Prioridades

Las cifras divulgadas esta semana confirmaron que el problema central de la Argentina sigue siendo una elevada y crónica inflación, que traba la producción y agrava las condiciones de vida de los más pobres, mientras el oficialismo y la oposición gastan tiempo y capital político en disputas ajenas al tema, privilegiando el cálculo de corto plazo y su posicionamiento electoral.

El Indec informó una inflación acumulada del 94,8% para el 2022, festejada por el oficialismo porque no llegó a las fatídicas tres cifras, obviando que fue la cuarta más alta del mundo, sólo detrás de Venezuela, Zimbabue y el Líbano. Y es la única de las cuatro naciones que no atravesó una guerra o alguna otra catástrofe climática, política o humanitaria. Los rubros que más subieron fueron alimentos y vestimenta, con lo cual el impacto más fuerte fue en la población de menos ingresos: habrá un crecimiento de la pobreza e indigencia.

Un reciente análisis del economista Juan Manuel Tellechea explica cómo el problema inflacionario se consolidó en la última década y afectó el crecimiento. Según sus datos, entre 2012 y 2021 la inflación se cuadruplicó, pasando de 23% anual al 94,8% actual, mientras el PBI per cápita se redujo un 7%, confirmando la relación negativa entre ambas variables. A esto contribuyeron malas decisiones de varias administraciones, entre ellas la subestimación del fenómeno tras la salida de la Convertibilidad, el sostenimiento de déficit fiscales por periodos prolongados (incluso en etapas de crecimiento), el endeudamiento poco sostenible y la falta de políticas exportadoras para el ingreso de dólares, entre otros.

El problema, argumenta Tellechea, es que la inflación “tiene memoria”: las personas y las empresas van ajustando sus comportamientos a una economía de alta inflación y luego es muy difícil que “desaprendan” mecanismos y comportamientos. La forma en que las empresas y comercios fijan sus precios, las personas cuidan sus ahorros, la frecuencias de la paritarias o la renovación de alquileres, altera la estructura económica: cada día más sectores buscan atar sus precios a la inflación, en plazos más cortos. La economía formal e informal reacciona de manera sensible ante cualquier shock externo o interno y hace que las medidas puntuales para controlar los precios no sean efectivas. Se generaliza la desconfianza en que el gobierno de turno logre bajar la inflación de forma estable y las expectativas negativas le quitan efectividad a las políticas económicas. Sobre todo si no enfrentan varios frentes simultáneos, argumenta Tellechea: falta de dólares, excedente de pesos, inercia y poca credibilidad.

El viernes, el exministro de Economía Martín Guzmán apuntó al último aspecto. Coincidió en que las prioridades de su sucesor Sergio Massa, orden fiscal y estabilidad macroeconómica, fijarse metas razonables y cumplirlas, no son un tema de izquierda o derecha. Argumentó que la principal diferencia con su fallida gestión fue el respaldo político, ya que “ahora nadie de nuestro espacio sale a pedir una política fiscal más expansiva”, en referencia al kirchnerismo ortodoxo.

Massa, autotitulado el “plomero del Titanic”, reconoce que la inflación y el cepo cambiario traban la actividad económica, pero tiene pocas herramientas para resolverlos y va poniendo parches como puede, a menudo en medio de “fuego amigo”. La suba de tasas y el control de precios complican la actividad económica y tienen efecto limitado. Este año habrá menos crédito internacional y la sequía provocará una fuerte baja en el ingreso de dólares. El año electoral multiplica demandas de una ciudadanía empobrecida e impaciente y no incentiva la austeridad de la política.

Bajar la inflación debiera ser la prioridad del Gobierno este año, aunque sólo sea por supervivencia política. Sin embargo, parte del oficialismo aún parece decidido a ignorar una máxima de la estrategia: no abrir nuevos frentes de batalla sin estar seguros de imponerse, porque desmoraliza a la tropa propia, genera ruido y desconfianza en los mandos y complica cualquier negociación con el adversario, que podría ser necesaria en el futuro para la estabilidad de la gestión.


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