Esclavos liberados y las mujeres, con roles claves en la defensa de Patagones el 7 de Marzo

En muy pocos años, los corsarios llevaron a Patagones unos 430 esclavos de origen africano, sobre una población de 800 habitantes, y llegaron a representar un 40% del total. Fueron liberados e incorporados como peones o soldados, al batallón de morenos.

La gesta del 7 de marzo de 1827 es recordada como una verdadera victoria popular y un acontecimiento fundante de la identidad de Carmen de Patagones, porque los protagonistas de los hechos fueron sus pobladores: soldados rasos, gauchos, antiguos esclavos negros liberados y las mujeres fueron quienes pusieron el cuerpo para la defensa del fuerte.

La particular historia y ubicación de Patagones, un verdadero enclave estratégico, primero español y luego de las Provincias Unidas en la costa norte de la Patagonia, le habían dado un perfil muy particular a su población.

Hacia 1825 tenía unos 800 habitantes, que vivían en una estrecha lonja de unos 50 kilómetros de largo desde San Javier hasta la desembocadura del río por unos quince de ancho (el valle). Durante años este enclave había logrado largos periodos de relativa paz, pese a estar rodeada de poblaciones originarias, gracias a una cuidadosa diplomacia y relaciones comerciales con las comunidades. “No era extraño que tehuelches, pampas o araucanos llegaran a la aldea a comerciar, arreglar cuestiones con la comandancia del fuerte o auxiliar enfermos. Deambulaban libremente en el poblado, pero estaban obligados a regresar a sus tolderías al sur al anochecer” (1).


El batallón de Morenos de Patagones tenía 104 integrantes, de los poco más de 450 defensores armados que tenía el fuerte al momento de la invasión brasileña.


También los vaivenes administrativos habían aportado a su poblamiento: en algunos periodos el fuerte de Carmen de Patagones se había transformado en destino alternativo para presidiarios, que cambiaban los muros de la cárcel por trabajo en el sur. También fue lugar de “castigo” para soldados y funcionarios en distintas administraciones.

A la población hispana y criolla se fueron agregando comerciantes, marineros de distintas nacionalidades. Las actividades de los corsarios aportan un número creciente de pobladores de origen africano de buques esclavistas capturados, que al llegar era liberados.

Así, en las calles de Patagones en aquella época “transitaban homicidas y cuatreros deportados, soldados, corsarios, indígenas y africanos de diversas etnias con mil idiomas extraños y presencias inquietantes”. Pero también había moldeado en sus pobladores un carácter capaz de soportar desafíos y amenazas cotidianas.

• En el caso de los africanos, la actividad corsaria había hecho crecer su número en muy poco tiempo. Según un estudio de la historiadora Dora M. de Gorla, introdujeron en menos de tres años en Patagones un total de 430 esclavos de origen africano sobre una población de unos 800 habitantes, aunque no todos quedaron en la zona. Hacia 1928 se estimaba que la población negra llegó a ser un 40% del total de Patagones. Como las leyes de la Asamblea del año 13 prohibían el tráfico de esclavos, al arribar comenzaban un proceso de liberación bajo ciertas condiciones: servir en algún establecimiento durante 6 años como empleado, con un módica paga, alimento y vestimenta, o también integrarse al ejército durante 4 años, en el caso de los varones de 12 a 40 años. Al momento de la invasión brasileña había un batallón de 104 libertos, que participó en forma decisiva en la defensa del fuerte. “Un detalle curioso es que cuando llegaban se les daba un nuevo nombre y apellido: se les decía vos sos Pedro, vos Felipe, etc. Y todos llevaban el mismo apellido, Patria, porque pasaban a ser soldados de la Patria”, comenta el historiador Leonardo Dam.

• Retirada a los cintazos. Una anécdota revela el carácter de estos soldados negros: en el denominado “combate de la batería” la primera acción de la invasión brasileña (ver nota central), el pelotón encargado de la defensa disparó a los barcos hasta que se queda sin municiones, y mueren dos soldados “morenos” y un corsario italiano. Sin embargo, cuando el comandante, de apellido Pereyra, da la orden de retirada “los soldados enardecidos querían seguir resistiendo, y en medio del fuego enemigo el oficial debió empezar a los cintazos para que obedecieran y se retiraran al fuerte”, relata Dam.

• Las mujeres. Un rol destacado y menos conocido lo cumplieron las mujeres, que no sólo colaboraron con la logística y la asistencia a los heridos, sino que tomaron literalmente las armas para defender el fuerte. Para no exponerlas al combate directo, varias de ellas fueron uniformadas como soldados y se pusieron sobre la muralla en formación, colaborando con la carga de los cañones de artillería. “Esto tenía una parte de acción psicológica sobre el enemigo, porque aumentaba la cantidad de soldados que se veían defendiendo el fuerte y liberaba soldados para hacer patrullajes en las inmediaciones”, señala el historiador. Finalmente no fue necesaria su entrada en combate, ya que las fuerzas brasileñas fueron derrotadas en el Cerro de la Caballada.

(1)Fuente: “El combate de Patagones, Museo Histórico Regional Emma Nozzi)


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