Corralito: una angustia que permanece en la memoria

El reciente default y la restricción bancaria en Grecia gatillaron inmediatas referencias a la crisis vivida por nuestro país en el 2001-2002. Más de allá de las diferencias geopolíticas, está claro que el proceso dejó en la Argentina hondas huellas en la cultura y efectos políticos y sociales que llegan hasta nuestros días. Expertos y protagonistas analizan para “Debates” aquellos días agitados.

Redacción

Por Redacción

“La gente cambia y sonríe, pero la angustia sigue allí”, escribió el talentoso T. S. Eliot. Y cuando la memoria se activa, eso que “sigue allí” –la angustia– se ratifica con tenacidad. Ahí nomás, dejando que pasen lunas y soles. Latiendo. Blindada ante toda posibilidad de ser corrida. “De pasado se habla sin suspender el presente, y muchas veces implicando también el futuro”, reflexiona Beatriz Sarlo en un libro de excepcional rigor (*). Y acota: “Se recuerda, se narra o remite al pasado a través de un tipo de relato, de personajes, de relación entre sus acciones voluntarias e involuntarias, abiertas, secretas, definidas por objetivos o inconscientes; los personajes articulan grupos que pueden presentarse como más o menos favorables a la independencia respecto de factores externos a su dominio. Estas modalidades del discurso implican una concepción de lo social y, eventualmente, también la naturaleza. Introducen una tonalidad dominante en lo que, según la fórmula de Jacinto Benavente, son las ‘vistas del pasado’”.

Y entre esas “vistas del pasado”, del arcón donde se estiba su azarosa historia, los argentinos encuentran ahí, a flor de tapa, el “corralito”. Y aquel diciembre de sangre del 2001.

La memoria se activa a través de Grecia y la cruda crisis económico-financiera que la fractura en estos días.

Y un “corralito” para el manejo de la moneda que emerge, como aquí hace 14 años, a modo de respuesta para intentar superar la crisis. Precaria respuesta quizá.

No es motivo de esta edición de “Debates” reflexionar sobre el trayecto que condujo a ambos corralitos. Se trata simplemente de hablar de la memoria que entre los argentinos dejó aquel diciembre estampado con sello muy propio en nuestra historia. En aquel diciembre de corralito, el neuquino Ricardo Villar era diputado provincial por la Alianza.

–¿Qué me entrega la memoria cuando pienso en aquello? El convencimiento de que el país se deshacía, dejaba de existir… La primacía de un proceso cuya dialéctica se alejaba y alejaba de poder decidir sobre él. ¡Y el resultado que imaginé todavía me da miedo: se interrumpirían las comunicaciones, sobrevendría el vivir de lo que se tiene hasta que se acabe!… No sé, ésta es mi memoria de aquel tiempo. No me conformaba ni siquiera el que yo había querido renunciar cuando la Alianza sumó a Cavallo y que además estaba para las piñas con “Chacho” Álvarez y Fernando de la Rúa. Sostener el día a día era… ¡Mierda!… ¡Ese vacío…!

Un vacío que sin embargo no fue neutro. En todo caso un vacío que no se consumía en sí mismo. Vacío que alienta su exploración, al menos desde el campo académico, por parte de la psiquiatría-psicología. Vacío que sumando vacíos es la cuna de una singular potencia de vacío. De hecho impone lo que en aquellos planos suele definirse como “brutal vertiginosidad” que signó a los hechos.

En su trabajo “Una loca idea: al borde del abismo, una apuesta colectiva”, Ana María Fernández sostiene que a pesar de la dialéctica que definía al proceso desde la calle, de hecho esto generó “una particular sinergia en espacios y tiempos que transformaron muy rápidamente la queja, dolor, desamparo, en acciones colectivas frente a la pendiente social, al combinar tiempos acelerados de acciones concretas e inmediatas con la actualización de saberes colectivos acumulados de estrategias sin tiempo. Esta vertiginosidad no surge de la nada. Se apoya en experiencias barriales previas, a veces de larga data, que no han tenido espacio en los medios y suelen ser muy poco conocidas”.

O sea, en los sectores más amplios de la sociedad, nadie salió a la calle desde la nada en materia de identificaciones comunes.

–Y ésa es la memoria del diciembre del 2001 que queda en las mayorías del conurbano bonaerense, Rosario, Córdoba: no salieron a la calle ni saquearon desde la nada, desde encontrarse ahí, persiguiendo un mismo objetivo. Salieron desde identificaciones muy íntimas, muy solidarias que hablan de vidas bajo mucho sufrimiento… Y eso hace huella en la memoria –sentencia el “Chino” Navarro, rionegrino, diputado bonaerense y uno de los líderes del Movimiento Evita.

Por aquellos días, el sociólogo Julio Godio (fallecido) escribió:

–Por conveniencias que responden a una paleta muy variada de gama de intereses, los sectores medios y altos de la sociedad argentina suelen escamotear el rol que cumplieron en determinados procesos históricos. Eluden la memoria. Distinta es la conducta de los sectores más bajos. Ahí se almacena la memoria de sus protagonismos, los invade un cierto orgullo por haber estado en la calle, en la plaza, con el adoquín en la mano. Como en la Francia revulsiva de la segunda mitad del siglo XIX, tienen algo que conquistar con el adoquín en la mano. Si lo logran o no, es otra cuestión. Pero construyen memoria. Desde esa historia se fueron a la cale en el 2001. Los activó la memoria de otros tiempos…

Para uno de los más rigurosos pensadores del presente argentino –el politólogo Natalio Botana–, la memoria sobre lo sucedido a finales del 2001 se activa desde muchos planos. Él apela a uno a la hora de reflexionar aquellos días: la diversidad social que salió a la calle.

O lo que a la psicóloga Ana María González la lleva a hablar de la “fuerza de la diversidad”. Habla de la “heterogénea composición de clase, de género, de edad, los múltiples tipos y formas de expresión, de reclamos, de organización de acciones implementada”, que signaron la protesta social en aquel diciembre.

–La desconfianza en cuanto a lo que hace el poder con la sociedad tiene larga historia en el país. Y se transmite de generación en generación. Aquel diciembre fue producto de mucha historia. Y se plasmó y así lo he escrito, vía una “concatenación de decisiones cuál más arbitraria, el corralito de Cavallo en el núcleo de esas arbitrariedades. Y de ahí en más las más descarnadas arbitrariedades se extendieron sobre todos los planos de la sociedad”.

Y remata Natalio Botana:

–Fue un tiempo tan grave que no puede dejar de alimentar la memoria, su transferencia. Pero lo grave es que ahora tenemos que la arbitrariedad e impunidad del poder persisten…

Carlos Torrengo carlostorrengo@hotmail.com

Crisis griega y sus paralelos con la argentina


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