El fin de la historia se da en las aulas

Por Carlos Schulmaister

Pese a los razonables fundamentos de las reformas pedagógicas de orden general y las específicas de la enseñanza de las ciencias sociales, y en particular de la Historia, impulsadas en Argentina y en el resto de la región desde mediados de los '80 hasta el presente, en el marco de la lucha contra las concepciones decimonónicas del positivismo férreamente instalados en el sistema educativo, sus frutos no han sido, como sería de esperar, contar con más y mejor conocimiento del pasado en las aulas.

A mediados de los '90 ya era dable advertir que los estudios de historia a escala nacional, latinoamericana y mundial experimentaban un notorio retroceso en cuanto a cantidad y calidad de contenidos que hasta entonces habían figurado en las currículas y mucho más aun en relación con los que efectivamente eran trabajados en las aulas.

La historia argentina comienza hoy arbitrariamente en 1810, en la escuela primaria. Tres siglos de historia hispanoamericana han desaparecido de la enseñanza sin saberse por qué. Es de sospechar a quiénes favorece esta situación: a los mismos que en el siglo XVIII desparramaban folletos en Hispanoamérica, instándonos a liberarnos de la cruel España para poder instalar el comercio libre y llevarse sus beneficios, cuando en Europa eran rígidamente proteccionistas.

Hoy, una cultura seudo progresista que funge de izquierda abomina en su totalidad del pasado español en América y hace suya la historiografía del seudo liberalismo argentino posterior a Caseros y Pavón, con sus ideas racistas y despreciativas a todo lo español, en consonancia asombrosa (¿o no tanto?) con aquel Marx que decía que «un español es un degenerado», que «los chinos tenían estupidez hereditaria», que había aplaudido el robo de California a los mexicanos por ser incapaces de progreso y que había justificado la dominación colonialista en la India y en Irlanda.

Salvo el período 1810-1820, enseñado en forma acontecimental, centrándose en los sucesivos organismos de gobierno y los intentos constitucionales, como se viene haciendo desde hace más de cien años, y las «macchietas» sobre las campañas de San Martín y Belgrano, no se enseña historia argentina hasta llegar a la llamada Generación del '80 para hablar tan sólo de la inmigración, la modernización de nuestro país y las exportaciones, sin ver el otro lado de la Luna. El resto es el sonsonete superficial, sin profundidad ni matices, que habla del genocidio de los indios, con ignorancia del de los negros y los gauchos pero omitiendo o ignorando a los culpables que no fueron Juan o Pedro o Simón. Y ahí se terminó la historia argentina en la escuela primaria.

Se ignoran las invasiones inglesas tanto como la historia de la revolución industrial del Paraguay y su liquidación genocida por los «organizadores» de nuestro país así como quiénes se beneficiaron y quiénes se perjudicaron. Si alguna vez se enseña el período rosista es para repetir el cliché tradicional del monstruo que se comía los chicos crudos que encontraba en la calle.

Todo eso es de buen gusto y califica de bien pensante.

Y de la historia universal, que aún figura en las currículas, nada se enseña ya en séptimo grado. Esto dicho reconociendo la existencia de honrosas excepciones de maestros y escuelas en todo el país, pero excepciones al fin.

Los nuevos consensos aportados por Carretero y otros sobre el diferimiento de la edades básicas para el desarrollo del pensamiento lógico-formal en relación con los aprendizajes de historia (después de los dieciséis en lugar de los doce de Piaget) pusieron en el tapete las dificultades largamente conocidas por los educadores respecto de la adquisición de las nociones temporales y el «espesor» histórico por parte de sus alumnos.

En lugar de potenciarse los esfuerzos creativos para responder al problema, el resultado casi mecánico fue la adopción en las aulas de primaria y secundaria de una visión 'light' del pasado. El tradicional abuso de la memorización de fechas en la educación histórica positivista, por su asociación con su concepción enciclopedista del objeto de estudio, se tradujo en el abandono del estudio de la cronología histórica hasta llegar a su supresión casi total.

