Charly García y el Himno Nacional: 30 años de una genial irreverencia

En la medianoche de un 25 de mayo de hace exactamente 30 años atrás, el excéntrico Federico Peralta Ramos le dio accidentalmente a Charly García la idea perfecta para el cierre del disco en el que trabajaba, el ideal equilibrio entre la genialidad y la transgresión, con su insistente convite para que interprete el Himno Nacional Argentino en el piano de cola del salón, para un selecto auditorio congregado en el «Open Plaza», de la zona porteña de Barrio Norte.

«Querido Charly, estarás al tanto de que ha comenzado el 25 de mayo y es nuestra fecha patria. ¡Toca el Himno, por favor!», le dijo el dadaísta personaje de la intelectualidad porteña al músico, quien no sólo aceptó el convite, sino que además encontró en la composición de Vicente López y Planes y Blas Parera la frutilla del postre que le daría el carácter definitivo a su futuro álbum.

El arte de contratapa de «Filosofía barata y zapatos de goma».

«Su insistencia fue tal que Charly se puso de pie, hizo un gesto de concertista y arrancó con los cuatro golpes de acordes de la obertura. De memoria, tocó el resto a la perfección. Tras los aplausos y el abrazo con Peralta Ramos, me dijo por lo bajo: `¿Vamos a la sala de Fitz Roy y lo grabamos como se debe?´», rememoró ante Télam el baterista Fernando Samalea, testigo preferencial y protagonista de esa noche.

La noche continuó en la sala ubicada en el barrio porteño de Palermo, lugar al que se trasladaron en taxi García, Samalea y el sonidista «Masita» Artese.

«Cerca de las dos de la mañana, sentados ante sus teclados y mi batería, frente a frente, se improvisó la versión. No pautamos nada, ni ritmos, cortes o arreglos. ¡Fue por ósmosis! Él cantó y tocó a la vez, mientras yo intenté cambios de estilos, los que nacían inesperadamente, desde redobles militares, toques de balada en plan `Purple Rain´ o blues, hasta el grand finale de toms. Recuerdo su rostro enardecido cantando `O juremos con gloria morir´, y mirándonos sonrientes. Se lo veía feliz», relató el baterista.

Esa maqueta fue llevada a la siguiente sesión en el Estudio Panda, en donde se estaba trabajando junto al ingeniero Mario Breuer, y se fue incorporando al disco que desde hacía varias semanas venía tomando forma.

Se trataba de «Filosofía barata y zapatos de goma», una de las tantas obras geniales creadas por el artista en aquellos años, con la que se despedía de la década del `80, acaso la etapa más brillante en su carrera.

En diálogo con esta agencia, Mario Breuer reconoció a la sesión en la que se grabó el tema que da título a la placa como el momento en que el disco definió su rumbo definitivo.

«El disco empezó con maquetas que se fueron convirtiendo, las fuimos perfeccionando, hasta llegar al disco. Pero en un momento Charly se quedó en su casa y se puso a armar el tema `Filosofía barata y zapatos de goma´, y vino con la idea de que quería hacerlo con Lolita Torres. Estábamos en los estudios Ion y vino Pedro Aznar porque queríamos hacer algo que estaba de moda que era El Misterio de las Voces Búlgaras, un coro de cantantes de un convento con unas armonías muy antiguas», narró.

«Filosofía barata…», la tapa.

Y completó: «Vino Lolita y cantó de una manera increíble, magistral. Fue una noche maravillosa en el estudio de Ion».

Registrados en «tantas sesiones como canciones tiene», según palabras del propio Breuer, el disco reúne algunas de las más bellas composiciones de Charly, como la que le da título al disco, «De mí» y «Siempre puedes olvidar», cantada a dúo con Fabiana Cantilo.

También hay memorables piezas como «Reloj de plastilina», «Curitas», «Sólo un poquito no más», en donde el ingeniero metió unas graves voces en un pasaje; «Gato de Metal», el clásico «Me siento mucho mejor», adaptación de un tema de The Byrds; «La canción del indeciso» y «No te mueras en mi casa», junto a Gustavo Cerati y Aznar.

El cierre para esa inspirada lista era nada menos que el Himno Nacional Argentino, una osadía en esos años que despertó polémicas y quejas de los grupos más ortodoxos.

Con climas que ligaban con Prince y con «The Dark Side of the Moon», de Pink Floyd; pero que también lanzaba guiños paródicos a redoblantes y fanfarrias de versiones militares; el artista del bigote bicolor dotó a la canción patria de una moderna y atractiva sonoridad que la rejuveneció, sin perderle nunca el respeto.

En rigor de verdad, la versión de Charly significó una demora de más de 20 años en nuestro país en una tradición de relecturas de himnos por parte del rock, tal como la inauguró Jimi Hendrix en su recordada interpretación de la estadounidense «The Star Spangled Banner», en el Festival de Woodstock, de 1969.

Sin embargo, era el ingrediente necesario al que el artista había apelado a lo largo de toda su carrera para promocionar sus discos, una obvia polémica en la opinión pública ante decisiones artísticas de vanguardia.

