El colaboracionismo de los franceses

Por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial, festejando el 70º aniversario de la liberación de Francia, el débil gobierno socialista de Hollande aprobó una exposición con 300 documentos inéditos sobre el colaboracionismo de la mayoría de los franceses con los ocupantes nazis.

COLUMNISTAS

Esta historia, la del sometimiento de una nación ante el invasor, era una mancha negra en el pasado que pocos se decidían a borrar. Se ocultaba información y se olvidaban hasta los nombres de los responsables de la traición. Francia sonreía. De la misma manera que participó de la continuación de la fiesta -siguiendo el título del libro de Hemingway «París era una fiesta»- con los alemanes sentados en los más importantes cafés, formando pareja con francesas. Fue como si no hubiera pasado nada, como si nadie tuviera temor ni vergüenza. Nadie se escandalizó con los desfiles militares de los que ganaron sin mucha sangre el país.

Francia estuvo esperando, casi bostezando, el aguardado zarpazo de Hitler. Después de la invasión nazi a Polonia, ingleses y franceses les habían declarado la guerra a los alemanes, porque habían vulnerado un acuerdo esencial de mantener viva la independencia polaca conseguida al finalizar la guerra de 1914 a 1918. Los primeros castigados por los bombardeos, desde fines de 1939, fueron los ingleses. La isla quedaría sola frente al enemigo hasta la entrada en la guerra de la Unión Soviética y Estados Unidos, los dos en 1941. Los submarinos alemanes, como una manada de lobos, asolaron los mares y hundieron gran parte de la flota mercante de Gran Bretaña que se fue quedando sin abastecimiento, castigada desde el aire por los bombarderos con una maldad y una fiereza nunca vistas.

Mientras esto ocurría, mientras Alemania iba ocupando espacios estratégicos, devorando países, los franceses confiaban en la famosa defensa de la línea Marginot. Los alemanes se burlaron y en una operación relámpago sortearon a través de Bélgica la muralla francesa y en un mes aniquilaron todas las defensas.

Un periodista español, rescatado y homenajeado últimamente, Manuel Chaves Nogales, relata como integrante de una agencia informativa en París las causas del desastre. Su libro se titula «La agonía de Francia», reeditado ahora por la ibérica «Libros del Asteroide». Chaves Nogales huyó junto a centenares de miles de franceses hacia el sur y alcanzó a cruzar a Inglaterra, donde contó todo lo que sabía. Aquella huida, atemorizada ante la rapidez de los pasos alemanes pero que luego se convirtió en retorno pacífico, fue también narrada en el trabajo póstumo «Suite Francesa» por la brillante escritora de origen ruso pero residente en París Irène Némirovsky, quien pese a haberse convertido al catolicismo murió como judía en un campo de concentración nazi.

La visión apasionada de Chaves Nogales, un liberal seguidor de Azaña en su país, explica que la guerra estaba perdida desde mucho antes por Francia. El gobierno del Frente Popular en los años 30 había profundizado las diferencias entre partidos de derecha y de extrema derecha y los de izquierda y extrema izquierda. Los fracasos del Frente Popular tenía acobardados a quienes lo respaldaban. Y la derecha, militante en partidos católicos y en otros de un abierto fascismo, no quería el enfrentamiento con los germanos. Los soldados, explica Chaves Nogales, eran de izquierda y los oficiales profascistas, con raras excepciones como la de Charles de Gaulle que bregaba sin eco por la incorporación del tanque como instrumento bélico de gran movilidad.

Francia cayó en poco menos de treinta días. Poquísimos regimientos combatieron con decisión. El resto se dejó atropellar. La alegría de los alemanes de desfilar por París, triunfantes, tras la derrota que habían sufrido en la Primera Guerra, y la visita en las primeras horas de la mañana de Hitler y de una pequeña comitiva de íntimos por las calles de la capital, demostraron que estaban dispuestos a humillar al vencido pero también a sacarle provecho.

