El día que la furia del volcán dejó sin Paraíso a los angosturenses

La solidaridad que afloró en Villa La Angostura en junio de 2011 se resume en una mujer: Enedina Elgueta.

Pasaron diez años, pero Enedina Elgueta aún se emociona. “Mirando el tiempo atrás es increíble lo que se logró”, reflexiona. “Cuando uno mira las fotos, no puede creer lo que vivimos”, sostiene.

La tarde del 4 de junio de 2011, el complejo volcánico Cordón Caulle, ubicado en Chile, se despertó. Furioso. La erupción del macizo expulsó desde sus entrañas millones de metros cúbicos de material que los vientos depositaron, en su mayoría, sobre territorio argentino. Villa La Angostura está a 39 kilómetros de distancia en línea recta. Unos 5 millones de metros cúbicos de cenizas volcánicas cayeron sobre esta localidad, recuerda Ariel Domínguez, que era secretario de Gobierno de la gestión del intendente Guillermo Alonso.

Las primeras horas tras la erupción, hubo pánico en la población. No había luz, ni agua potable. Y las comunicaciones se cortaron o funcionaban con dificultad.

Enedina relata que estaba en su hogar, con su hija de 14 años, mientras las cenizas volcánicas caían sobre la localidad.

Dice que escuchó que estaban recolectando harina y grasa en la Casa de la Cultura. “No me podía quedar en mi casa de brazos cruzados”, pensaba.

Cuenta que se acercó con harina y la grasa para donar. En la Casa de la Cultura, rememora, “había muchos nervios y escuché a una persona que decía que había que armar sí o sí una cocina de emergencia”. Ni lo dudo. A los pocos minutos había cruzado la Plaza de los Pioneros, el bulevar Nahuel Huapi y estaba en el quincho de Gendamería junto a otros voluntarios, que pelaban papas.

Durante tres meses ese quincho se convirtió casi en su segundo hogar. Ríe al recordar que bautizaron ese espacio como el Centro de Operaciones de Cocina (COC) por una idea de un gendarme. Allí, pasó alegrías y preocupaciones, sobre todo, cuando la comida escaseaba y las personas en busca de un plato caliente se multiplicaban. “Con mis compañeras hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para atender a esa gente que vino desde tan lejos a ayudar”, repite. Enedina fue una de las tantas voluntarias y voluntarios que estuvieron en la primera línea en esa emergencia.

Durante meses hubo montículos de arena volcánica en las veredas.

Explica que como el quincho era pequeño, comían de a grupos pequeños. Tenían 15 minutos, porque afuera había más personas que esperaban.

Rememora, con orgullo, las caminatas de madrugada de regreso a su casa, entre las cenizas, la nieve y el frío, después de haber trabajado durante horas para dar la cena a cientos de voluntarios que luchaban por la recuperación de Villa La Angostura. “Son recuerdos que uno guarda en el corazón”, asegura.

Valora que con el grupo de voluntarios brindaron comida a 600 o 700 personas. Era una forma de agradecer a esas personas que habían llegado de varios lugares de la provincia y del país para ayudar.

En el quincho no había calefacción. Contaban solo con un hogar a leña que siempre tenía que estar encendido porque los voluntarios llegan con la ropa mojada, pasados de frío.

A Enedina no le salen las palabras para calificar el enorme gesto de solidaridad de esas personas que estaban día y noche sacando cenizas, liberando los arroyos, distribuyendo donaciones.

En 2011, ella era maestra jardinera y trabajaba en la UAF local. Como la actividad estaba suspendida en esa institución por la emergencia, dice que con sus compañeras de trabajo elaboraban por la mañana pan casero y tortas fritas para los voluntarios.

Los primeros días, en la cocina de emergencia se hizo lo que se pudo. Después, consiguieron los alimentos y los almuerzos y las cenas fueron mejores.

Asegura que uno de los momentos más emotivos que vivió en ese lugar fue el Día del Padre, un domingo de junio de 2011. Dice que vio a muchos voluntarios emocionados, porque extrañaban a sus familias y por estar lejos de sus hijos. Cuenta que para mitigar esa tristeza, el equipo de la cocina preparó un menú especial para ese día. Hubo empanadas y flan, de postre.  Son imágenes inolvidables.

Como la de aquellos soldados jóvenes que los enviaron a Villa La Angostura con lo que tenían a mano. Enedina se conmueve cuando rememora la noche que llegaron a la cocina esos chicos y chicas del Ejército mojados y pasados de frío, sin ropa para cambiarse. Había pasado gran parte del día limpiando arrojos y cauces tapados de cenizas y residuos forestales.

No se quedó tranquila hasta que les consiguió ropa a esos soldados. También, les lavaba los uniformes en su casa y a la mañana siguiente se los pasaba a dejar para que salieran a trabajar. “Hasta el día de hoy con algunos seguimos en contacto”, asevera. Afirma la erupción “nos unió a todos”. “La gente fue más solidaria”, enfatiza.

Diez años después, casi no hay vestigios de la ceniza volcánica en este paraíso cordillerano.


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