“El miedo siempre termina arruinándolo todo”

Habla de su disco y de la inundación en La Plata

A pocos días de haber concluido un ciclo de música contemporánea que volvió a reunirlo con la talentosa pianista Haydée Schvartz y el Ensamble Tropi, y antes de estrenar una obra de danza teatro junto al coreógrafo Carlos Trunsky, Gabo Ferro –cantante, autor, historiador– presenta hoy en el ND/Teatro de Capital Federal “La primera noche del fantasma”, octavo disco de estudio que sigue confirmándolo como una de las voces más poderosas y singulares de la escena actual y que muestra, al mismo tiempo, las transformaciones y las permanencias de un artista cuyo rasgo distintivo puede descubrirse en la honestidad y la profundidad con que nos interpelan cada una de sus expresiones. –¿Cuál fue la génesis de este nuevo disco?, ¿existió una búsqueda, trabajaste sobre un concepto concreto? –Yo soy de los que creen que todos nosotros nos montamos a la historia de lo que ya viene siendo. Hablando en general, no creo mucho en el grado cero de las cosas; puedo tener una hoja en blanco, sí, pero todo eso es una fantasía del grado cero. Y acá me interesó trabajar sobre el miedo que existe entre esos infinitos grados cero que tenemos los hombres y las mujeres –y los niños y los animales y las cosas urbanas y suburbanas–: el miedo a perder las cosas, a perder a quien querés, a quien te quiere; una pérdida entendida no sólo desde la muerte, sino la pérdida de la vergüenza, de los afectos, de los objetos. El otro día veía en la calle a alguien que lloraba porque había perdido el reproductor de mp3. De pronto parás en un semáforo y te das cuenta de que las chicas que cruzan la calle agarran la cartera con más fuerza, de que tienen miedo de que les roben. Hay como un miedo que se instauró, y que si bien tiene y no tiene que ver con la seguridad o la inseguridad o la sensación de –es un tema en el que no quiero meterme ahora–, parecería ser que en el grado cero contemporáneo de la historia presente el miedo está: es como la tela sobre la cual empezamos a pintar. Me pregunté qué era lo que pasaba con aquellos que le tienen miedo al miedo, y me pareció un buen lugar de comienzo. –Algunas de las letras hablan de un amor que no termina de ser, que no puede completarse… –Es un amor que no puede llegar a gozarse plenamente por el temor a la pérdida. Las canciones tocan varios temas, pero en cuanto al tema del amor, puntualmente, es la cuestión de no poder gozar de él porque el miedo te lo arruina todo. El miedo siempre termina arruinándolo todo. Yo creo que un guerrero muere en la batalla porque es el momento justo donde tiene miedo. Hay una escena maravillosa en Macbeth: él lucha y lucha hasta el final porque las brujas le dijeron que sólo iba a poder matarlo un hombre no nacido. Y él dijo: ese hombre no existe. Y entonces él mata y mata y mata, y en el momento en que se topa con uno que le dice “yo nunca nací, a mí me sacaron de la panza de mi madre muerta”: ahí, entonces, es muerto. –¿Cuánto de construcción social pensás que hay en el miedo? –Bueno, esta sensación de inseguridad, por ejemplo, es lo más vulgar y cotidiano que hay. Uno puede tener miedo… qué sé yo… miedo a que lo coma un león, por ejemplo. Y por eso usé bestias, está lleno de bestias el disco. Porque me puse a armar grandes elencos a nivel del lenguaje, de cosas que le dan miedo a la gente, pero escapándome del terror de “La aguja tras la máscara” –el disco anterior–, que era lisa y llanamente el terror a la muerte. Esto, en cambio, es esa cosita de decir: “Loco, tenés todo, todo, todo… ¡incluso para llegar al nirvana!, ¿qué es lo que te pasa?”. Y te responden “Y, no sé, tengo esta astillita acá, y esta otra piedrita acá…”. –Hace poco hablaste de una distinción entre lo trágico y lo dramático… –Lo mío es el lugar de la tragedia, no del drama. Creo que lo trágico tiene más posibilidades, te permite pensar, te permite salir del acto reflejo para ir un paso más allá, que es saltear la puteada ante algo desagradable y ponerte a pensar precisamente sobre eso que acaba de pasarte, y que al mismo tiempo propone variaciones infinitas. Como buscar el gatillo y colocarte en otro lugar, que es justamente lo que siempre termino celebrando: mi lugar trágico no es tu lugar trágico, ni el lugar de aquella persona, ni el de aquella otra. Cada uno tira sobre ese lugar de la tragedia su propia carga, su propia historia, su propio universo. Tu pasado no es el mío. Por eso tengo tantos desencuentros cuando intentan conformarse ciertos colectivos aglutinantes. Bueno, no, todo lo contrario: esquilmémonos, y que cada uno celebre su propia subjetividad para generar muchas voces, y no una sola voz. Una sola voz se me hace como un ejército de caballería, y la verdad es que no me gusta. Los colectivos no me caben ni un poco. –¿Sobre qué tratan los libros que pensás publicar el año que viene? –Uno se va a llamar “Doscientos años de monstruos