Cristian Alarcón: compromiso con el lenguaje

El periodista y escritor , chileno de nacimiento y cipoleño por crianza, viene a Roca y a Cipolletti a presentar a su libro “Si me querés, quereme transa” y a dar un taller de crónica.

“Si conocer implica regular, bajar o –paradójicamente– amedrentar el miedo, la información que circula en los medios de comunicación no es seria. Y aquí empiezan a jugar una serie de estrategias de la venta, del marketing de la información que se monta, cada vez más, sobre la vulnerabilidad de los lectores, de los telespectadores que se encierran en sus casas a contemplar, a través de la pantalla, la supuesta degradación del mundo; regocijándose en una especie de sentimiento salvífico: yo no soy eso abyecto que me muestra la televisión, sigo siendo un ciudadano digno, ajeno a esa descomposición. Tal lectura no sólo es reaccionaria, sino sumamente peligrosa. Quizás, más allá de los efectos claros y terribles de cualquier hecho de violencia, desde el robo más pequeño hasta el secuestro, todos traumáticos, la estigmatización del otro como enemigo y el convencimiento de que somos potenciales víctimas, pueden ser mucho más antidemocráticos que la violencia misma”, dice Cristian Alarcón.

Alarcón sabe de que habla. Lo sabe por convivencia con esos temas. Escribió primero “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, y luego “Si me querés, quereme transa”, sobre la mafia peruana y el narcotráfico en Argentina. Un libro que mañana, a las 18, presentará en la Universidad del Comahue, en Roca, donde además, el viernes y sábado dictará un taller intensivo sobre crónica periodística. El domingo también presentará su segundo libro en el cierre de la VI Feria del Libro en Cipolletti.

Licenciado en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata, Cristian Alarcón nació en La Unión, Chile, en 1970. Por “Cuando me muera…”, crónica sobre la vida de pibes chorros en Buenos Aires, recibió el premio Samuel Chavki6 a la integridad periodística en América Latina, otorgado por North American Congres of Latin America. Desde 1996 al 2002, escribió sobre violencias, conflictos y tensiones urbanas en Sociedad y Cultura de “Página/12”. Luego continuó sus investigaciones y crónicas en las revistas “TXT”, “Gatopardo”, “Rolling Stone”, “Soho”, y en el diario “Crítica de la Argentina”.

“Yo me crié en Cipolletti, estudié en la Escuela Manuel Belgrano y soñé con ser periodista cuando era militante secundario a fines de los 80, en una época especial para la región, muy tensa políticamente, en la que todavía las democracias no estaban firmes, sufríamos amenazas y secuestraban chicos en el Valle… Cuando la literatura era un refugio para resistir y también la posibilidad de soñar otro mundo. Y por otro lado, porque el Valle y la Patagonia se han convertido en un escenario que cuando comencé a escribir “Si me querés, quereme transa”, podría haber parecido ajeno a las tramas mafiosas y del narcotráfico internacional. Ahora, lamentablemente, lo que ocurre en casi todos los territorios del planeta, la transnacionalidad del fenómeno narco hace que hasta las comarcas que se hacían ajenas formen parte de estas redes transnacionales. Mi trabajo pendula entre el periodista y la literatura, cada vez más cerca de ésta última. Yo he hecho periodismo duro, por ejemplo he investigado el escuadrón de la muerte, las bandas de secuestradores integradas además por policías, el caso Cabezas, el de Miguel Bru…

–Volvés en otro rol a la región.

–Estoy preocupado porque me preguntan mucho sobre cuestiones relacionadas técnicamente con la seguridad y el narcotráfico, como si fuera experto en criminología. Estoy muy lejos de serlo. Tengo opinión formada sobre esos asuntos y sobre la criminalidad transnacional u organizadas. Me encanta decir que, particularmente, la clase media argentina no tiene la más remota idea del miedo… Miedo se tenía durante la dictadura, a que te desaparezcan, miedo a que te maten un familiar, miedo a caer en las mazmorras del infierno. Miedo es caminar por Guatemala City, en un país con el más alto índice de muertes cada cien mil habitantes del continente. Miedo es entrar en una favela de Río y ser secuestrado. Por mi trabajo, en los últimos años, me toca caminar América Latina, y regresar a Argentina produce una cosa bastante graciosa: sentirse más seguro que nunca, aunque nuestros índices de criminalidad están creciendo porque hay una situación social preocupante. Hay mucha más violencia doméstica, no sólo entre pobres; la interpersonal entre chicos de clase media y media alta se puede ver en la puerta de cualquier discoteca aunque la televisión no la muestre. El insulto es la forma de comunicarse, la intolerancia, la crispación, las traiciones interpersonales, las bajezas, las peleas entre amigos íntimos, las traiciones entre parejas. Y por otro lado, hay magnificación de hechos policiales en una incesante máquina de repetición y proyección de los principales noticiosos televisivos. Nos estamos acostumbrando a lo que ya se acostumbraron los mexicanos, al body counting….

–Conteo de cuerpos.

–Sí… acabo de regresar de México. Dirijo un programa de la Fundación de García Márquez sobre cómo narrar el narcotráfico y en León hubo una reunión con editores latinoamericanos; antes integré en Austin, en la Universidad de Texas, un panel llamado “¿Cómo salir del body counting?”. A ellos en nada les ha servido tener un recuadro en los diarios diciendo 5894, al día siguiente, 6002 y al otro, 6072, después de la muerte de 72 migrantes en la frontera. Porque los periodistas, los medios de comunicación y las empresas de los holdings comunicacionales han perdido de vista a la sociedad y a la hora de relatar la violencia, han perdido de vista a las personas y sólo ponen énfasis en la condición de víctima de los ciudadanos. Y nosotros somos un país muy heterogéneo. La negación que existe del interior, por caso, en los medios nacionales –excepto canal 7– es increíble… Nadie conoce, puede sospechar cómo son las tramas sociales y de violencia de una zona como la de Río Negro y Neuquén.

–O cómo es la vida cultural, educativa, de la región?

–Exactamente. También he notado cuando voy a provincias, cierto resentimiento lógico y una desconfianza enorme hacia lo que se produce en el llamado centro del país.

En la cabeza del pulpo.

–Estoy muy interesado en ir, además, porque voy a ver a mis afectos más profundos. Me dedico a recibir amor y no hago lo que en todas partes, indagar en los diarios, preguntar a todo el mundo qué está pasando. Sí, percibo que el miedo también crece allá y que hay una idea sobre los nuevos guetos, supuestamente impenetrables…

“Me encanta decir que, particularmente, la clase media argentina no tiene la más remota idea del miedo. Miedo se tenía durante la dictadura”, asegura Cristian Alarcón.

Eduardo Rouillet


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