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El problema no es solo la inflación, también los salarios

En los últimos cinco años se profundizó en la Argentina un fenómeno particular: cada vez más trabajadores viven en situación de pobreza a pesar de tener empleo y un ingreso estable o relativamente estable todos los meses. ¿El motivo? Varios, pero principalmente una fuerte subida de la inflación que no fue acompañada al mismo ritmo por los salarios. Para sumar más complicaciones, la pandemia agravó aún más las cosas. En 2020, una de cada tres personas con empleo no llegaba a comprar una canasta básica.


La crítica situación de los trabajadores abre una serie de preguntas. ¿Para qué trabajamos? ¿Por qué decidimos dedicar tantas horas de nuestra vida a una actividad productiva si cada vez está más en juego nuestra propia supervivencia? ¿Cuál es la promesa que todavía nos hace el sistema capitalista a los trabajadores? El valor de estas preguntas radica en su poder de cuestionamiento al ordenamiento actual y futuro, que permite repensar una refundación de los acuerdos sociales básicos. La finalidad del mercado de trabajo no puede ser la acumulación (infinita) de capital de los empresarios en detrimento de la vida del resto de los seres humanos.


Según un informe de la Universidad Católica Argentina (UCA), ya no alcanza trabajar para salir de la pobreza. El 20.5% de los trabajadores con empleos plenos de derechos estuvo por debajo de la línea de pobreza el año pasado y llegó a 27.3% para aquellos que tienen trabajos precarios. En ambos casos, la situación se agravó respecto de 2019. En datos concretos: mientras que una canasta básica para una sola persona costó en diciembre de 2020 unos 17,543 pesos (alrededor de 195 dólares al tipo de cambio oficial sin impuestos) y 54,014 pesos para una familia de cuatro integrantes (o 601 dólares), la mitad de los trabajadores del sector privado tuvieron salarios por debajo de los $45,000 mensuales de bolsillo (o 500 dólares). Para decirlo más sencillo: la mitad de los trabajadores argentinos ganaron el año pasado 17% menos de lo requerido para garantizar las necesidades básicas de un hogar familiar compuesto por cuatro integrantes.


Esta grave situación social no es nueva. La pandemia agravó algo que ya venía sucediendo desde el anterior gobierno de Mauricio Macri. Cuando asumió su mandato, de acuerdo a la UCA, la cantidad de trabajadores pobres alcanzaba 12.5%; cuatro años después llegó a 15.5%. El modelo económico implementado, que expuso al país a sucesivas y fuertes devaluaciones de la moneda, provocaron un cimbronazo social decadente para gran parte de la población. El expresidente dejó su mandato en 2019 con una caída de 20% del poder de compra de los salarios. Traducido: si en 2015 alcanzaba para comprar cinco productos, en 2019 solo alcanzaba para cuatro. La gestión del actual presidente, Alberto Fernández, tampoco puede mostrar buenos resultados en este campo. En 2020, los salarios perdieron cinco puntos contra la inflación y, en lo que va de 2021, los salarios registrados apenas le empatan al aumento de los precios y los trabajadores precarios siguen perdiendo.


Los datos, si bien nos sirven para resumir la complejidad de la realidad en algunos números, dejan de lado la cara humana de la crisis. La pregunta que hay que hacerse para dimensionar el problema es cuáles son los productos que una persona decide dejar de consumir porque ya no le alcanza para ellos. Para algunos serán cosas de menor importancia, pero para otros puede representar una elección que comprometa seriamente su bienestar. No es lo mismo cambiar la marca de un producto de consumo habitual que retacear la compra de medicamentos porque no se llega a juntar lo necesario.


El fenómeno de los trabajadores pobres no es solo de la Argentina. La Organización Internacional del Trabajo ya alertó sobre esta situación en un documento de 2019. Antes de la pandemia, 21% de los trabajadores del mundo estaban en situación de pobreza moderada o extrema. Si bien el informe reconoce que desde el año 2000 esta situación se fue reduciendo (en ese momento, casi 50% de los trabajadores del mundo estaba en una situación crítica), el ritmo de mejora se fue ralentizando en los últimos años. Todo hace prever que la pandemia revirtió la tendencia positiva. A modo de ejemplo se puede ver el impacto de la anterior crisis económica global: entre 2008 y 2013 se registró un aumento de alrededor de 12 puntos de la pobreza de los trabajadores del mundo.


El fenómeno de los trabajadores pobres no es solo de la Argentina. La OIT ya alertó sobre esta situación en un documento de 2019.



Hay algo que tiene que quedar claro: salir de la pobreza no es una decisión individual. La decisión individual puede estar vinculada con la búsqueda de empleo o la generación de ingresos, pero si el mercado de trabajo no genera puestos de calidad, con buenos salarios y condiciones laborales, nada puede hacerse solo. A su vez, el mercado laboral es una responsabilidad compartida: del Estado, porque es quien gestiona las decisiones de política económica; de los empresarios, que imponen las condiciones laborales; y de los sindicatos, que deben defender los intereses de cada uno de los trabajadores.


Recuperar el poder de compra de los salarios no es solo un buen argumento económico para estimular el consumo y reactivar la actividad. Es también una política de respeto hacia los derechos humanos básicos de las personas que, aún haciendo su aporte al sistema productivo, no llegan a conseguir lo básico para sobrevivir.

* Columnista The Washinton Post


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