Cuando menos es mucho más

El viernes, Eduardo Gotthelf presentará "Cuentos pendientes" en General Roca. Son microrrelatos que sugieren universos más allá de su brevedad, que buscan lectores cómplices que se atrevan a reconstruir desde fragmentos de otras obras, guiños y alusiones.

NEUQUÉN (AN).- Una estocada, dice la escritora Cristina Ramos que son los microrrelatos. Una búsqueda continua de lectores cómplices que continúen la creación del autor, afirman otros. Lo cierto es que se trata de un género que tiene más de un siglo de establecimiento en la literatura argentina pero que puede rastrearse en los epitafios de los antiguos sepulcros romanos, en las lápidas de los cementerios rurales y en los graffiti -«pintadas»- que pueblan los muros del planeta.

Y esta semana Eduardo Gotthelf promete extraer de su chistera los «Cuentos pendientes», que intentarán encantar al público como si este autor fuera un prestidigitador de la literatura.

La comparación no es descabellada y en cambio está insinuada por Gotthelf mismo: en la entrevista indicará que desde su infancia y acaso por cuestiones hereditarias, quedó fascinado por la magia que «busca el efecto con elementos comunes frente a los propios ojos del público». Y con «la minificción ocurre lo mismo: se busca un impacto, no por el impacto mismo sino para asomarse a la historia que está dentro de la historia».

En efecto, el viernes 13, a las 20, en la librería Quimhue (España 1471) de General Roca, Cecilia Boggio hablará sobre «Cuentos pendientes», habrá una presentación general a cargo de la editorial Ruedamares que orienta Cristina Ramos, y lectura de los textos de Gotthelf.

Brevedad, fragmentariedad, reescritura, empleo poético de la lengua, intertextualidad y humor son rasgos característicos del microrrelato, esa ficción que establece «un relato en el relato».

Según la investigadora Laura Pollastri, el microrrelato funciona «como un mínimo manjar envenenado, cuya degustación retorna y nos vuelve rumiantes de la palabra». Se trata de «un tarascón gozosamente emponzoñado, mientras rebota en las paredes de nuestro cerebro en busca de un significado que nunca termina de cerrarse».

En el idioma castellano, el microrrelato tiene dos padres reconocidos: Rubén Darío y Jorge Luis Borges.

Para Gotthelf, los comienzos están en la adolescencia. Desde ese origen remoto y tras un paréntesis ocupado fundamentalmente por su actividad profesional -es ingeniero en petróleo; ahora consultor en la industria-, retomó hace veinte años, «siempre con textos cortos como si hubiera optado por la minificción antes de que existiera como género». Durante la preparación de «Cuentos pendientes» -ya el título anuncia una necesidad de complementariedad de parte del lector-, Gotthelf hizo un trabajo de síntesis y reducción sobre textos anteriores. «Fue un ejercicio increíble porque ahí se da cuenta uno de cuánto sobra, cuánto más se puede decir con mucho menos».

Lo cierto es que estos textos «recargan» de trabajo al lector, pues la minificción es «un producto muy concentrado que exige dilución para ser consumido». Se trata, entonces, de textos «tan acotados que permiten una actividad muy proyectiva del lector. Son muy distintas las lecturas que, del mismo texto, hacen diferentes personas», añadió.

Entonces, Gotthelf describió los rasgos principales de esta escritura: sutileza, ironía, sorpresa, ambigüedad, «todo al servicio del efecto final, como si la revelación estuviera en la última palabra. O en la penúltima».

El cuento, el relato se originan en una frase o una palabra que Gotthelf anota con una fibra en un papel cualquiera, a mano, porque viaja a menudo «y se me ocurren en cualquier momento: en los viajes, en un aeropuerto». Desde esa primera frase o palabra clave, «hay un esbozo manuscrito y después una transcripción en computadora». En ese punto comienza el trabajo arduo de corrección y relectura.

El resultado es un texto que necesita un respaldo que se construye con suposiciones, sugerencias, alusiones, «algo que ha existido en otros libros, en otros ámbitos» y que se pone sobre la mesa, a la vista del lector.

Son textos que se arman con fragmentos, que arman y desarman otras historias. Ese respaldo necesario, añade Gotthelf, «son retazos de sabiduría, cosmovisión, humor e ironía. El humor actúa como una enzima que nos ayuda a digerir la realidad».

Así, como explica Pollastri, en el microrrelato «todo está dicho con menos palabras que las necesarias, mientras que sus componentes, en su totalidad, funcionan como estrategias narrativas; todo cuenta, en el sentido económico -todo suma- a la vez que, en el sentido narrativo del término, todo relata. Los rasgos comunes son, entonces, brevedad, fragmentariedad, reescritura, empleo poético de la lengua, intertextualidad, humor».

 

GERARDO BURTON

gburton@rionegrolcom.ar


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