«Filosofía barata y zapatos de goma», un trabajo que dejaba al descubierto como nunca los gritos de dolor del protagonista; pintaba el cuadro de situación de la época con «La canción del indeciso» y resumía el hedonismo de aquellos años con «No te mueras en mi casa»; sucedía a una serie de brillantes discos solistas confeccionados desde la separación de Serú Girán, en 1982.

«Yendo de la cama al living», la banda sonora del filme «Pubis Angelical», «Clics Modernos», «Piano Bar», «Tango», junto a Pedro Aznar; «Parte de la religión» y «Cómo conseguir chicas», fue la demoledora seguidilla que vino a cerrar el nuevo disco.

Llegarían luego los años «Say no More», en los que en la mayoría de los casos el concepto se impuso a las canciones.


«García decía que el disco empezaba blanco, se iba poniendo negro y culminaba patriótico»

Fernando Samalea, baterista de numerosos bandas de Charly García.

Abordado desde un concepto minimalista en donde los sonidos de teclados y guitarras dialogan de manera analógica con la batería, «Filosofía barata y zapatos de goma» permitió un modo de elaboración que favoreció ampliamente a Fernando Samalea por sobre otros músicos, al permitirle interactuar de forma privilegiada con Charly García a lo largo de todo el proceso.

Consultado por Télam, el músico apeló a su prodigiosa memoria y compartió vivencias y sensaciones vividas en aquella primera mitad de 1990.

R: Cuando aparece la idea de hacer el Himno, ¿se estaba grabando el disco? ¿Qué pasó luego de que registraron una primera versión la misma noche del 25 de mayo?

Fernando Samalea: Claro, justo estábamos grabándolo en el Estudio Panda con el ingeniero Mario Breuer y, apenas tomó el casete que le dio «Masita» en la sala, lo levantó y dijo, clarividente: «Muchachos, mañana lo hacemos de nuevo sobre la multitrack y entra en el disco, ¿ok?». Al día siguiente repetimos la ceremonia, ubicando el set de teclados y la batería enfrentados en el fondo, separados por un vidrio. Como llegábamos al lugar bien entrada la tarde, doy fe que la versión se grabó tras una trasnochada, cerca de las 9 de la mañana. Fue una única toma. Luego, otro día, García le pidió al Negro (Carlos García López) que tocase una suerte de solo de guitarra en la parte final, así como a (Fernando) Lupano una línea de bajo en esa misma parte, y la dio por finalizada.

P: ¿Qué recuerdos tiene del clima en el que se grabó el disco?

FS: Veníamos de actuar en The Ritz de Nueva York y la moral estaba por las nubes. Bueno, así era siempre que él encaraba un nuevo álbum. Esta vez quería tocar todos los instrumentos y no recurrir a una banda completa (como había hecho en «Piano Bar» con los GIT y Fito, o en «Cómo conseguir chicas», con nosotros Los Enfermeros), para contar solo con un baterista, al menos al principio de la grabación. Buscaba el mismo criterio minimalista que ya había logrado junto a Willy Iturri en «Yendo de la cama al living», y el que a mí supo tocarme en suerte otras veces. Así llevamos al estudio la TR 808, con sus sonidos de congas, claves y claps, y la batería acústica Yamaha Recording, más su arsenal de teclados y guitarras. Pautadas por él mismo la mayoría de las bases con maestría, fue sumando al resto de los invitados.

P: ¿Qué apreciación hizo de las canciones en aquel momento y cómo las escucha ahora?

FS: Me encantaba el momento, entre hippie y ultra moderno, con canciones como «Reloj de plastilina», «Gato de metal», «Curitas», «Solo un poquito nomás», la versión de The Byrds o la que le da nombre al disco, que tiene algo muy romántico y hasta pude colar un poquito de bandoneón. El video que rodaría más adelante es elocuente, y muestra la esencia de lo que escribió. Todo el proceso de registros fue divertidísimo. Se acercaron un montón, desde Fabi (Cantilo), Hilda (Lizarazu), (Andrés) Calamaro, el Negro, Lupano, el Zorri (Fabián Quintiero), Nito (Mestre) y Rinaldo (Rafanelli), a Lolita Torres o los bronces de Pablo Rodríguez, Richard Nant y «Bebe» Ferreyra. García solía decir que el disco empezaba blanco, se iba poniendo negro y culminaba patriótico.

P: Charly siempre experimentó mucho con los sonidos ¿Recuerda algún «truco» en particular?

FS: En una parte de «Curitas», usamos el truco de percutir con palos de batería sobre las cuerdas del bajo Rickembaker de Charly, mientras él cambiaba las notas con su mano izquierda sobre el diapasón, para lograr un efecto rítmico. Se lo copiamos a Gene Krupa, quien ya solía hacerlo en los años 40 junto a su contrabajista. Para completar el ritmo de la canción, Lolita Torres agregó unas castañuelas. Acabo de recordarlo. ¡Lo olvidé incluso para mi libro!

P: ¿Sentía en esos días que Charly estaba cerrando una etapa?

FS: Él es cien por ciento futurista, así que sin duda estaba abriendo un nuevo juego, sin mirar atrás. Y en lo personal, grabar nuevamente con Charly era abrir otra etapa, más que cerrar una. Hasta el día de hoy, sigue siendo mi artista favorito.


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