A 10 años de la erupción del volcán que marcó a fuego a Bariloche y la zona

La tarde del 4 de junio de 2011 quedó grabada en la memoria de los que viven al este del cordón Caulle-volcán Puyehue. Una lluvia de cenizas tiñó la vida de gris. La recuperación es también una enseñanza.

Un antes y un después del que hoy se cumple una década y que dejó múltiples enseñanzas para Bariloche y la región, entre ellas lo poderosa e impredecible que puede resultar la naturaleza. También deparó un aprendizaje acelerado sobre la importancia de la solidaridad y las dificultades para enfrentar una emergencia por completo inesperada.

Así fue la erupción del cordón Caulle-volcán Puyehue, que el 4 de junio de 2011 sembró temores hasta entonces desconocidos en toda la región.

En unas pocas horas una enorme bocanada de material piroclástico y cenizas de distinto grosor cubrió cientos de kilómetros desde la cordillera hacia el este y provocó alteraciones en la vida cotidiana que quedaron como una marca indeleble en la población.

Eran alrededor de las 16 cuando la nube negra se instaló sobre Bariloche. La claridad de la tarde desapareció por completo y una precipitación seca y abrasiva comenzó a cubrir calles, techos, autos y baldíos. Las consecuencias sobre la vida cotidiana fueron inmediatas y profundas. El turismo quedó semi suspendido durante varios meses y los impactos en la economía perduran hasta hoy.

El geólogo especializado en vulcanología Gustavo Villarosa dijo que hubo advertencias que no fueron atendidas del todo. Pero después de aquel evento Bariloche cuenta hoy con más herramientas para la “gestión de riesgo” ante una nueva erupción, lo mismo que la red nacional de organismos vinculados al tema, desde el ministerio de Ciencia y Técnica hasta el Servicio Meteorológico.

Explicó que el 4 de junio de 2011 “lo que explotó fue el Caulle”, que integra un sistema volcánico con el Puyehue y el “cordón” asociado, aunque sus comportamientos son independientes.

Dijo que había al menos dos antecedentes en el siglo anterior, “uno de 1920/21 y otro de 1960” en los que también hubo emisión importante de cenizas que cubrieron la región. Según Villarosa, el cráter del Caulle está ubicado a 93 kilómetros de Bariloche en línea recta y al igual que otros volcanes chilenos como el Calbuco, el Osorno o el Antillanca representan un riesgo importante para la ciudad asentada junto al Nahuel Huapi, debido a los vientos predominantes, de cuadrante oeste/noroeste.

Villarosa es docente de la Universidad del Comahue, investigador del Conicet y ya en aquel momento trabajaba en el registro de erupciones volcánicas en la zona en la era post glacial, a partir de los registros que brindan los sedimentos de los lagos.

Escasos antecedentes

Existen estudios posteriores que señalaron la erupción de 2011 como la más importante que experimentó el Caulle de los últimos 10 mil años. Villarosa admite que “en tiempos geológicos es muy probable que sea así, si se excluye al Puyehue”, que tiene una historia diferente.

Las cenizas, de gran capacidad conductora, generaron estas tormentas eléctricas.

En los años previos había seguido en detalle la erupción del Chaitén ocurrida en 2008, que afectó poblaciones chilenas ubicadas a la altura de Esquel y cuyas cenizas también llegaron a Bariloche.

Según el experto, el evento del Caulle lo sorprendió por la duración, ya que el volcán se mantuvo en emisión continua de cenizas hasta septiembre u octubre y hay registros de actividad con vertido de lava hasta febrero de 2012.

Dijo que vivirlo de primera mano fue tal como lo señalaban los relatos de antiguos pobladores. “Se viene la nube negra y sentís que se acaba el mundo -observó-. La primera sensación es como un miedo primario”. Luego sobreviene un borbotón de preguntas sin respuesta sobre cuánto va a durar, qué daño produce la ceniza, si se puede tocar, si afecta la respiración, si arruina los motores y otras tantas dudas que llevó un buen tiempo despejar.

Si la erupción le pareció inusual a un especialista, cuánto más habrá significado para el resto de los barilochenses, que lo vivieron como un hecho traumático, fatal, casi apocalíptico.

También la erupción sobreexigió la capacidad de respuesta de las autoridades municipales y de otros organismos públicos. El intendente del parque nacional Nahuel Huapi en esa fecha era Juan Salguero, quien recordó que seguía en los días previos la actividad del volcán a través del servicio geológico de Chile. Pero aun así en aquella tarde fatídica sintió que el primer momento “fue todo angustia”.

Alerta previo

Casi como ocurre hoy con el coronavirus, la población vivió meses al ritmo de los partes diarios, que no contabilizaban nuevos contagios sino la cantidad de microsismos que producía el volcán y la altura de la columna de cenizas. Cuando estaba arriba de llos 8.000 metros era señal de que el asunto no iba nada bien.

Villarosa dijo que aun sin tener un cono alto y distinguido como otros volcanes, se sabía desde hace tiempo que Caulle es “uno de los más recurrentes y peligrosos” de la región.

El cordón Caulle en una imagen desde la aduana chilena del paso Samoré (Archivo/Alejandro Carnevale)

El Sernageomin chileno lo monitoreaba en forma constante y ya lo había puesto en fase “amarilla” 40 días antes de la erupción. En la semana previa se aceleraron las señales preocupantes y 24 horas antes, el 3 de junio, desde Chile les avisaron que la erupción era inminente “Había que prepararse, pero costó que todo el mundo tome nota de la gravedad -relató el geólogo-. En Protección Civil del municipio me dijeron que sí, pero que la prioridad en ese momento era el brote de hantavirus”.

