a la pregunta sobre qué deberíamos preocuparnos, reflexiona con aire crítico en torno a un problema cultural que visualiza: el “factor tontería” en internet y su influencia en una devaluación de la palabra escrita. Como cada palabra tiende a menor tiempo de lectura y atención, vale menos en el mercado de consumo. El tiempo que invierte tanto el escritor como el lector disminuye, la capacidad de la sociedad para comunicarse por escrito decae. La insaciable demanda de palabras de internet crea una deflación global en el valor de la palabra. Presiona para producir más a quien escribe. La respuesta alude a la casi desaparición de las cartas personales, un medio tradicional de contactos humanos. En la cultura de Occidente han tenido relevancia e iluminado biografías muchas colecciones epistolares de grandes escritores. Pero en nuestros días el e-mail ha demolido a la carta personal y ha puesto a este género literario en tren de consunción. Dice Gelernter que, aunque sea de difícil medición, sabemos que la habilidad de escribir está en decadencia. Cita una evaluación académica de estudiantes norteamericanos que resultó deprimente. El estudio concluyó que, aunque casi todos los jóvenes se tienen por hábiles en escribir, los tests objetivos prueban que sus habilidades están lejos de las que tenían sus contrapartes de los 60. Admite que es difícil saber cómo aislar los efectos de esta devaluación que induce la internet y los SMS. Pero es claro que el “factor tontería” (en Twitters, por ejemplo) no puede ser bueno y es casi seguro que aumentará su volumen en tanto el mundo se siga llenando gradualmente con gente que ha pasado su vida alienada en sus juguetes informáticos. (*) Doctor en Filosofía
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