Gobernabilidad y sustentabilidad deben ir juntas

Como si fueran las dos caras de una misma moneda, los politólogos hablan de gobernabilidad y los economistas profesionales de la sustentabilidad que deben tener de las políticas macroeconómicas a través del tiempo en un sistema democrático. Al fin y al cabo se trata de dos conceptos que se relacionan entre sí, porque si falla alguno de ellos provoca una crisis en el otro.

En la historia argentina reciente hay muchos casos de ruptura de esa necesaria interrelación, que varios presidentes sufrieron en carne propia. Por lo general, cuando trataron de saldar hipotecas de sus antecesores y/o utilizaron algún atajo provisorio para imponerse en las elecciones de medio término, pero luego extraviaron el rumbo.

Raúl Alfonsín, por caso, buscó remontar con un crédito stand by del FMI la explosiva deuda externa heredada de la dictadura militar y atacar la alta inflación a través del inicialmente exitoso plan Austral de 1985, que apuntaló su poder político. Pero como ese programa desinflacionario carecía de una estrategia para reducir el déficit fiscal, fue acumulando problemas y conflictos con la oposición peronista (como los 13 paros generales de la CGT de Saúl Ubaldini), que provocaron la derrota de la UCR en las elecciones legislativas de 1987. Dos años después, con varios parches de emergencia, desembocaría en la hiperinflación que acortó el mandato de Alfonsín y allanó el camino de Carlos Menem.

En cambio, la alianza encabezada por Fernando de la Rúa ganó las elecciones de 1999 con la promesa de mantener la convertibilidad (1 peso = 1 dólar) que le había permitido a Menem estabilizar una economía hiperinflacionaria y basar la gobernabilidad de sus dos mandatos. Pero a esa altura, el régimen lanzado en 1991 por Domingo Cavallo ya se encontraba seriamente dañado por un endeudamiento externo insostenible, contraído para financiar la amplia apertura económica y el déficit fiscal tras las privatizaciones de los primeros años. Esos déficits “gemelos” se espiralizaron hasta tornarse ingobernables para De la Rúa y (aunque recurrió al propio Cavallo para salvarla) dispararon el estallido de la convertibilidad que acabaría con su gobierno a raíz de la grave crisis político-económica del 2001.

Un caso particular y diferente fue el de Néstor Kirchner. Tras su primitiva experiencia como intendente de Río Gallegos, solía admitir que su estabilidad en ese cargo hubiera corrido peligro si no disponía algún mes de fondos para pagar los sueldos de los empleados municipales. De ahí que se transformó en un obsesivo de la “caja” fiscal, con un seguimiento diario de ingresos y egresos. Un hábito que mantuvo durante sus dos primeros años de gestión presidencial, pese a que el “trabajo sucio” después del resonante default del 2001 (maxidevaluación, retenciones, recorte de gastos), había corrido por cuenta de su antecesor, Eduardo Duhalde. Los superávits “gemelos” (fiscal y externo), apuntalados por precios internacionales récord para las exportaciones argentinas, fortalecieron la gobernabilidad, le permitieron a Kirchner obtener mayoría propia en el Congreso y hasta cancelar en el 2005 la deuda con el FMI (u$s 10.000 millones).

No obstante, se fueron diluyendo en medio de una política económica cada vez más populista, intensiva en gasto público y consumo, que incluyó otros récords no sustentables. Entre ellos, subsidios a granel, presión tributaria, controles de precios, falsificación de estadísticas, trabas a la importación y cupos a las ventas externas. Estas distorsiones fueron agudizadas luego por Cristina Kirchner con mayor aislamiento comercial y financiero, aunque a fin del 2011 recurrió al cepo cambiario y una emisión monetaria descontrolada para llegar al final de su segundo mandato justo al borde del estallido de una crisis.

La total falta de sustentabilidad de la política económica de CFK fue tan evidente para buena parte de la sociedad como su autismo político y su corrupción sistemática, lo cual se tradujo en el triunfo electoral de Mauricio Macri, en segunda vuelta y sin mayoría propia en el Congreso.

Aun así, pudo mejorar la gobernabilidad mediante acuerdos con los gobernadores y legisladores de la oposición no kirchnerista para sancionar leyes claves. Pero en materia de sustentabilidad macroeconómica tuvo varios errores, más allá de no haber explicado de movida la gravedad de los problemas económicos heredados. Quizás el más visible ahora es haber endiosado el gradualismo para corregir los déficits “gemelos”, pero no con un plan explícito, sino con dos apuestas: una, que la economía crezca a base de inversiones y reduzca el relativo peso del Estado; otra, que gane competitividad a través de reformas que reduzcan progresivamente el “costo argentino” y eviten un tipo de cambio muy alto. Con este esquema, la sustentabilidad de las cuentas fue reemplazada por abundante crédito externo y de bajo costo. Pero no duró los siete años que preveía la Casa Rosada sino dos, se encareció por la vulnerabilidad externa de la Argentina y el plan B fue repetir la historia de otro crédito stand by con el FMI. Después del apagón político-reformista producido tras el triunfo electoral de Cambiemos en octubre, una pieza clave para el acuerdo con el Fondo será el Presupuesto Nacional de 2019. No sólo por sus números fiscales y la posibilidad de financiar a Nación y Provincias, sino como test de gobernabilidad entre oficialismo y oposición.

Una pieza clave para el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional será el Presupuesto Nacional del 2019, como test de gobernabilidad entre oficialismo y oposición.

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Una pieza clave para el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional será el Presupuesto Nacional del 2019, como test de gobernabilidad entre oficialismo y oposición.

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