Los fenómenos que se sucedieron esa tarde-noche de otoño resultaron impactantes, no solo por la lluvia constante de cenizas que nadie sabía cuándo iría a acabar, sino por las descargas eléctricas que provocaban en la atmósfera, distintas a todo lo conocido.

En los días y semanas posteriores el material volcánico formó islas flotantes en el lago, que llegaban hasta la costa de la ciudad y traían piedras pómez del tamaño de un puño. Ese era el calibre de los piroclastos que el volcán arrojó en su perímetro más cercano, incluidos algunos brazos del Nahuel Huapi.

Villarosa dijo que lo ocurrido dejó importantes aprendizajes que deberían servir ante eventos similares. Señaló que a partir de 2011 se creó el sistema nacional de gestión de riesgos, que tiene su ley específica, y que antes no existía, lo mismo que una red de monitoreo de volcanes activos que trabaja en equipo con el experimentado organismo chileno. También el Servicio Meteorógico Nacional cuenta hoy con equipamiento y capacitación para seguir en tiempo real las plumas de ceniza, indispensable para la navegación aérea.

El impacto económico fue muy severo en la zona rural, donde afectó cultivos hortícolas y provocó gran mortandad de animales. También alteró el dictado de clases, el transporte y por supuesto el turismo, que tuvo una magra temporada invernal.

“Desde ese momento trabajamos mucho en capacitación y difusión porque es fundamental estar preparados -dijo Villarosa-. Aunque en una ciudad como Bariloche a veces es un problema. Algunos nos dicen que es preferible no hablar de todo esto, para no alarmar al turista. Pero justamente es al revés: mostrar que estás preparado y que lo sabés gestionar es lo mejor que podés hacer. Así es en otros lugares del mundo”.

A propósito de los diez años de la erupción, la Universidad del Comahue y el Instituto Ipatec organizaron un ciclo de charlas que comienza hoy y continuará todos los viernes de junio. El tema unificador es “cómo integrar la ciencia a la gestión de riesgo desde una perspectiva geoambiental”.

Villarosa explicó que los volcanes que erupcionan con expulsión de ceniza en grandes volúmenes (como el Caulle) son los más peligrosos “a nivel superficie impactada” y generan un daño económico mucho mayor. Mientras que los volcanes lávicos, más espectaculares, pueden ser devastadores para la población pero sólo cuando hay asentamientos muy cercanos al cráter.

Dijo que el seguimiento permanente resulta indispensable “pero es muy caro”, ya que requiere “una logística complicada” de sismógrafos, cámaras infrarrojas, monitoreo satelital y personal con mucha capacitación.

Un rescate por el lago Nahuel Huapi

Las preocupaciones provocadas por la erupción del volcán se extendieron de golpe en todos los grupos y niveles sociales, pero causaron particular inquietud en quienes tenían responsabilidades de gestión.

En junio de 2011 Juan Salguero estaba a cargo de la intendencia del parque nacional Nahuel Huapi y recordó que un par de horas antes de los primeros efectos visibles ya le habían avisado que “el volcán iba a explotar”. El impacto fue muy serio a nivel operativo porque “varios guardaparques quedaron aislados”, por ejemplo en la isla Victoria, donde había una guardaparque embarazada.

La navegación era casi imposible por la ceniza y también estaban vedados los helicópteros. Salguero dijo que recién pudo evacuarla Prefectura varios días después, en un segundo intento. En el primero se les fundió el motor de la embarcación. Lo mismo pasó con varios móviles de Parques.

Salguero señaló que los efectos “fueron muy serios en lo económico y en lo social”. Recordó las penurias sufridas por los pobladores, porque “los animales no tenían nada para comer”. Dijo que en lo ambiental las cenizas terminaron por ser beneficiosas, porque contribuyeron a fertilizar la tierra. También tuvieron otro efecto inesperado porque ese año había florecido la caña colihue en la zona oeste del parque y estaban preparados par una gran “ratada”. Pero la precipitación de material volcánico frenó ese proceso.

“Hubo que gestionar y coordinar mucho, con el municipio, con otros organismos -dijo Salguero-. Trabajamos unidos y se sacó adelante lo mejor posible”.

Proyectos laborales, la familia, la casa, la crianza de niños pequeños, todo eso micromundo cambió en un instante para Paola Colombo cuando el Caulle-Puyehue entró en erupción. Pasaron diez años y cambiaron muchas cosas. En aquel momento Paola vivía en Bariloche, donde estudiaba el profesorado de enseñanza primaria, mientras su esposo trabajaba en Catedral Alta Patagonia.

El rigor de la nueva vida que impuso el volcán y que se extendió durante meses los llevó a decidir la mudanza. Antes de fin de año Paola dejó la ciudad en la que se había criado y marchó con los suyos a radicarse en Córdoba, dode vive hoy y ejerce su profesión como docente.

En aquel momento tenía un hijo de tres años y una hijita que no llegaba al año, El mayor ya tenía periódicos broncoespasmos y la ceniza le provocaba una irritación mayor. Ese factor fue central, pero no fue lo único, según reconstruyó Paola.

“Lo del volcán fue muy fuerte, un quiebre. No es algo lindo para nada. Nos pareció demasiado quedarnos allí -comentó-. Bariloche está rodeada de volcanes y en riesgo permanente. Renunciamos a todo y nos fuimos. Teníamos familia en San Lorenzo, en Córdoba y nos largamos sin ninguna certeza, pero había que salir de Bariloche”.


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