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El mundo se acaba en noviembre


Lo que no podrá hacer el gobierno es ahorrarle al país las consecuencias de subordinar a sus necesidades electorales inmediatas el futuro de una economía en bancarrota.


Pan para hoy y hambre para mañana, reza el refrán popular que, como otros de sentido parecido que durante milenios han circulado en todas las civilizaciones conocidas, expresa una verdad que acaso sea antipática pero que de acuerdo común es indiscutible. Así y todo, aunque los políticos profesionales entienden muy bien lo que quiere decir, a ninguno le es fácil resistirse a la tentación de pasar por alto las advertencias de quienes les aconsejan tomarlo muy en serio. Todos tienen sus prioridades y no les gusta verse obligados a adaptarse a circunstancias adversas.

Desde el punto de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y los demás miembros del gobierno, pan para hoy, o sea, plata en los bolsillos de todos y todas, podría asegurarles los votos que necesitarían para manejar los problemas que les ocasionaría la prevista hambre para mañana, razón por la que a su juicio será lógico gastar enseguida todo el dinero que aún queda en las arcas estatales con la esperanza de que el electorado aproveche las elecciones legislativas para agradecerles su generosidad.

Frente a la pandemia y las restricciones que, tanto aquí como en el resto del planeta se han aplicado para obstaculizar la difusión del virus, el gobierno remodelado por Cristina con la aquiescencia de Alberto ha optado por la misma estrategia. Convencido de que muchas personas los habían castigado por forzarlas a llevar barbijos aun cuando estuvieran a solas en un paraje remoto, además de haber dejado varados durante meses en el exterior a miles de compatriotas, decidió relajar tales medidas a pesar de las advertencias de quienes señalaban que en Europa y Estados Unidos el virus, luego de replegarse por un rato, había contraatacado con tanta saña que las autoridades no tuvieron más remedio que reanudar e incluso hacer más rigurosas las prohibiciones que habían levantado.

Para el gobierno de Alberto, el hoy del refrán durará hasta la noche del 14 de noviembre, cuando se haya revelado los resultados electorales, y comenzará el mañana que, siempre y cuando no suceda nada realmente disruptivo, se prolongará por más, tal vez mucho más, de dos años. El presidente y sus acompañantes quieren que en las próximas siete semanas impere la felicidad al darse cuenta la población de que, por fin, el país ha entrado en una nueva época de abundancia relativa y que, gracias a los esfuerzos oficiales, la pandemia ya no es más que un recuerdo terrible.

Por desgracia, no hay garantía alguna de que funcione como esperan el plan improvisado por kirchneristas asustados por la votación de un par de semanas atrás. No son dueños del tiempo. Es por lo menos factible que mañana llegue antes de la fecha estipulada y que, lejos de recuperarse de golpe, la economía experimente otra de sus convulsiones esporádicas, lo que tendría un impacto sumamente fuerte en el raído bolsillo popular. También lo es que antes de la jornada electoral haga estragos la temida variante delta del coronavirus, como, para alarma del presidente norteamericano Joe Biden y los mandatarios europeos, está haciendo en el hemisferio norte cuyos desastres sanitarios suelen repetirse aquí dos o tres meses más tarde. En ambos casos, el oficialismo pagaría los costos políticos; a juzgar por lo que sucedió en las PASO, serían muy pero muy altos.

De todos modos, lo más probable es que haya un modesto boom de consumo preelectoral. Asimismo, si tenemos suerte, la pandemia podría seguir amainando, aunque la presencia en el gobierno de Juan Manzur, un experto consumado en el arte de manipular estadísticas, ha motivado sospechas entre los malpensados que dicen temer que hasta nuevo aviso los partes médicos se parezcan a los boletines sobre el aumento del costo de vida que repartía el Indec cuando estaba intervenido por los gobiernos de Néstor Kirchner y su esposa Cristina.

¿Bastaría una combinación de desahogo económico y sanitario como para permitirle al oficialismo revertir los resultados de las PASO? Nadie sabe la respuesta a esta pregunta clave. Algunos suponen que la maniobra que el gobierno está ensayando parecerá tan burda que le será contraproducente, otros que lo ayudará a recuperar el terreno perdido.

Sea como fuere, lo que no podrá hacer el gobierno es ahorrarle al país las consecuencias de la decisión de subordinar a sus necesidades electorales inmediatas el futuro de una economía en bancarrota, sin inversiones ni acceso al crédito.

Ni siquiera los “heterodoxos” más imaginativos del kirchnerismo pueden creer que el papel colorido que sale de la maquinita sirva para producir más que inflación, o que sea viable un sistema económico en que los únicos sectores que generan recursos genuinos sean tratados como enemigos del pueblo.


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