El día que Alan llevó a su abuela a conocer el mar en Las Grutas

Paula nació en El Cuy, vive en Plottier y nunca había ido a la costa. En Las Grutas se dio su primer chapuzón. La historia detrás de la imagen enviada al concurso #LaMejorFotoDelVerano.

La primera vez. Una ola le dio en la espalda. Paula y su nieto Alan lo disfrutan.

Hasta la mañana que se animó a viajar a Las Grutas en una expedición familiar, Paula no había ido nunca a la costa. Tras dejar las valijas en una cabaña del ISSN, sin perder un segundo eligieron la playa de la segunda bajada y ahí se instalaron. Era un día de sol.


“La arena estaba caliente, me quemaba los pies. Pero lo que más me impresionó fue el mar. ¡Qué grande es!”, cuenta Paula. Hacía calor, mucho calor. Y Alan, su nieto de 13 años, le propuso ir al agua.


Al principio Paula no quiso saber nada. A los 65 años, llevaba una vida sin meterse. “Yo nací en El Cuy. Ahí, en la Línea Sur, no tenemos ríos, ni lagos, ni nada”, dice. “Después fuimos a vivir a Plottier. Ahí sí hay río. Me había metido, pero en la orilla nomás. Y en el Chocón también. Siempre en la orilla, porque no sé nadar”. Aquel primer día en Las Grutas, la familia metió presión.
-¿Vinimos hasta acá y no se van a meter? – preguntó su hija Verónica, impulsora del viaje junto a su prima Carola.

Le hablaba a su madre, a su abuela Emiliana (que había dejado de contar los años después de los 90) y a Magdalena, pasados los 50 la más joven de las mayores en esta aventura. Las tres de la Línea Sur, ninguna conocía el mar.


En un momento les pareció verlo en la ruta, acaso cuando se acercaban a las Salinas del Gualicho. Como tantos otros viajeros, vieron la ilusión de un espejo de agua a los costados del camino.

-¿Acá es?, ¿acá es? -preguntaban. No era.
Y cuando finalmente se pararon frente al mar, abrieron bien grandes los ojos, la única manera de abarcar esa inmensidad azul, después los achinaron un poco, como para ver lo más lejos que se pudiera. Las maravilló el estrépito de las olas, el silencio que venía después. Hasta que los nietos enfilaron para el agua y se acabó el tiempo de la poesía.
-Es peligroso, ¡vayan a cuidarlos! -reclamaban.


Un mensaje para Verónica y Carola, la generación intermedia de la excursión, a cargo de satisfacer los deseos de los más chicos y las más grandes.


Al regreso del chapuzón con custodia, Alan insistió.
-Vamos abuela, vamos, no va a pasar nada. Yo te cuido- le dijo.
Tienen una relación especial: de los cinco hijos de Paula, el papá de Alan ya no está en este mundo. Y solo en las vacaciones tiene tiempo de disfrutar a uno de sus seis nietos el día completo.
-Vamos abuela, te va a gustar- agregó Alan. Y ella dudó, pero después habló.
-Bueno… me voy a meter -dijo. Caminó despacio, tomó aire, se prendió del brazo de su nieto y entró.

Al agua abuela. Paula camina firme sin despegarse de su nieto.


“¿Si el agua estaba fría? ¡No! ¡Estaba linda!”, relata. Alan la alentaba.
-No te preocupes, abuela, yo te tengo, yo te tengo -repetía.
Enseguida supo que quedarse parada no era lo mejor.
“Las olas vienen y te chocan. ¡Y venían grandes ese día! Es mejor dejarse caer, que te lleven unos metros. Después hay que volver y cuando llegás te dejás caer otra vez…”, explica. Al final, estuvo como una hora. “¡No quería salir!”, recuerda.
Pero antes de eso, su hija Verónica tomó la imagen que envió al concurso #LaMejorFotoDelVerano que organiza el “Voy”, suplemento de viajes y turismo de “Río Negro”.


Fue al principio, cuando una de las primeras olas le dio de lleno en la espalda. Quedó para las sobremesas la anécdota, el gesto de Paula, la sonrisa de Alan, la abuela aferrada con la dos manos al brazo del nieto, el miedo al mar que empezada a transformarse en otra cosa. “En respeto”, define ella.
Aquel inolvidable día tendría un segundo chapuzón. Fue Sofía, su sobrina nieta, la que la invitó. Y entonces Paula ya no dudó. “Vamos”, dijo. Y caminaron de la mano rumbo al mar.


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