El plan Caputo: medidas necesarias, pero no suficientes para un problema de larga data

El Gobierno está enfocado en arribar al superávit fiscal en 2024, pero una solución virtuosa de la restricción externa requiere elementos adicionales y heterodoxos.

Pese a su disimilitud, las crisis económicas que repetidamente ha atravesado Argentina en el último tiempo tienen en común más de lo que uno podría imaginar. Se suele atribuir esta viciosa recurrencia a la llamada restricción externa, un término que los economistas usan para aludir a los problemas de sostenibilidad de la balanza de pagos que, regularmente, detienen los procesos de crecimiento económico, dando lugar a los tristemente célebres ciclos de stop and go.

La devaluación, los controles de cambio y el endeudamiento son las maneras en que los gobiernos han intentado relajar esa restricción. Decisiones que, forzadas o no, terminan siendo soluciones transitorias y perjudiciales para la economía y la población.

La cuestión que nos ocupa hoy es entender qué lleva a la economía argentina a repetir patrones tan perniciosos. Como primer paso, es importante concebir la restricción externa como el síntoma de una enfermedad, y no como el problema en sí mismo.

Los economistas más heterodoxos atribuyen este problema a la estructura productiva argentina, mientras que los más ortodoxos culpan al déficit fiscal permanente. Lo cierto es que superar inmediata y sostenidamente la restricción externa requiere dar solución a ambas problemáticas.

Es importante concebir la restricción externa como el síntoma de una enfermedad, y no como el problema en sí mismo.

La obsesión de la actual gestión económica nacional por arribar al superávit fiscal primario en el 2024 muestra a las claras cuál es su diagnóstico. “La génesis de nuestro problema ha sido siempre fiscal”, dijo el ministro de Economía, Luis Caputo.

La necesidad de ordenar las cuentas públicas y de dotar de disciplina al manejo fiscal es una cuestión sobre la que hay un consenso pocas veces visto en nuestra historia económica, y lo recibimos con beneplácito. “Orden fiscal” era uno de los slogans de la gestión del exministro de Economía, Sergio Massa (aunque en resultados no se haya plasmado acabadamente). “No hay plata” es el mantra del presidente de la Nación, Javier Milei.

Sin embargo, lo fiscal es solo una de las caras de la moneda. La otra se vincula estrechamente con la estructura productiva de Argentina. Muchos países han logrado modificarla mediante procesos dirigidos por el estado, algo que difícilmente pueda iniciarse en la Argentina libertaria que viene.

La restricción presupuestaria


Priorizar a la restricción externa como tema a resolver es, en cierto modo, poner el carro delante de los caballos. En el último tiempo, poco énfasis se hizo en los flagelos que la ocasionan.

Como ya adelantamos, uno de ellos tiene que ver con las cuentas públicas. El problema no es estrictamente el déficit fiscal, sino su cronicidad. De acuerdo con un informe del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), en los 62 años trascurridos entre 1961 y 2022, Argentina tuvo superávit primario en solo 14, y si se agrega a la ecuación el pago de intereses de la deuda pública, en solo 6 hubo saldo positivo.

Dato

3,2%
Es el déficit fiscal financiero nacional acumulado entre enero y noviembre de 2023, como porcentaje del PBI.

El 2023 no es una excepción a esta regla. De acuerdo con la consultora LCG, el déficit fiscal primario nacional acumulado hasta noviembre representa un 1,7% del producto bruto interno (PBI), y el financiero un 3,2%. Será el décimo quinto ejercicio consecutivo con saldo negativo.

Esta situación tiene implicaciones en el corto y mediano plazo. Por un lado, configura un escenario de insostenibilidad e incluso de posible insolvencia para afrontar los compromisos con los acreedores. Por el otro, redunda en problemas de no liquidez, ante la imposibilidad de seguir accediendo a financiamiento.

No existe una política fiscal gratis. Es decir, no se puede subir el gasto y bajar impuestos sin que esto signifique un movimiento compensatorio en el futuro, máxime si se trata de una economía estancada como la argentina. Después de 15 años de números en rojo, el ajuste fiscal iba a llegar, más temprano que tarde.

El mecanismo por el cual el déficit fiscal permanente hace operativa la restricción externa no es siempre el mismo, pues depende del modo en que se financie.

Volver a la disciplina fiscal era una decisión necesaria. Tras 15 años de saldos negativos, creemos que no había mucho lugar para discutir velocidades.

El gradualismo fiscal de Mauricio Macri mantuvo a la Argentina con déficit primario y financiero durante sus 4 años de mandato. Esto, combinado con una liberalización cambiaria y desregulación financiera, propició cuantiosos ingresos de fondos especulativos y, en consecuencia, un atraso cambiario en los primeros años de gobierno. Por ello, el déficit comercial fue una constante en ese período.

El programa se topó en 2018 con una reversión de los flujos de capitales y una crisis devaluatoria por la que se volvió a endeudar a la Argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI), siendo el mismo Luis Caputo el ministro de Economía de aquel entonces. Es un yugo con el que tendremos que convivir muchos años.

