Dos bloques en aprietos
La cumbre del Mercado Común del Sur (Mercosur), que protagonizaron ayer los presidentes Luis Inacio Lula da Silva y Javier Milei, lució devaluada porque desde días antes se sabía que su principal objetivo, firmar un acuerdo comercial con la Unión Europea UE), quedó relegado para un tiempo que podría ser un mes o varios, dadas las dificultades internas y geopolíticas que enfrentan ambos bloques comerciales.
El jueves pasado, mientras miles enfurecidos agricultores arrojaban papas podridas y estiércol en las calles de Bruselas y enfrentaban a la policía, los jefes de Estado europeos decidieron posponer al menos hasta enero la aprobación interna del acuerdo. No es una novedad. Hace más de 25 años que la UE y el Mercosur vienen negociando este pacto económico, que en teoría crearía un mercado integrado de 780 millones de habitantes y un PIB combinado de 20 billones de dólares, el mayor del planeta, entre el principal exportador mundial de alimentos y varias de las principales potencias industriales del mundo. En términos generales, el documento establece la eliminación gradual de los aranceles mutuos entre bloques hasta llegar al 90% de los productos comercializados.
Sin embargo, la firma del tratado, que política y diplomáticamente fue concluido en 2019, nunca ha podido entrar en vigor debido a la tenaz resistencia del sector agrícola europeo, que teme desaparecer ante los más competitivos productores sudamericanos. Francia, Italia, Polonia, Hungría, entre otros países, encabezan el bloqueo a nivel continental. Aunque el tratado no necesita unanimidad (se requiere aprobación del 55% de los países, el 65% de su población), el peso político de quienes siempre piden mayores “salvaguardas” ambientales y de todo tipo han venido trabando todas las iniciativas.
Además de las presiones internas, el bloque viene enfrentado otras tensiones geopolíticas, como el debate sobre la actitud ante la avanzada rusa en Ucrania y el este del continente, y su pulseada con Estados Unidos por temas de comercio y seguridad, que alejan este acuerdo y su tramitación de sus prioridades más urgentes, aunque se diga lo contrario.
Por su parte, el Mercosur también enfrenta su propia crisis. Aunque en los países de la región no exista una resistencia al acuerdo con la intensidad que se refleja en Bruselas, hay un fuerte debate entre los distintos socios sobre la estructura, el funcionamiento y el futuro de este bloque comercial.
El bloque sudamericano se encuentra en una encrucijada: fue creado en 1991 por Argentina y Brasil con la modesta intención de aumentar la confianza mutua, evitar conflictos bélicos y estabilizar las democracias en el Cono Sur. Pero, como señalan varios autores, fue víctima de su propio éxito: una vez alcanzados estos objetivos, los intentos por ampliarse y profundizar la integración económica, comercial y política se han estancado y desdibujado, sea por las asimetrías y divergencias internas o por las cambiantes prioridades estratégicas de las administraciones de turno.
Nunca pudo superar la etapa de una unión aduanera imperfecta y hoy tiene una de las proporciones de comercio más bajas del mundo (entre 10 y 15%). Para la Argentina, el bloque ha pasado a representar del 30% de su comercio exterior en 1997 a menos del 21% en 2021, reflejando su pérdida de relevancia.
Ante este fracaso en transformarse en un bloque comercial dinámico, se abrió una disputa entre los principales socios: mientras Brasil y algunos aliados apuestan a mayor integración y profundización del bloque, otros, como Argentina y Uruguay, lideran una tendencia hacia la flexibilización y apertura bilateral, con chances de acuerdos por fuera de la asociación.
En medio de este esquema aparecen dos actores extrarregionales. Estados Unidos, de la mano de Donald Trump, reactualizó el interés en Sudamérica en materia de seguridad y acceso a mercados, buscando contener el avance de China, que de la mano de una planificada estrategia de décadas ya es el principal socio de varios países latinoamericanos, con fuertes inversiones en sectores estratégicos.
De esta manera, el retraso del acuerdo con la UE parece hoy un problema menor frente a los enormes desafíos de un Mercosur, que para no quedar en la irrelevancia necesita modernizarse y lograr primero acuerdos internos, para luego negociar alianzas externas y una inserción internacional inteligente en el complejo panorama geopolítico actual, marcado por las disputas de poder entre las potencias.
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