El malo de la película
El que Pedro Pou se haya convertido en enemigo de una larga lista de personajes debería considerarse un punto a su favor.
El que el jefe del Banco Central, Pedro Pou, se las haya arreglado para convertirse en enemigo número uno de una larga lista de personajes como Carlos Ruckauf, Raúl Alfonsín, Aníbal Ibarra, Elisa Carrió y Hugo Moyano, además de muchos banqueros fracasados que lo critican por no haberlos salvado de las consecuencias de sus propios errores, debería considerarse un punto en su favor. Por cierto, en un país de tradiciones económicas tan extravagantes como el nuestro, en el que durante décadas la función principal del titular de turno del Banco Central consistió en crear dinero ex nihilo bajo una variedad de pretextos a fin de permitir que los “dirigentes” políticos intentaran instrumentar el plan genial más reciente, es claramente bueno que la persona a cargo de la institución se halle entre las figuras más odiadas de todas. Así las cosas, es loable la resistencia del presidente Fernando de la Rúa y del ministro de Economía, José Luis Machinea, a entregarles su cabeza. No es que quieran mucho a Pou -por razones no muy claras pocos están dispuestos a defenderlo en público-, sino que entienden muy bien que no les convendría en absoluto ceder frente a una coalición abigarrada de individuos notorios por su oportunismo. A menos que los contrarios a Pou logren encontrar motivos un tanto más puntuales que los esgrimidos hasta ahora para librarse del funcionario, los “mercados” tomarían su eventual defenestración por evidencia de que el país sigue dominado por populistas más interesados en hacerles la vida imposible a “los liberales”, que en el futuro de la economía nacional y, como es natural, se harían aún más reacios a hacer las inversiones que tanto necesitamos.
La mayoría de los resueltos a desalojar a Pou jura estar motivada por nada más que la convicción de que en el curso de su manejo del Banco Central el funcionario se ha dedicado a ayudar a los lavadores de dinero, pero puesto que escasean los políticos que están en condiciones de saber mucho acerca de los detalles de su gestión, es razonable suponer que sus sospechas se inspiran ya en factores netamente ideológicos, ya en el enojo que les ha provocado un hombre que se ha opuesto sistemáticamente a las ambiciones de los gerentes de ciertos bancos provinciales. En efecto, no es ningún secreto que Pou, lo mismo que tantos otros economistas profesionales, es un “liberal” y, lo cual es peor, un “menemista” que, para colmo, se ha pronunciado en favor de la dolarización. Puede que tales actitudes sean tan lamentables como dicen y que, de todos modos, Pou debiera haberse negado a hacer comentarios en torno de temas muy delicados, pero no son suficientes como para justificar su remoción. En cuanto a sus presuntos vínculos con el lavado de dinero o, cuando menos, su supuesta pasividad ante el fenómeno, por ahora no se ha descubierto nada que pudiera probar que ha sido “funcional” -para citar a la viceministra del Interior- a un sistema bancario en el que dichas maniobras parecen haber sido frecuentes.
Sería legítimo argüir que por una cuestión de imagen Pou no ha sido el hombre indicado para encabezar el Banco Central, pero a esta altura es demasiado tarde para pensar en reemplazarlo por otro técnico presuntamente más capaz. Ya ha ocupado su cargo durante cinco años, en los que se ha desempeñado con solvencia y conforme a los estatutos de lo que es un ente autárquico su mandato tendría que prolongarse hasta mediados de 2004, a menos que el Poder Ejecutivo pida su remoción y el Senado la ratifique. Claro, la solución más fácil del embrollo que se ha producido consistiría en la renuncia de Pou “por motivos de salud”, pero si bien tal desenlace sería festejado con júbilo por muchos políticos, sólo serviría para mostrar que en la Argentina la autonomía del Banco Central depende por completo de la voluntad de los integrantes más vocíferos de una clase política de calidad cuestionable. La otra alternativa, la remoción de Pou por mal desempeño de sus funciones, resultaría igualmente costosa: la eventual confirmación de la tesis de que durante cinco año el Banco Central ha estado en manos de un hombre propenso a actuar como cómplice de los lavadores de dinero no contribuiría a mejorar la imagen nacional. Sin embargo, a menos que haya evidencia en tal sentido, será imposible no atribuir la eventual caída del banquero central a los prejuicios políticos de sus muchos enemigos en el Frepaso, la UCR y las fracciones no menemistas del PJ.
El que el jefe del Banco Central, Pedro Pou, se las haya arreglado para convertirse en enemigo número uno de una larga lista de personajes como Carlos Ruckauf, Raúl Alfonsín, Aníbal Ibarra, Elisa Carrió y Hugo Moyano, además de muchos banqueros fracasados que lo critican por no haberlos salvado de las consecuencias de sus propios errores, debería considerarse un punto en su favor. Por cierto, en un país de tradiciones económicas tan extravagantes como el nuestro, en el que durante décadas la función principal del titular de turno del Banco Central consistió en crear dinero ex nihilo bajo una variedad de pretextos a fin de permitir que los “dirigentes” políticos intentaran instrumentar el plan genial más reciente, es claramente bueno que la persona a cargo de la institución se halle entre las figuras más odiadas de todas. Así las cosas, es loable la resistencia del presidente Fernando de la Rúa y del ministro de Economía, José Luis Machinea, a entregarles su cabeza. No es que quieran mucho a Pou -por razones no muy claras pocos están dispuestos a defenderlo en público-, sino que entienden muy bien que no les convendría en absoluto ceder frente a una coalición abigarrada de individuos notorios por su oportunismo. A menos que los contrarios a Pou logren encontrar motivos un tanto más puntuales que los esgrimidos hasta ahora para librarse del funcionario, los “mercados” tomarían su eventual defenestración por evidencia de que el país sigue dominado por populistas más interesados en hacerles la vida imposible a “los liberales”, que en el futuro de la economía nacional y, como es natural, se harían aún más reacios a hacer las inversiones que tanto necesitamos.
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