Dato

48
Son los años con déficit fiscal primario nacional en los últimos 62 años.

Durante el gobierno de Alberto Fernández, se optó por un régimen de represión financiera y por endurecer progresivamente el cepo cambiario, a fin de no ajustar abruptamente el tipo de cambio oficial. El enorme déficit fiscal durante la pandemia y los de los años subsiguientes se han financiado en mayor medida con emisión monetaria.

La aceleración inflacionaria derivada de estas decisiones ha llevado al tipo de cambio real a valores muy bajos, y lo que se quería evitar con los controles de cambio terminó sucediendo inexorablemente: déficit comercial y en cuenta corriente, y una alarmante pérdida de reservas internacionales.

Justamente, los ejes principales del denominado “paquete de urgencia” económica, presentado el 12 de diciembre por el gobierno, consisten en terminar con el déficit fiscal y revertir el atraso cambiario. Shock fiscal y devaluación, en términos más cotidianos.

Es un acierto que se haya tomado noción de que en Argentina la restricción presupuestaria del sector público está antes que la restricción externa. Déficit fiscal es sinónimo de necesidad de financiamiento. Si el ahorro del sector privado no alcanza a compensar los saldos fiscales negativos, o nos endeudamos con el resto del mundo o se emite dinero. La economía no es solo ciencia, sino también contabilidad.

Es un acierto que se haya tomado noción de que en Argentina la restricción presupuestaria del sector público está antes que la restricción externa.

La situación heredada hizo necesario el salto devaluatorio. Sin embargo, lejos está de ser una solución definitiva en este contexto. La corrección cambiaria, sumada a la desregulación de otros precios de la economía, ha ocasionado una aceleración de la inflación como hacía décadas no se veía en nuestro país. Bajo un régimen de crawling peg al 2% mensual, esto no hace más que atrasar el tipo de cambio otra vez y que un nuevo salto nominal se avizore.

Hay algo que no se explicita en el programa de ajuste fiscal: la estanflación anunciada no es solo una consecuencia de tales medidas, sino también una herramienta. Por el lado de la inflación, la licuación del gasto público constituye un elemento clave para alcanzar el superávit fiscal primario; ello incluye la pérdida de poder adquisitivo de los salarios estatales y, posiblemente, de las jubilaciones. Por el lado de la recesión, aunque reducirá la base imponible de varios tributos, también desalentará las importaciones de bienes y servicios. Es un mecanismo adicional por el que el gobierno busca relajar la restricción externa y acumular dólares.

En suma, retornar a una disciplina fiscal era una decisión necesaria. Tras 15 años de saldos negativos, creemos que no había mucho lugar para discutir velocidades. Sin embargo, el cómo y dónde se recorta es un asunto más controvertido: la variable de ajuste será otra vez la ciudadanía, y no la casta como tanto se prometió.

Lo estructural


“En Argentina, lo que fracasa en hacer la política lo hace la devaluación”, había señalado el economista y diputado nacional, Martín Tetaz, en una entrevista con Diario RÍO NEGRO a comienzos de año. El deterioro de los salarios, tanto en términos reales como medidos en dólares, termina siendo el desenlace de las tantas crisis ocasionadas por la incapacidad política de gestionar la restricción externa.

¿Y qué es lo que debe hacer la política? En lo inmediato, disciplina fiscal, pero también es necesario iniciar un proceso de transformación de la estructura productiva del país. En términos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), ello implica revertir el carácter especializado y heterogéneo de nuestra economía.

En sus alocuciones, el presidente Javier Milei tiende a reivindicar a la Argentina de comienzos del siglo XX, tiempos en que el modelo agroexportador le daba a nuestro país el mote de “granero del mundo”.

El mundo y los paradigmas han cambiado en los más de 100 años transcurridos desde entonces. Es atinado pensar que Argentina necesita un modelo de crecimiento basado en exportaciones, atento a su mercado interno relativamente pequeño. Sin embargo, creer que la solución radica en reinstaurar un patrón de especialización extrema basado en el postulado liberal de las ventajas comparativas es un error.

Abundan los casos exitosos de conversión de estructuras productivas dirigidos por el estado. En el pensamiento libertario, ello es inconcebible.

La validez de la teoría está fuera de discusión, pero consideramos necesario incorporar elementos heterodoxos al análisis. Por un lado, el grado de especialización de una economía es directamente proporcional a su grado de vulnerabilidad ante shocks exógenos. El enorme perjuicio ocasionado por la última sequía es un ejemplo cabal. Por otro lado, es necesario favorecer el desarrollo de las actividades con mayor capacidad de agregar valor, que hoy son aquellas llevadas adelante por los sectores más intensivos en conocimientos.

La explotación de recursos naturales no es una de esas actividades, lo cual no significa que haya “sectores buenos y sectores malos”. Por el contrario, la abundancia de un recurso natural puede constituir la base para el desarrollo de numerosas innovaciones, como por ejemplo la genética en el caso del agro, o la industria del sofware para Vaca Muerta.

Argentina necesita dejar en el pasado las recurrentes tensiones macroeconómicas derivadas de la restricción externa, y necesita hacerlo con un modelo de desarrollo con inclusión social. Abundan en el mundo los casos exitosos de conversión de estructuras productivas dirigidos por el estado. En el cuerpo de pensamiento libertario, ello es inconcebible. Un estado enorme y en gran medida ausente no era el camino. Un estado inexistente, tampoco.


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