Chaim Rumkoswki y la recurrente megalomanía

ANTONIO ARIAS Especial para “Río Negro”

Debemos a Primo Levi el rico testimonio, sobrio pero implacable, de su paso por Auschwitz; la condena al fascismo y a todos los regímenes políticos sustentados en Estados totalitarios que convierten a los ciudadanos en súbditos, a la información en propaganda y al terror en recurso de dominación. La historia registra demasiados ejemplos y, a veces, podría ser un sano ejercicio desandar caminos y reflexionar sobre conductas que en su época muchos juzgaron como normales. Esos muchos, pese a tener datos irrefutables de anormalidades, suspendieron la capacidad crítica y de razonamiento para formar parte de una atmósfera general de locura descontrolada. Levi, que eligió ser un testigo mesurado en lugar de una víctima ganada por el rencor o la lástima, nos advirtió que debemos desconfiar de los jefes carismáticos que tratan de convencernos con argumentos distintos al de la razón. Más aún, dijo que es mejor ser cautos en delegar nuestro juicio y nuestra voluntad y sospechar de todo profeta, aún al costo de renunciar a la verdad revelada.

Una simple moneda que recogió en Auschwitz y la curiosidad por el origen lo llevaron a conocer aspectos de una historia sórdida que culminó en el «lager», o campo de trabajo como lo llamaron los nazis, que en alemán es «arbeitslager». La moneda tenía la estrella judía, fecha de 1943 y la inscripción en alemán de su valor: «recibo por 10 marcos del decano del los judíos de Litzmannstadt». El decano era Chaim Rumkoswki.

Litzmann era en realidad la ciudad polaca de Lodz, que había sido rebautizada en honor a un general que había vencido a los rusos en la Primera Guerra Mundial. En 1939 tenía 750 mil habitantes y era la ciudad industrial más importante de Polonia, principalmente textil. Los nazis la ocuparon en 1940 y como era de esperar entonces, construyeron un gueto que tuvo el triste privilegio de ser primero en la historia y el segundo en cantidad de personas, luego del de Varsovia. El gueto de Lodz llegó a tener más de 160 mil judíos y se disolvió en 1944.

Chaim Rumkoswki era un pequeño empresario con suerte dispar, que se había radicado en Lodz en 1917. Cuando llegaron los nazis tenía cerca de 60 años, viudo sin hijos y era conocido como realizador de obras piadosas judías y como una persona enérgica, inculta y autoritaria. No se sabe cómo llegó al cargo de presidente del gueto, un cargo «espantoso», como lo define Levi, pero que daba reconocimiento social, otorgaba derechos y privilegios y confería autoridad, algo por lo que Rumkowski tenía una gran debilidad. En su presidencia de cuatro años, o dictadura, dio rienda sueltas a sus sueños de poder y se convirtió en amo absolut del gueto, de la mano de sus jefes alemanes, que al parecer, se divertían con el decano. Chaim tenía talento de ser buen administrador y una persona ordenada. Obtuvo permiso para acuñar moneda con la que pagaba a los explotados obreros del gueto para que pudieran comprar las miserables raciones, según una autorización que llegaba hasta un máximo de aproximadamente 800 calorías diarias. En tales condiciones la muerte por hambruna estaba asegurada; una persona necesita el doble de calorías para sobrevivir. Pero Rumkoswki quería más; quería el amor de los súbditos del gueto, la devoción de los gobernados.

Disponía de artistas y artesanos que a cambio de un cuarto de pan, diseñaron sellos con su efigie. Recorría las calles del gueto, el reino de Chaim, en una carroza arrastrada por un burro, rodeado de mendigos, pedigüeños y aduladores. Los poetas de su corte compusieron himnos que exaltaban «la mano férrea y potente» del presidente; la paz y el orden que por su virtud, reinaba en el gueto. En las escuelas de ese lugar, es fácil deducir las condiciones, los niños debían escribir alabanzas al denominado «amado y próvido presidente». Como todo autócrata, organizó su propia policía con 600 guardias armados con bastones, que tenían la misión de proteger al presidente, mantener el orden e imponer su disciplina. También reclutó espías. Rumkoswki pronunció muchos discursos, una actividad natural de todo gobernante; para ello copió la técnica oratoria de Mussolini y Hitler, los líderes de esa época, en aspectos como el pseudocoloquio con la multitud, la recitación inspirada, la creación de consenso a través del plagio y el aplauso.

Reunió en su persona la ambigüedad de ser impotente con respecto a sus jefes, los nazis, y omnipotente para con los habitantes del gueto. En una ocasión la Gestapo se apoderó de sus consejeros sin previo aviso, como era de suponer, y Chaim reclamó y se expuso a bofetadas y burlas. Se dice que intentó comerciar con los alemanes que le exigían más telas y contingentes para los campos de Auschwitz y Treblinka. También reprimió con dureza actos de insubordinación de sus súbditos del gueto, por entonces agrupados en débiles organizaciones de resistencia. Rumkowski no sólo fue cómplice y un hazmerreír funcional de los nazis; también es probable que se haya convencido, con el correr de los días, de ser un auténtico salvador de su pueblo: un mesías.

En setiembre de 1944, con el avance del frente ruso, los alemanes comenzaron a desmontar el gueto de Lodz y decenas de miles de hombres y mujeres fueron deportados a Auschwitz, la mayoría de ellos eliminados en forma inmediata. Los nazis evaluaban las condiciones de ingreso de los prisioneros; quienes se encontraban en mejor situación física eran explotados en el trabajo esclavizante del campo; los débiles, hambrientos, viejos o niños, eran ejecutados rápidamente. Como macabro dato estadístico, en dicho campo de exterminio, en un solo día de setiembre cremaron 24 mil personas. En el gueto quedaron mil hombres para desmontar las fábricas y borrar las huellas de la matanza; estos sobrevivientes, liberados por los soldados rusos, fueron los que informaron la historia de Rumkoswki, el presidente de Lodz.

Sobre su final hay dos versiones: una dice que durante el desmantelamiento del gueto, Chaim intentó oponerse al traslado de un hermano suyo de quien no quería separarse. Ante tal planteo un oficial alemán le habría propuesto que lo acompañara voluntariamente a su hermano, petición que él habría aceptado. La otra da cuenta de gestiones del administrador del gueto, Hans Biebow, industrial alemán y contratista de las fuerzas armadas nazis, socio político de Rumkoswki que ante la imposibilidad de evitar la deportación lo entregó con una carta dirigida al comandante del «lager» para que le garantizaran protección y un trato favorable. El decano de Lodz habría solicitado que lo enviasen a Auschwitz, junto a su familia, con el decoro que correspondía a su rango, es decir, en un vagón especial enganchado a la cola de la formación en la que miles de judíos eran deportados sin privilegios. En las dos versiones, con carta y vagón especial o sin ellos, el destino de Rumkowski, el rey de los judíos de Lodz, culminó en la noche de Auschwitz.


Exit mobile version