Repudio y responsabilidad

El intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner requiere una inmediata y transparente investigación judicial que esclarezca los hechos y castigue a los responsables de un ataque de gravedad institucional. También demanda el repudio unánime de la sociedad, sin banderías políticas ni especulaciones, y acciones responsables para desarmar el clima de tensión e intolerancia en que vivimos desde hace años.

No puede haber medias tintas a la hora de rechazar la violencia política, todo un desafío en una sociedad fracturada y polarizada, donde la reiteración de agravios, descalificaciones e incluso agresiones podrían escalar rápidamente, con consecuencias dramáticas para la democracia.

La enorme duda en estas horas -y que se espera despeje la investigación judicial- es si el agresor Fernando Sabag Montiel es un “lobo solitario” que actuó por odio personal, un desequilibrado en busca de notoriedad, o si por el contrario tuvo cómplices o instigadores. La pesquisa también deberá determinar cómo se produjeron los evidentes fallos de la seguridad que permitieron que pudiera gatillar a pocos centímetros de la cara de una de las autoridades más importantes y custodiadas del país. Y debiera hacer reflexionar a los legisladores sobre por qué nuestro código penal no tiene aún la figura de magnicidio, aplicable al caso.

Las reacciones inmediatas al atentado dejaron sensaciones mixtas. Por un lado, una clara condena al hecho y pedidos de Justicia de parte de la enorme mayoría de los dirigentes de todo el arco político, desde la izquierda trotskista hasta liberales-conservadores. Sin embargo, hubo notorios silencios de dirigentes “libertarios” y expresiones de sospecha y reparos de parte de otros opositores, cuando la ocasión exigía un repudio categórico y sin ambigüedades. El presidente parecía tener reflejos acertados cuando por cadena nacional llamó al diálogo, la reflexión y a la unidad nacional ante un hecho tan grave, pero falló el día después, cuando al acto multisectorial no convocó a figuras opositoras y lo transformó en una manifestación partidaria en respaldo a Cristina. Las dificultades que tuvieron los líderes parlamentarios para consensuar en Diputados la sesión especial habla a las claras de cómo incluso en situaciones extremas como ésta, a algunos dirigentes les cuesta llegar a consensos democráticos elementales. La idea de una foto de unidad de todos los expresidentes vivos -natural en otros países- es impensable en el nuestro.

Los “discursos de odio”, expuestos hoy como si fueran un slogan kirchnerista, no son exclusividad de un sector de la “grieta” que divide al país desde hace más de una década. Y de ninguna manera pueden atribuirse a dirigentes que expresan disidencia con el oficialismo o vierten críticas, por duras que sean. Sí a aquellos que buscan estigmatizar y negar la humanidad del otro (persona o grupo) y su derecho a existir o a expresarse. Esa es la confusión que tiene el oficialismo al señalar a la oposición y a la prensa, haciéndolos casi responsables del clima que -presumen- propició el ataque.

El llevar bolsas mortuorias a la Rosada, horcas para la Corte Suprema sí son ejemplos del odio, o cuando un dirigente de la Matanza propone “fusilar” al expresidente Macri en Plaza de Mayo y otro de Cambiemos propone la “pena de muerte” a la expresidenta. No hay rechazo ni sanciones desde el propio sector político a estos exabruptos. Se repiten escraches y agresiones a dirigentes. Medios y paneles televisivos se regodean con estas expresiones extremas, porque dan audiencia.

Mientras el “discurso de odio” sea sólo “del otro”, se consienta el sectarismo, la estigmatización y se niegue la legitimidad de los adversarios políticos, será probable la repetición de hechos de violencia política. Toda la dirigencia debiera encarar acciones inmediatas para desescalar la polarización, dejar de lado posturas de superioridad moral, rechazar toda violencia sin “peros” y construir puentes de diálogo y convivencia entre adversarios que se reconocen como tales.


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