Ciudades en problemas

Dos hechos reflejados por este diario en la semana confirmaron lo lejos que está todavía la mayoría de nuestras ciudades de ser lugares de inclusión para las personas que las habitan.

El primero tuvo que ver con la gran repercusión que generó la nota sobre Agustina González, de Cipolletti, y su esfuerzo para poder disfrutar de su pasión, andar en bicicleta, y poder realizar la actividad junto a su hijo, que tiene una discapacidad motora, en medio de los obstáculos que plantea una ciudad que no está pensada para un acceso amigable para todas las personas, independientemente de su condición.

No es la primera vez que se señalan los problemas que tiene la mayoría de las ciudades de Río Negro y Neuquén con barreras arquitectónicas, en el transporte urbano y en la mayoría de sus edificios públicos.

Calles sin espacios ni ordenamientos adecuados para la creciente cantidad de ciclistas y vehículos menores que se desplazan por ellas, veredas en malas condiciones y con notorios desniveles que complican y a menudo lastiman a peatones y falta de rampas de ingreso en los cruces, edificios públicos y privados con escaleras convencionales como único acceso son apenas una parte del inventario de la mayoría de nuestras urbes.

La situación es aún peor para las personas que tienen alguna discapacidad. A menudo las rampas de acceso de los edificios son empinadas y difíciles de usar sin ayuda. Los habituales pozos, baldosas flojas, canteros no permitidos, postes y cartelería invasiva complican especialmente a los peatones que tienen algún problema físico.

Quienes tienen dificultades auditivas o visuales no suelen tener acceso a señales sonoras o de escritura en braille que les permitan orientarse efectivamente en las calles y otros sitios con tránsito de personas o vehículos.

A pesar de las múltiples quejas y denuncias, la mayoría de las ciudades de nuestra región carece de un plan sistemático, con presupuesto y plazos definidos que elimine paulatinamente barreras y permita la adaptación del transporte y de los edificios públicos para hacerlos más accesibles e inclusivos.

Algunas ciudades, como Neuquén y Bariloche, tienen ordenanzas y proyectos en este sentido, pero el incumplimiento de las normativas y los escasos controles y sanciones a los infractores han convertido a menudo a las ordenanzas en letra muerta.

Otra faceta que mostró la escasa planificación y las desigualdades que persisten en nuestras ciudades fue la emergencia meteorológica que afectó a vastas regiones por los fuertes vientos, lluvias y nevadas, según la región afectada.

Aunque fue positiva la activación de protocolos de alerta que permitieron la suspensión de clases y otras actividades ante condiciones climáticas extremas, nuevamente los barrios de las zonas periféricas y rurales sufrieron con mayor fuerza los problemas de coordinación y falta de recursos de las organizaciones encargadas de asistir ante la emergencia, como Defensa Cicil y Bomberos.

Los loables ejemplos de solidaridad entre vecinos que permitieron controlar incendios, asistir a heridos y evacuar a personas en situación de riesgo no pueden ocultar la falta de planificación y la fragilidad de la infraestructura pública y privada ante este tipo de situaciones, sobre todo en algunos barrios.

Varias horas o incluso días después de la emergencia meteorológica, los asentamiento informales y los sectores rurales alejados de varias localidades seguían con problemas de abastecimiento de agua y electricidad, mientras que el control de algunos incendios demoró más de lo previsto por falta de medios.

En definitiva, a pesar de los avances de los últimos años, es evidente que a la mayoría de nuestras ciudades aún les queda un buen trecho que recorrer para ser espacios inclusivos de sus habitantes, con planificación e igualdad de oportunidades de desarrollo para todos.


Dos hechos reflejados por este diario en la semana confirmaron lo lejos que está todavía la mayoría de nuestras ciudades de ser lugares de inclusión para las personas que las habitan.

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