El déficit del que menos se habla

Mirando al sur

Sólo los economistas que siguen de cerca las cuentas del sector público advierten algunas tendencias preocupantes en la evolución del déficit fiscal, que muchos funcionarios suelen disimular con declaraciones ambiguas o tecnicismos y, por lo tanto, rara vez se convierten en tema de debate fuera de los ámbitos especializados.

Una excepción en este sentido es la del propio presidente Mauricio Macri, quien más de una vez en los últimos meses admitió públicamente que el actual desequilibrio fiscal resulta “insostenible a mediano plazo”. El mismo argumento utilizó el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, cuando a fin de febrero anunció el sendero descendente para reducir el déficit primario al equivalente de 4,2% del PBI en el 2017; 3,2% en el 2018 y a 2,2% del PBI en el 2019.

Lo paradójico es que, si bien el ministro Dujovne anunció que esas metas se cumplieron en el primer cuatrimestre de este año, el déficit financiero (o total) sigue subiendo. Y, por lo general, es de lo que menos se habla.

Para evitar confusiones, a esta altura conviene aclarar qué significa cada definición del resultado fiscal: el déficit primario computa la diferencia de caja entre gastos e ingresos sin incluir los intereses de la deuda pública; en tanto que el déficit financiero agrega esos intereses pagados a los acreedores privados o públicos (organismos estatales). Esta distinción vale para cada jurisdicción, ya sea nacional, provincial o municipal. A esto se suma el denominado déficit cuasifiscal, que surge de los intereses que abona el Banco Central por los instrumentos de regulación monetaria (como Lebac y operaciones de pase) que coloca entre particulares o entidades financieras para absorber excedentes de pesos en el mercado.

Con esta diferenciación a la vista, es posible comprender por qué la consultora Ecolatina sostuvo en su último informe que el gobierno nacional podrá cumplir la meta fiscal (de déficit primario) fijada para este año. Pero, al mismo tiempo, alertó sobre la creciente carga de intereses que eleva el déficit financiero, debido al endeudamiento externo que se utiliza para financiar el rojo fiscal y acotar la emisión monetaria directa del BCRA, que para este año tiene un tope de $ 150.000 millones. Esta política de reemplazar emisión por deuda marca una diferencia con la era K, cuando la “maquinita” se utilizaba a destajo y elevaba el denominado impuesto inflacionario.

Según los cálculos de esta consultora que creó el exministro Roberto Lavagna y cuyo economista jefe es Lorenzo Sigaut Gaviña, aunque Hacienda logre acotar en el 2017 el déficit primario a 4,2% del PBI, con el pago de intereses de la deuda (2% del PBI) y el déficit cuasi fiscal del BCRA (1,7%), el desequilibrio rozaría el 8% del PBI.

Si bien el informe no lo menciona, a este resultado habría que agregar el déficit consolidado de las provincias, equivalente a 1,5% del PBI, con lo cual el total se aproximaría a casi 10% del PBI, un nivel ciertamente preocupante si no se reduce (o el producto crece más que lo previsto).

En números absolutos, la diferencia entre el resultado primario y total del sector público no financiero nacional (SPNF) puede verse más claramente al compararse el resultado del primer cuatrimestre, difundido el viernes último por el Ministerio de Hacienda. Mientras el déficit primario pasó de $ 56.800 millones en los primeros cuatro meses del 2016 a
$ 60.000 millones en el mismo período de este año (con una suba de 6% interanual), el déficit financiero tuvo un salto de 47% al elevarse de $ 81.600 millones a casi
$ 120.000 millones, debido a que el pago de intereses más que duplicó al del mismo período del 2016.

Por su parte, el pago de intereses del BCRA tanto por Lebacs como por operaciones de pase habría alcanzado los $ 71.850 millones en los cinco primeros meses de este año, pero se mantuvo relativamente estable (subió apenas 2%) debido a que las tasas de referencia fueron más bajas que en mismo lapso del 2016. Aún así, el monto equivale de 0,7% del PBI y revela el costo de la política monetaria de absorber los excedentes de liquidez. Sin embargo, la consultora Econviews, que dirige Miguel Kiguel, enfatiza que como parte de la emisión de pesos del BCRA se destina a la compra de los dólares que venden el Tesoro Nacional y varias provincias tras tomar crédito externo, este año las reservas netas respaldarán el 50% del stock de Lebacs, cuando en el 2015 dicho respaldo era nulo.

Las proyecciones del Palacio de Hacienda indican que la deuda pública neta (con acreedores privados y organismos multi o bilaterales) se ubicará este año en el equivalente de 29,1% del PBI, para llegar a 35,8% en el 2019. Estos cálculos están realizados en base a un crecimiento de 3,5% anual para este año y los dos subsiguientes. Pero si la economía no alcanza esas tasas de crecimiento, el peso del endeudamiento será mayor y puede encarecer el costo de colocar títulos en el mercado internacional, más allá de cualquier contingencia externa.

Esto revela la importancia de otorgarle tanta o más importancia al déficit financiero que al déficit primario para monitorear la marcha de las cuentas fiscales, además de la evolución de los gastos e ingresos corrientes y la inversión pública en infraestructura.

El resultado primario cobró relevancia a partir de fin del 2001, cuando la Argentina declaró, con bombos y platillos, el default de la deuda externa pública durante el efímero mandato presidencial de Adolfo Rodríguez Saá. Precisamente porque al no incluir los intereses adeudados o impagos permitía exhibir una mejora de las cuentas públicas, apuntalada en el 2005 por el canje y la reestructuración de la deuda a largo plazo del 2005. Tras el fin del default parcial del 2014 y del aislamiento de los mercados externos de la era K, conviene de ahora en más prestarle atención al déficit financiero, aunque la verdadera capacidad de repago (y de obtener financiamiento externo a menor costo) depende del resultado primario.

Ya pasó a la historia que entre 2002 y 2009 el sector público nacional llegó a acumular un robusto superávit primario equivalente al 4% del PBI debido, principalmente, a la aplicación de retenciones a la exportación. Más que una virtud fue una necesidad ante la imposibilidad de financiarse en el exterior debido al default. No obstante, ese superávit se fue diluyendo durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, hasta convertirse en un déficit superior al 4% del PBI al finalizar su segundo mandato, pese a la presión tributaria récord que dejó como herencia. El motivo fue el exponencial aumento del gasto público en todas las jurisdicciones, del cual sólo uno de cada diez pesos en promedio se destinó a inversiones públicas.

A diferencia de la era K, donde se usó a destajo la “maquinita” de emitir moneda para financiar el rojo fiscal elevando el impuesto inflacionario, Macri recurrió al endeudamiento externo.

Por eso, aunque el resultado primario arroje buenos números, conviene de ahora en más prestar atención al déficit financiero para monitorear la marcha de las cuentas fiscales.

Datos

A diferencia de la era K, donde se usó a destajo la “maquinita” de emitir moneda para financiar el rojo fiscal elevando el impuesto inflacionario, Macri recurrió al endeudamiento externo.
Por eso, aunque el resultado primario arroje buenos números, conviene de ahora en más prestar atención al déficit financiero para monitorear la marcha de las cuentas fiscales.

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