Convulsión social y alternancia política


Frente a tanto caos social que acontece en distintos países Latinoamericanos como Ecuador, Chile y ahora Bolivia, cabe una singular pregunta: ¿quien paga los costos? Costos, por cierto, que no serán sólo económicos sino también sociales y políticos. Económicos porque el cese o interrupción de las actividades comerciales genera grandes pérdidas valuables en dinero; sociales refiere a la fractura o lesión que se produce en el seno de la propia sociedad; y políticos puesto que la gobernancia de cada uno de los presidentes involucrados se ve empañada al punto de verse cuestionada y terminar dificultando la continuidad del mandato presidencial.

Un caso particular es el de Chile que es una sociedad marcada por una fuerte diferencia de clases, con una sociedad fragmentada que se evidenció en el momento de la detención de Pinochet ya que salieron a enfrentarse los partidarios y detractores del dictador. Un país que se lo tomó como un modelo económico y social del continente sur.

Daría la sensación de vivir una «Primavera Latinoamericana», donde todos los movimientos sociales tienen semejanza entre sí, como en el mundo árabe en 2010.

En este marco las protestas sociales que acontecen no están enmarcadas en un bando político, no tienen un dirigente o una voz cantante que los dirija.

Desfilan en las imágenes televisivas un sin fin de personas desorganizadas, ironizadas y dispuestas a ir por más. Frente a ello, el presidente Piñera tomó dos caminos distintos; al principio hizo una afrenta, habló de guerra; mas luego torció su rumbo, habló de cambios y pidió perdón. En otras palabras entendió que su gobernabilidad y legitimidad social estaban en peligro.

Al fin, en estos momentos, en Chile se habla de un “ingreso mínimo garantizado” que no es otra cosa que los planes sociales argentinos.

Aún perdura en Ecuador el humo del descontento social que duró días y que se originó por el intento de ajuste direccionado por el FMI. Por otro lado esta Bolivia que demuestra, a partir del recuento electoral, un descontento social importante con dos candidatos dispuestos a todo, a lo que se le debe sumar la presencia firme de la OEA.

Daría la sensación de vivir una «Primavera latinoamericana», donde todos los movimientos sociales tienen semejanza entre sí; algo similar aconteció con la primavera árabe del año 2010 originada en la ciudad de Sidi Bouzid (Túnez) que comenzó con la inmolación de un vendedor ambulante y terminó generando una revolución democrática árabe (así lo llamó el occidente) y que derrocó a varios presidentes. Justamente este antecedente es patético para esta región y debe evitarse a como de lugar; los mandatarios presidenciales lo saben y temen que el efecto dominó se propague como fuego entre los países.

En este marco, ¿será Argentina el próximo escenario?

La negativa se impone por dos motivos claros, el primero de ellos es que las elecciones presidenciales juegan una carta decisiva a los fines de canalizar el descontento. La sociedad ansía el cambio o mejorar el rumbo actual, con lo cual la alternancia política atenúa los efectos sociales.

El segundo motivo debe ser nuestra aptitud de evitar estos hechos, debemos asumir una postura defensiva del sistema republicano y democrático de gobierno. No obstante, debemos recordar que el mejor sistema político que tenemos es la democracia que gozamos la cual no puede, bajo ningún punto, verse empañada o afectada.

Dentro de la democracia todo, fuera de ella nada, ese debe ser el lema a seguir. Que esta nueva cosmogonía social latinoamericana no nos afecte, que no nos haga olvidar lo que costó conseguir y mantener esta democracia que se obtuvo en 1983 y no se ha vuelto a interrumpir.

Ya votamos, conservemos la calma y que nada nos haga perder el rumbo de mantener incólume esta democracia querida.

(*) Abogado, profesor de Derecho Penal Comercial, Universidad Comahue.


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