y maravillas argentinas”, y surgió a raíz del bicentenario. Yo sentía que había una renovación, pero no historiográfica sino desde cómo se contaba el bicentenario. Eran otra vez las grandes películas sobre San Martín, Belgrano; al mismo tiempo, noté que ciertas mujeres estaban ingresando al panteón, y a raíz de eso y de otras cuestiones me acordé de Bertolt Brecht, que se preguntó quién construyó las pirámides. Esos son los verdaderos sujetos históricos, ¿no? Entonces decidí –decidimos, porque lo construí con el ilustrador Cristian Montenegro y con la diseñadora Laura Varsky, que también diseñó este último disco– recopilar unos cincuenta personajes, anónimos y colectivos, que construyeron la nación argentina pero que no tienen su retrato ni su lugar en el panteón. Cristian les dio su retrato; pero lo que trabajamos con él fue que no sea un retrato Billiken, sino uno en el que el ilustrador pudiese manifestarse como ser político. ¿Por qué? Porque lo que descubro, además, es que estos personajes colectivos y anónimos siempre fueron definidos por la elite en términos de monstruosidad, de modo que arranca desde el himno hasta la figura de Videla, definiendo a la figura del desaparecido. Y lo bueno, acá, es que hay un giro de presa a cazador: quienes en general ocupan el lugar central en los libros son los que acá ocupan el lugar de narradores. Entonces habla Sarmiento, Ramos Mejía, Echeverría, todos en función de narradores. Es un juego de espejos invertido, es como un no-libro. El otro libro lo va a editar Asunto Impreso , y se trata de una antología de las letras de mis canciones. –¿Cómo creés que va a ser recibido este nuevo trabajo discográfico? –No sé. Hay gente que me escucha y gente que no; gente que no me quiere y gente que me demuestra su afecto. Algunos periodistas me dicen “Ah, qué bueno, ya sacaste el segundo disco…”. ¿El segundo disco? Dicen que yo todavía estoy cantando como no sé qué y con banda, cuando yo no toco con banda hace años. Entonces: no van a ver los conciertos, pero son críticos; no se interiorizan en nada, pero asumen que tienen derecho a opinar. Digamos que no tienen por qué seguirle a uno la carrera, ni nada. Pero si están laburando, entonces que estudien un poquito, que es lo que hacemos todos. Este no es un laburo que se pueda hacer de una manera mecánica. Aunque bueno, la cibernética y la cuestión del anónimo de Internet fueron un excelente ejercicio en este sentido, porque para mí la palabra siempre tuvo un valor súper fuerte. Y fue con Internet que terminé de confirmar que la palabra del anónimo no me interesa. No hago nada de lo que hago para las opiniones, sino para provocar una reacción en el que mira, en el que escucha, en el que lee; una reacción o revolución pequeñita, pero revolución al fin, y que después de eso no se pueda volver atrás. Lo mío no va por una cuestión estética, de gusto; si fuera por una cuestión de gusto, entonces pongo un baterista, un bajista, una maquinita de ritmos; es decir, haría un disco de música, y esto no es un disco de música. A mí, en el fondo, me gustaría que sea considerado como un disco dramatúrgico. –Al igual que en trabajos anteriores, acá volvés a trabajar sobre los silencios. –En “El tabú del agua”, por ejemplo, un tema que es una mierda, una mugre. Cuando lo tocaba solo en la guitarra no lo soportaba. Fue a partir del pasado 2 de abril, cuando se inundó mi casa. Tenía un metro de agua, fue la primera vez que vi caminar las cucarachas arriba de mi cabeza. La planta superior de mi casa se había transformado en un lugar al que iban las viejas y los viejos de mi barrio; tenía un perro que no sabía de quién carajo era. Y los discos de mi viejo flotando por todos lados, cosas que se cagaron para siempre, la casa con un olor a humedad que todavía está. Pero al tema había que meterle belleza, claro, y a esa belleza había que entenderla desde ese lugar clásico. Por eso la incorporación del ensamble Tropi, que dirigió Haydée Schvartz. Me decían que el silencio de ese tema estaba quedando muy largo, pero no: yo lo necesitaba. Iba a titularlo “2 de abril”, aunque después sentí que iba a interferir con el significado de Malvinas. Es “El tabú del agua” porque a eso de las cinco o seis de la tarde de ese día, después de horas y horas de sacar agua, noté que el cielo estaba medio raro; y en medio de todo eso, mientras acomodábamos algunas cosas, veo a un cartonero que pasa por la calle con sus perros, y que les grita: “Vamos; vamos que viene la noche y que se va el sol”. Ahí está, me dije: es eso. Estábamos todos en una especie de democratización en la inundación. Porque hay lugares donde el agua, supuestamente, no debería entrar. Y el tema es el agua venciendo ese lugar.

“Lo mío es el lugar de la tragedia, no del drama. Lo trágico tiene más posibilidades, te permite pensar, te permite salir del acto reflejo”.

Pablo Delgado


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