Alimentos, materias primas y multitudinaria mano de obra francesas se encaminaron a Alemania. Y el viejo mariscal Pétain, identificado con la Francia victoriosa, cedió todo, con la compañía del político (con pasado socialista) Pierre Laval. Fijó residencia en la ciudad de descanso de Vichy y estuvo dispuesto a estrechar la mano de Hitler con una sonrisa y a concederle todo lo que el Führer pedía.

La Resistencia no asomó su rostro y su valentía hasta la invasión alemana a Rusia. Los comunistas no habían actuado ante la derrota porque, sumisos a Moscú como siempre, habían acatado las directivas de Stalin tras el pacto Molotov-Von Ribbentrop. No se movieron, no hicieron nada. A partir de 1941 organizaron y participaron en numerosos aunque pequeñísimos pelotones que intentaron desmoralizar, atacar vías ferroviarias y matar a oficiales y soldados invasores. Integraron esos pelotones, además, socialistas, izquierdistas varios y gaullistas. Las armas les llegaban desde Londres, por lo que los gaullistas fueron dueños de las últimas decisiones en muchas oportunidades.

Hubo colaboracionistas -la mayoría de la población, aunque con heroicas excepciones- por razones económicas, políticas o de conveniencia. Se están encontrando en estos meses y revelando 250.000 fichas policiales con denuncias de vecinos contra sospechosos o contra judíos.

El régimen de Vichy, nacionalista y antisemita, tenía como consignas banderas que se basaban en los siguientes valores: «la familia, el trabajo, Dios, la patria, el orden». Fue un sistema despiadado con los judíos. Primero los conminó a colocarse la estrella amarilla que los identificaba y les prohibió trabajar para el Estado, pertenecer al ámbito universitario, ser artista o ejercer profesiones liberales. Y en 1942 entregó a los judíos a los nazis que los encaminaron a los campos de concentración y exterminio.

Algunos trabajos de investigación concretados en los últimos años han demostrado concretamente que numerosos pintores, escritores y artistas en general tuvieron vínculos estrechos con los invasores. Está el caso de Coco Chanel, comprometida con un oficial alemán, que ofició de espía y soplona. Se tienen en cuenta los buenos modales con los nazis de Jean Cocteau, Maurice Chevalier, Edith Piaf, Sacha Guitry, la actriz Danielle Darrieux, el editor Gallimard y otros tantos colegas que viajaron y fueron agasajados en Berlín. Más la sumisión de los fabricantes de automóviles Renault y Citroën.

Se sabe que Pablo Picasso recibía en su casa de París a oficiales alemanes y les vendía cuadros. Picasso recién se afilió al Partido Comunista en 1944, ya millonario, durante el ingreso de las tropas aliadas a la capital.

La vida intelectual continuó durante la ocupación, no necesariamente con aires colaboracionistas. Tanto Albert Camus como Jean Paul Sartre estrenaron obras de teatro y publicaron libros, lo mismo que Simone de Beauvoir.

Los resistentes actuaron con un gran coraje. Varios de sus dirigentes murieron bajo la tortura. Pero con la entrada de los aliados, tras la invasión de Normandía, juzgaron con la rapidez del rayo a miles de colaboracionistas. Se calcula que fusilaron a 10.000 acusados. Y se conocen 300.000 expedientes de purga tras la liberación del país. En lo que se dio en llamar la lucha por la liberación de París, en 1944 participaron figuras destacadas. Albert Camus dirigió el periódico al comienzo clandestino «Combat». Yves Montand y otros actores tomaron las armas y atacaron la municipalidad de la ciudad.

En el 2014 hubo un acto redentor. Suecia entregó el Premio Nobel de Literatura al escritor Patrick Modiano por mostrar despiadadamente la vida cotidiana de los franceses durante la ocupación. Todo un homenaje y un recuerdo de la heroicidad de los que lucharon por el país libre. Ahora, con la crisis financiera iniciada en 2007/2008, ha renacido la militancia fascista y hay un creciente antisemitismo en el país.

(*) Periodista y escritor. Miembro del Club Político Argentino

DANIEL MUCHNIK (*)


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