También se ha vuelto más superficial que antes el enfoque del pasado: a despecho de los postulados sobre el desarrollo de la criticidad de los alumnos, en la escuela no ha entrado todavía la problematización, ni la multicausalidad, ni la multiperspectividad, ni la controversialidad. La sensación más evidente es que Historia está en vías de desaparición en la práctica concreta de aula y en lo poco que está presente queda reducida a estereotipos y rituales relacionados con la celebración de las efemérides escolares.

La prueba sigue siendo la persistencia del cartabón de la historia oficial en la enseñanza. Es decir, una selección determinada de saberes reputados verdaderos y dignos, es decir, portadores de un valor social consagrado por la cultura oficial dominante al servicio de la tradicional concepción liberal oligárquica encarnada en el poder dominante.

Historia oficial caracterizada por la fragmentación, la ausencia de criticidad, de dinámica histórica, una interpretación oficial verticalista y una ideología impuesta a lo largo de dos siglos a través de la enseñanza y la celebración de las efemérides oficiales. Con un Olimpo de héroes militares y civiles que nos dieron esta Patria que hoy tenemos, como suele escucharse en los actos «patrios», y con un Averno poblado de razas inferiores, marginales, pobres, bárbaros, tiranos, rebeldes y subversivos sin capacidad para entender las visiones anticipatorias de aquellos prohombres.

No es extraño, pues, que algunos alumnos expresen sentir un choque, cuando pasan al colegio secundario, cada vez que aquí son puestos en duda (lo cual tampoco es muy frecuente) los trazos idolátricos con que la escuela primaria dibujó e introyectó en los niños significados y valores referidos a los próceres argentinos.

Lo descripto hasta acá es común a muchos sistemas educativos de América Latina, en los niveles primario y secundario. En ambos, las horas que se dedican a Historia se han reducido desde hace varias décadas y las pocas que quedan en comparación con las de otras asignaturas, se utilizan de la forma que hemos señalado anteriormente. ¿Será casualidad?

La presencia en todas partes de una tendencia al contemporaneísmo, a la óptica periodística, con falta de perspectiva histórica, induce a visiones presentistas de los fenómenos sociales, producidos entonces por arte de magia. En el nivel medio se presenta en los intentos de reforma que introdujeron el trabajo interdisciplinario en ciencias sociales (Historia, Geografía y Formación Cívica) -algo muy difícil de lograr académica y operativamente en las aulas- y que terminaron en un imperialismo sociológico donde desaparecían el enfoque diacrónico de lo social y los contextos particulares de su producción, imprescindibles para su explicación. Por ejemplo, a veces se mencionan las palabras 'unitarios' y 'federales' en ambos niveles del sistema, pero se baja una caracterización predigerida, vacua, irreal, con escaso conocimiento histórico, mientras para los tiempos presentes se escucha y se lee permanentemente que hoy hay nuevas formas de ciudadanía y de identidades y nuevos movimientos sociales. ¿Y aquellos qué eran?

En los '90 esta tendencia se acentuó en los niveles medios de la región y en otras partes del mundo, al calor de los postulados de Francis Fukuyama en «El fin de la historia». Esto ha sido denunciado por el español Josep Fontana, quien señala que esta ofensiva ideológica ha sido financiada y orquestada por la John M. Olin Foundation, institución norteamericana que invierte anualmente millones de dólares para favorecer un viraje a la derecha en la enseñanza de las ciencias sociales.

«El presentismo -advierten Joaquín Prats Cuevas y Juan Santacana Mestre en 'Enseñar Historia: Notas para una didáctica renovadora', publicado por la Junta de Extremadura en 2001- quizá desprovisto de muchos de sus elementos teóricos, ha tenido éxito en la visión que de la historia se da en muchos medios e, incluso, de manera implícita en propuestas curriculares que lo adoptan en pro de un enfoque pretendidamente didactista y psicologista, pero que, quizá sin saberlo, desnaturaliza la verdadera fuerza educativa y formativa de la historia».

En consecuencia, es legítimo preguntarse cómo se compatibiliza el actual discurso apelativo al rescate de la memoria, la construcción de la identidad y la transformación de la realidad, que se ha afincado en nuestro sistema educativo desde fines de los '80 si cada vez se enseña menos historia y de menor calidad en las aulas argentinas.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios