El Congreso caminante de Nicolás

Fernando Casullo*/Santiago Rodríguez Rey**


Pese a que nuestra historia es rica en conflictos y grietas, solo una vez el Congreso debió levantar campamento y constituirse en otro lado para legislar.


L primera Sesion remota en el recinto del Senado de la Nación .

En estos días en los que estamos encerrados viendo mucho Miyazaki en Netflix, una de las discusiones álgidas en el aforo público, entre barbijos, cacerolas y aplausos, es la escasa actividad legislativa en el Congreso de la Nación. Si bien el Parlamento Nacional no es el único con dificultades para sesionar, los ojos del país se posan en el kilómetro 0. Una vez más aparece la añeja discusión sobre el federalismo real de nuestro país, agravado por las tensiones propias de una crisis sanitaria que muestra con color inusual el complejo territorio sobre el que se hace política.

La fina letra de los reglamentos de las cámaras no aporta demasiadas pistas sobre cómo legislar en una crisis de estas características. En el caso de diputados, el art.14 dice que solo en casos de “fuerza mayor” se puede sesionar afuera y si hablamos del senado es el art. 30 de su reglamento el que habla de “casos de gravedad institucional” para permitir un traslado. Más allá de dichas zonas oscuras normativas y pese a que nuestra historia es rica en conflictos y grietas, solo una vez el Congreso debió levantar campamento y constituirse en otro lado para legislar. Aquel motivo combinaba fuerza mayor y gravedad institucional y fue durante el conflicto armado por la federalización de Buenos Aires y la elección de 1880.

Si existió un Congreso en fuga en 1880, en gran medida fue por la irresuelta formación del estado nacional, garabateado en 1853 por la Constitución, y la más poderosa de las provincias, la Buenos Aires agrandada luego de Pavón. De hecho, en los términos estrictamente administrativos, entre 1862 y 1880 las autoridades nacionales residían en el municipio de la ciudad de Buenos Aires, bajo las condiciones ofrecidas por la legislatura de dicha provincia. En términos más parroquiales, “de onda”.

La situación no dejó de ser tensa bajo las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, la provincia estaba siempre a tiro de cambiarle la clave del wifi a la Nación. En la sucesión presidencial de 1874 ya había habido chispazos, y en el ajetreado 1880, al hacerse notorio que la candidatura de Tejedor perdía volumen frente a la de Roca, los ruidos entre locador y locatario se hicieron presentes. Fue el propio Tejedor, gobernador de Buenos Aires, con peso y ambiciones propias suficientes para considerarse mucho más que un mero mitrista, el que directamente volvió sobre la condición de “huésped” del gobierno federal.

Nicolás Avellaneda

En mayo de 1880, con el resultado presidencial puesto y el destino de la ciudad capital decidido, la provincia comenzó a moverse para tener la última palabra.

En ese marco, el presidente saliente Nicolás Avellaneda comenzó con la audaz movida legislativa de federalizar Buenos Aires y quedarse para el Estado Nacional a la reina del plata, muebles incluidos. Tejedor dispuso en respuesta la movilización de tropas y formación de milicias. El Congreso nacional reaccionó prohibiendo el movimiento de tropas sin permiso federal, a lo que el Buenos Aires de Tejedor hizo caso omiso (con un enfrentamiento por el decomiso por un barco con armas para las milicias porteñas incluido).

La situación de tensión era inevitable y Tejedor invocó la Ley del Acuerdo y desalojó al gobierno de Avellaneda, que se retiró al pueblo de Belgrano. Desde allí, a pocos kilómetros en lo geográfico pero absolutamente alejado en lo simbólico, el 24 de agosto de 1880, ya derrotada e intervenida Buenos Aires, el presidente Avellaneda, que había coqueteado con renunciar, envió a las Cámaras el proyecto por el cual se convertía al municipio porteño en Capital de la República.

El 21 de septiembre de 1880, con el Congreso residiendo aún en Belgrano, la ley fue aprobada, y el 6 de diciembre promulgada por el nuevo presidente Julio Argentino Roca. Con su ratificación días más tarde por la legislatura porteña, se separó a Buenos Aires de la provincia homónima. El resto es sabido, la capital de esta última se trasladaría a la ciudad de La Plata, fundada ad hoc, y se establecería el gentilicio bonaerense para los nacidos en la provincia manteniendo porteño para los nacidos en la ciudad.

De esta forma, el último gran conflicto para encontrar la unidad nacional hallaba solución hace 140 años. Los intentos de traslado capital hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío, tuvieron que esperar un siglo. Mientras, el Congreso gambetea la pandemia atomizado desde el living de los legisladores.

*Historiador, director de la Escuela de Estudios Sociales y Económicos de la Universidad Nacional de Río Negro

**Analista político y estratega en Marketing Político


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